Desde que las redes sociales nos convirtieron en periodistas,
hemos cogido cierto gustillo a pontificar (expresar opiniones con tono
dogmático y suficiencia). Ya no es necesario recurrir a clases por
correspondencia –las presenciales cuestan algún sacrificio más–, ni a las de
Radio Ecca, sino que los títulos llegan como caídos del cielo.
Ayer mismo, echando una visual a los comentarios que
surgieron en torno a mi entrada del blog (Un alcalde insolidario), y que sobrepasó
el millar de visitas a las seis de la tarde, bien en el enlace que un servidor publicó
en Facebook, bien en los de quienes tuvieron el placer –que agradezco– de compartirla,
observo, no sin cierto asombro, expresiones como la siguiente: “Los realejeros
estamos muy contentos con nuestro alcalde”. Porque una cosa es que Jesús
sostenga que existe demasiada fachada, excesiva parafernalia propagandística –opinión
tan respetable como cualquiera otra, aunque con el ligero matiz de haber sido
cocinero antes que fraile– y otra muy diferente es que alguien se arrogue el
parecer de colectivos por la jeta, porque sí, y punto. El que algunos, o
muchos, estén aplaudiendo con las orejas la falta de gestión y ciertos tics de autoritarismo
(“Ya se lo advertí al Cabildo y a la Guardia Civil”), no significa, en manera
alguna, que el pueblo en peso (incluyéndome a mí sin haber concedido el pertinente
permiso) se halle pendiente de las apariciones públicas (pocas en el pueblo, a
decir verdad) del señor Domínguez para tirarnos como locos, y locas, a lo que
ustedes ya saben.
Suelen ser flacas las memorias. Y de las históricas, apaga y
vámonos. Así que dejémonos de comparaciones odiosas, concedamos el beneficio de
la duda y presupongamos –sobre todo los más jóvenes– que cada cual hizo en su
época lo que buenamente pudo y las perras le dejaron. Pero sería conveniente
meditar, al menos unos minutos, antes de lanzarnos a ciertas generalizaciones
que desvirtúan el devenir histórico de los pueblos. Aquellos que los vivimos, y
sufrimos, en las décadas de los setenta y ochenta del pasado siglo (para no remontarme
a épocas más lejanas), nos percatamos (solo enumerando infraestructuras que hoy
se consideran tan básicas que diera la impresión de que existen desde el siglo
XIX) de los cambios habidos.
Causan mucha más lástima aquellos comentarios que son emitidos
desde la más supina ignorancia. Por aquello que esbozábamos al principio: todos
somos doctores y sabemos de todo. Claro, hay tanto tertuliano (¿o era chanchuliano?) barato por ahí, tomado
como espejo por los que dan más de no, que es tarea harto complicada el poner
algo de cordura en el dislate.
Todos son iguales, se escucha con frecuencia. Y me quedo tan
ancho. Si yo sostengo que más del 90% de los cargos públicos de este país está formado
por gente honrada, a crucificarme. Le escuché ayer al magistrado Arcadio Díaz
Tejera que de los muchos centenares que arribaron a estas islas en pateras
durante los meses que llevamos del presente año, solo dos habían dado resultado
positivo en el test del coronavirus. ¿Se acuerdan de lo de la farola fundida en
una calle con cien luminarias? Lo dicho, es más cómodo meter a todos en el
mismo saco.
Algo que yo jamás haré con los políticos del Partido
Popular. Ni con los otros. Porque garbanzos negros, en todas partes. Y aunque las
disculpas escuchadas en unas declaraciones televisivas de unos dirigentes del
PP (y de Ciudadanos) para argumentar su no adhesión al denominado Pacto por la
reactivación social y económica de Canarias, cuando se ha subido al carro un amplísimo
espectro de la sociedad (se firmó el Día de Canarias en la sede del Parlamento),
suenen a idénticas consignas que se escuchan en territorio peninsular, seguiré
pensando que son los inconvenientes del manual. Y que más de uno de los
concejales populares realejeros no comulga con las piedras de molino que les
ofrece el señor Domínguez, pero han de tragarlas por exigencias del guion. De
lo otro lo estás pensando tú. Y como me enteré también ayer de que contamos con
un edil de seguridad y emergencias, pues me tragué otro marrón y santas
pascuas. De chiste lo de prestar un par de semáforos.
Y acabo con el alcalde de La Guancha. Que se debe a las directrices
realejeras. Y sale (leído en el digital del que tomo la foto) en defensa del
superior jerárquico, alegando que no se puede insultar al de la decisión
unipersonal de prohibir el tráfico llamándolo insolidario. Si por un casual lo
dijera por mí, vaya usted al diccionario. ¿Cómo puede declarar que no se pueden
tomar decisiones unilateralmente (hace referencia al cabildo tinerfeño) para a
continuación reconocer que se trata de un problema complejo, de difícil solución, pero
del que ha habido comunicación y predisposición por parte del presidente
Martín?
Claro que la ha habido. Y se convocó una reunión, a la que
usted, don Antonio, asistió, pero no su homólogo de la Villa de Viera, en la
que se habrá discutido de todo, también del desvío del tráfico. ¿O no?
Entonces, ¿quién actúa unilateralmente? Seamos consecuentes y no caiga en la
trampa dialéctica de los superiores. Consejo de viejo, que no de sabio. Y que
va a La Guancha mucho más de lo que pueda imaginar. Y a San Juan de la Rambla.
Y a Icod de los Vinos. Si hay voluntad por parte de la institución insular,
aprovéchenla y no dejen pasar más décadas inmersos en discusiones estériles. De
las que vive, y explota, su jefe. Él está en otra onda. Hágame caso.
Y a los incondicionales, mi profundo agradecimiento por los
chutes de adrenalina en forma de visitas al blog.
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