martes, 2 de junio de 2020

Generalizar

Desde que las redes sociales nos convirtieron en periodistas, hemos cogido cierto gustillo a pontificar (expresar opiniones con tono dogmático y suficiencia). Ya no es necesario recurrir a clases por correspondencia –las presenciales cuestan algún sacrificio más–, ni a las de Radio Ecca, sino que los títulos llegan como caídos del cielo.

Ayer mismo, echando una visual a los comentarios que surgieron en torno a mi entrada del blog (Un alcalde insolidario), y que sobrepasó el millar de visitas a las seis de la tarde, bien en el enlace que un servidor publicó en Facebook, bien en los de quienes tuvieron el placer –que agradezco– de compartirla, observo, no sin cierto asombro, expresiones como la siguiente: “Los realejeros estamos muy contentos con nuestro alcalde”. Porque una cosa es que Jesús sostenga que existe demasiada fachada, excesiva parafernalia propagandística –opinión tan respetable como cualquiera otra, aunque con el ligero matiz de haber sido cocinero antes que fraile– y otra muy diferente es que alguien se arrogue el parecer de colectivos por la jeta, porque sí, y punto. El que algunos, o muchos, estén aplaudiendo con las orejas la falta de gestión y ciertos tics de autoritarismo (“Ya se lo advertí al Cabildo y a la Guardia Civil”), no significa, en manera alguna, que el pueblo en peso (incluyéndome a mí sin haber concedido el pertinente permiso) se halle pendiente de las apariciones públicas (pocas en el pueblo, a decir verdad) del señor Domínguez para tirarnos como locos, y locas, a lo que ustedes ya saben.

Suelen ser flacas las memorias. Y de las históricas, apaga y vámonos. Así que dejémonos de comparaciones odiosas, concedamos el beneficio de la duda y presupongamos –sobre todo los más jóvenes– que cada cual hizo en su época lo que buenamente pudo y las perras le dejaron. Pero sería conveniente meditar, al menos unos minutos, antes de lanzarnos a ciertas generalizaciones que desvirtúan el devenir histórico de los pueblos. Aquellos que los vivimos, y sufrimos, en las décadas de los setenta y ochenta del pasado siglo (para no remontarme a épocas más lejanas), nos percatamos (solo enumerando infraestructuras que hoy se consideran tan básicas que diera la impresión de que existen desde el siglo XIX) de los cambios habidos.

Causan mucha más lástima aquellos comentarios que son emitidos desde la más supina ignorancia. Por aquello que esbozábamos al principio: todos somos doctores y sabemos de todo. Claro, hay tanto tertuliano (¿o era chanchuliano?) barato por ahí, tomado como espejo por los que dan más de no, que es tarea harto complicada el poner algo de cordura en el dislate.

Todos son iguales, se escucha con frecuencia. Y me quedo tan ancho. Si yo sostengo que más del 90% de los cargos públicos de este país está formado por gente honrada, a crucificarme. Le escuché ayer al magistrado Arcadio Díaz Tejera que de los muchos centenares que arribaron a estas islas en pateras durante los meses que llevamos del presente año, solo dos habían dado resultado positivo en el test del coronavirus. ¿Se acuerdan de lo de la farola fundida en una calle con cien luminarias? Lo dicho, es más cómodo meter a todos en el mismo saco.

Algo que yo jamás haré con los políticos del Partido Popular. Ni con los otros. Porque garbanzos negros, en todas partes. Y aunque las disculpas escuchadas en unas declaraciones televisivas de unos dirigentes del PP (y de Ciudadanos) para argumentar su no adhesión al denominado Pacto por la reactivación social y económica de Canarias, cuando se ha subido al carro un amplísimo espectro de la sociedad (se firmó el Día de Canarias en la sede del Parlamento), suenen a idénticas consignas que se escuchan en territorio peninsular, seguiré pensando que son los inconvenientes del manual. Y que más de uno de los concejales populares realejeros no comulga con las piedras de molino que les ofrece el señor Domínguez, pero han de tragarlas por exigencias del guion. De lo otro lo estás pensando tú. Y como me enteré también ayer de que contamos con un edil de seguridad y emergencias, pues me tragué otro marrón y santas pascuas. De chiste lo de prestar un par de semáforos.

Y acabo con el alcalde de La Guancha. Que se debe a las directrices realejeras. Y sale (leído en el digital del que tomo la foto) en defensa del superior jerárquico, alegando que no se puede insultar al de la decisión unipersonal de prohibir el tráfico llamándolo insolidario. Si por un casual lo dijera por mí, vaya usted al diccionario. ¿Cómo puede declarar que no se pueden tomar decisiones unilateralmente (hace referencia al cabildo tinerfeño) para a continuación reconocer que se trata de un  problema complejo, de difícil solución, pero del que ha habido comunicación y predisposición por parte del presidente Martín?

Claro que la ha habido. Y se convocó una reunión, a la que usted, don Antonio, asistió, pero no su homólogo de la Villa de Viera, en la que se habrá discutido de todo, también del desvío del tráfico. ¿O no? Entonces, ¿quién actúa unilateralmente? Seamos consecuentes y no caiga en la trampa dialéctica de los superiores. Consejo de viejo, que no de sabio. Y que va a La Guancha mucho más de lo que pueda imaginar. Y a San Juan de la Rambla. Y a Icod de los Vinos. Si hay voluntad por parte de la institución insular, aprovéchenla y no dejen pasar más décadas inmersos en discusiones estériles. De las que vive, y explota, su jefe. Él está en otra onda. Hágame caso.

Y a los incondicionales, mi profundo agradecimiento por los chutes de adrenalina en forma de visitas al blog.

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