miércoles, 4 de abril de 2018

El máster de Cifuentes

Tanto se ha escrito, y hablado, de este particular que desde ya te estarás preguntando qué puede aportar un realejero a tan controvertido asunto. Y sin dejar pasar un minuto más te respondo que nada. ¿Entonces?
Ayer por la mañana, en la peripecia circulatoria para ir a la compra en Mercadona (Polígono de La Gañanía), que no pienso volver a contar, vislumbré a alguien que me hizo recordar el afer de doña Cristina. Ya saben, existen razonables dudas de si se matriculó durante el periodo oficial para ello, de si asistió a las clases que el propio programa del curso obligaba, o, y tal vez sea lo más grave, de si llegó a realizar los exámenes correspondientes para superar las asignaturas. Porque quienes debieron ser sus compañeros de travesía insisten en que la susodicha no hizo acto de presencia.
Cuando llegué a la precitada superficie comercial, después de poner los intermitentes e ir muy atento porque llevaba detrás un coche oficial de la policía realejera, y mientras realizaba la acción que te dejé mencionada por aquellos pasillos, dábale vueltas al magín mientras mentalmente me repetía que no debe ser tan difícil ir de cara por el mundo. Basta que se presten los que no deberían.
Viene todo esto a cuento porque uno conoce a ciertos individuos, e individuas, que presumen de estudios, como la presidenta de la Comunidad de Madrid, esa joven promesa alejada de los tufillos de componenda, y a los que no se les vio demasiado dentro de las aulas. A la hora de las clases y tampoco en los momentos de dar fe por escrito, u oralmente, de los conocimientos adquiridos.
Eran asiduos, y de qué manera, en pasillos y despachos (carrels). Ni habiendo ido de safari al continente africano hubiesen obtenido mayores beneficios en ese ejercicio de caza mayor. Profesionales del abordaje en actuaciones de verdadera maestría pirática. Como peces en el agua, vamos. Forjaron así currículos (casi hace honor el vocablo a sus correrías, por aquello de que se les partía el culo) de los cuales hoy presumen en puestos alcanzados, asimismo, de manera harto dudosa…
–Chacho, aparca bien ese carro. En qué estarás pensando ahora, qué matraquilla se te habrá metido en la cabeza.
–Si yo te contara.
Y se pega la hebra en otra de las tantas conversas que tienen lugar en medio de estanterías y productos alimenticios. Porque si estás aburrido en casa y deseas entablar amena cháchara con los amigos, ya sabes, ve a comprar. Siempre encontrarás con quien intercambiar unos párrafos.
No vayas a pensar ahora que por la fotografía que ilustra el comentario pudiera o pudiese ser el protagonista de este relato el mismísimo alcalde de la Muy Noble e Histórica Villa de Viera. El que yo no haya visto título alguno, no significa que los cursos en Wyoming hayan sido a distancia y por correspondencia. Un servidor escribe de aquellos menesteres que conoce, y lo hace en el convencimiento de que no se puedan rebatir los hechos narrados (que son sagrados, no lo olvidemos, frente a la libertad en la emisión de juicios de valor), por lo que siempre echa mano a todas las fuentes posibles. Y te juro, o puedo prometer y prometo, que en la presente bebí en unas muy directas. Primero en el Seminario y luego en Guajara. Cinco cursos académicos, década de los noventa, con presencia muy directa. Y lo puedo demostrar sin tener que comprometer a profesores o tribunales. Con ir al estante donde están las acreditaciones bien enrolladas –en la pared, ni una– me bastaría. Me falta, no obstante, el graduado escolar. Soy tan antiguo.
Como ayer me extendí, va la compensación con esta breve entrega. Y ponle el cuño a que el personaje protagonista es tan real como la escasez de agentes en la plantilla. ¿Correspondencia biunívoca? Y yo qué sé. Ya me olvidé de la teoría de conjuntos. Me he vuelto de letras.

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