martes, 9 de junio de 2020

¿Qué hacemos con los niños?

Este particular de la pandemia ha venido a destapar muchas miserias. Es como barrer y levantar la alfombra. Debe ser como la intrahistoria de Miguel de Unamuno: todo aquello que ocurre, pero que no se cuenta; lo que está a la sombra de lo más conocido históricamente.

Controvertido tema este en el que hoy me sumerjo. Sobre todo para uno que pasó por ese trance (el de los niños) hace más de cuarenta años. Periodo de tiempo que ya te concede el privilegio de la perspectiva. Y de cómo los cambios habidos han trastocado el modo de vivir de no ha tanto.

Leo al respecto y no acabo de poder ponerme en la piel de quienes dicen sentirse afectados por las restricciones habidas. Y me es complicado sopesar pros y contras. Porque uno sigue siendo maestro, aunque se haya jubilado del ejercicio activo desde hace más de una década. Y como siempre luchó por sostener la dignidad de la escuela como centro de formación integral y no mera guardería, comienza a patinarle la neurona sana que aún conserva.

Me temo, simple intuición de viejo, que vaya a pagar los platos rotos ese colectivo abnegado de los docentes. Cuyo paso universitario, le capacitó para una labor específica, a la par que complicada: EDUCAR. Sublime concepto del que se han aprovechado todos. Desde la administración, que muchas veces actúa como espada de Damocles en lugar de tutelar a quienes construyen pilares de futuras generaciones, hasta la sociedad, que con más frecuencia de lo que podría ser habitual demanda suplencias en múltiples facetas. Porque el maestro se ha convertido en el comodín de cuanta jugada se tercie en el tablero de la vida.

Mis hijos no tuvieron esa ¿ventaja? que ahora se conoce como Educación Infantil. Solo acudieron a la etapa de Preescolar durante uno y dos cursos, respectivamente. Pero uno en el desarrollo de su cometido laboral también se tropezó con quienes pisaban un aula por vez primera a los seis. Y en ambientes rurales, hasta pasada esa edad porque las faenas del campo eran más perentorias para algunas mentalidades.

Cuando llegué a San Antonio (La Orotava) en un mes de enero, tras finalizar las prácticas de la milicia universitaria, me encontré con un nutrido grupo de alumnos de primero que comenzaban en ese instante su andadura académica, pues no hubo sustituto durante el primer trimestre del curso. Debimos acelerar. Y aquellas esponjas absorbieron, y muy bien, para que al finalizar el curso pudieran ascender al siguiente escalón sin mayores complicaciones. Cuando lo recuerdo, la mente se me traslada a Finlandia, modelo para el mundo en esta faceta.

¿Qué hacemos con los niños?, se preguntan angustiadas madres ante el cierre de los colegios y la obligación de volver a sus trabajos. No hay derecho a que los maestros sigan en sus casas rascándose el ombligo, mientras yo no tengo con quien dejar a mis hijos y mucho menos pagar para que me los cuiden, sostienen, sin rubor alguno, las más audaces. No te rasgues las vestiduras, porque tú también lo has escuchado. Luego salta aquel que dice no tener papas en la boca y le espeta un contundente: ¿para qué los tuviste, entonces?

No, no es fácil. Ópticas un sinfín. Y el panorama para el próximo curso, con la posibilidad de rebrotes en otoño-invierno, más negro que los sobacos de un grillo. Porque ni habrá dinero para tanto personal, ni espacio físico en el que ubicar a la tropa menuda. Y cuando el juego es parte consustancial del sistema educativo, ¿cómo se mantiene y vigila esa nueva denominación de la distancia social?

Me da que se va a requerir mucha altura de miras. En todos. Pero sobre todo en los progenitores. Si lo ánimos están a flor de piel y no hacen falta fósforos para que la mecha prenda, que no dé la impresión de que con parirlos, función cumplida. Bueno, la del padre concluyó con la desaparición del gusto. Que sí, reconozcámoslo. Que los hay. Puede que sean las excepciones. O a lo peor no. Pero son los que más bulla concitan. Y de ahí al todos son iguales, que tanto se estila en política, un paso.

Comedimiento, moderación, urbanidad, mesura. Asumamos responsabilidades. Todos. No carguemos las nuestras en espaldas ajenas. Lo que está en juego, nada menos que el futuro, es mucho.  Salgamos de esta, como lo hicimos en otras crisis, más fuertes. Pero también más unidos. Procuremos ser un orgullo para nuestros hijos cuando mañana estudien historia. Cerremos el cupo de los lunares.

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