Este particular de la pandemia ha venido a destapar muchas
miserias. Es como barrer y levantar la alfombra. Debe ser como la intrahistoria
de Miguel de Unamuno: todo aquello que ocurre, pero que no se cuenta; lo que
está a la sombra de lo más conocido históricamente.
Controvertido tema este en el que hoy me sumerjo. Sobre todo
para uno que pasó por ese trance (el de los niños) hace más de cuarenta años.
Periodo de tiempo que ya te concede el privilegio de la perspectiva. Y de cómo
los cambios habidos han trastocado el modo de vivir de no ha tanto.
Leo al respecto y no acabo de poder ponerme en la piel de
quienes dicen sentirse afectados por las restricciones habidas. Y me es complicado
sopesar pros y contras. Porque uno sigue siendo maestro, aunque se haya
jubilado del ejercicio activo desde hace más de una década. Y como siempre luchó
por sostener la dignidad de la escuela como centro de formación integral y no
mera guardería, comienza a patinarle la neurona sana que aún conserva.
Me temo, simple intuición de viejo, que vaya a pagar los
platos rotos ese colectivo abnegado de los docentes. Cuyo paso universitario, le
capacitó para una labor específica, a la par que complicada: EDUCAR. Sublime
concepto del que se han aprovechado todos. Desde la administración, que muchas veces
actúa como espada de Damocles en lugar de tutelar a quienes construyen pilares
de futuras generaciones, hasta la sociedad, que con más frecuencia de lo que
podría ser habitual demanda suplencias en múltiples facetas. Porque el maestro
se ha convertido en el comodín de cuanta jugada se tercie en el tablero de la
vida.
Mis hijos no tuvieron esa ¿ventaja? que ahora se conoce como
Educación Infantil. Solo acudieron a la etapa de Preescolar durante uno y dos
cursos, respectivamente. Pero uno en el desarrollo de su cometido laboral
también se tropezó con quienes pisaban un aula por vez primera a los seis. Y en
ambientes rurales, hasta pasada esa edad porque las faenas del campo eran más
perentorias para algunas mentalidades.
Cuando llegué a San Antonio (La Orotava) en un mes de enero,
tras finalizar las prácticas de la milicia universitaria, me encontré con un
nutrido grupo de alumnos de primero que comenzaban en ese instante su andadura
académica, pues no hubo sustituto durante el primer trimestre del curso.
Debimos acelerar. Y aquellas esponjas absorbieron, y muy bien, para que al
finalizar el curso pudieran ascender al siguiente escalón sin mayores
complicaciones. Cuando lo recuerdo, la mente se me traslada a Finlandia, modelo
para el mundo en esta faceta.
¿Qué hacemos con los niños?, se preguntan angustiadas madres
ante el cierre de los colegios y la obligación de volver a sus trabajos. No hay
derecho a que los maestros sigan en sus casas rascándose el ombligo, mientras
yo no tengo con quien dejar a mis hijos y mucho menos pagar para que me los
cuiden, sostienen, sin rubor alguno, las más audaces. No te rasgues las
vestiduras, porque tú también lo has escuchado. Luego salta aquel que dice no
tener papas en la boca y le espeta un contundente: ¿para qué los tuviste, entonces?
No, no es fácil. Ópticas un sinfín. Y el panorama para el
próximo curso, con la posibilidad de rebrotes en otoño-invierno, más negro que
los sobacos de un grillo. Porque ni habrá dinero para tanto personal, ni espacio
físico en el que ubicar a la tropa menuda. Y cuando el juego es parte
consustancial del sistema educativo, ¿cómo se mantiene y vigila esa nueva denominación
de la distancia social?
Me da que se va a requerir mucha altura de miras. En todos.
Pero sobre todo en los progenitores. Si lo ánimos están a flor de piel y no hacen
falta fósforos para que la mecha prenda, que no dé la impresión de que con
parirlos, función cumplida. Bueno, la del padre concluyó con la desaparición
del gusto. Que sí, reconozcámoslo. Que los hay. Puede que sean las excepciones.
O a lo peor no. Pero son los que más bulla concitan. Y de ahí al todos son
iguales, que tanto se estila en política, un paso.
Comedimiento, moderación, urbanidad, mesura. Asumamos responsabilidades.
Todos. No carguemos las nuestras en espaldas ajenas. Lo que está en juego, nada
menos que el futuro, es mucho. Salgamos
de esta, como lo hicimos en otras crisis, más fuertes. Pero también más unidos.
Procuremos ser un orgullo para nuestros hijos cuando mañana estudien historia. Cerremos
el cupo de los lunares.
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