jueves, 5 de abril de 2018

Ilusión

Recurro al diccionario con muchísima frecuencia. Íntegro ejercicio que siempre recomendará el buen amigo, y compañero de promoción, Humberto Hernández, flamante presidente de la Academia Canaria de la Lengua. Ayer lo hice con ilusión, término que suelo utilizar con cierta asiduidad para echar en cara a muchos políticos profesionales la horrible deriva de lo que era una sana acción de servicio.
Me quedé con la segunda acepción: Esperanza cuyo cumplimiento parece especialmente atractivo. Harto sabido es que ahora priman otros intereses. Más relacionados con el bolsillo que con aquellos sectores del cerebro que deberían conducirnos a echar una mano a los más necesitados. Se impone lo crematístico.
Hay hechos tan flagrantes que no deberían ser susceptibles de discusión alguna. Acontecimientos tan alejados de cualquier óptica regida por el sentido común, que habrían de significar la inmediata retirada de la confianza. Pero es que dar un paso al lado o reconocer errores imperdonables se ha convertido en barrera infranqueable. Llámalo ética, moral, buenas costumbres, modales o como mejor te venga en gana.
Barra libre para desmanes y trapisondas. Sin rendir cuenta a nadie. Porque sí, y punto. ¿Qué espejo o modelo puede simbolizar lo de Cristina Cifuentes para cualquier estudiante que se prepare con enorme sacrificio en busca de un futuro mejor? ¿Cómo puede reconocer que no asistió a clase y que fue evaluada de manera excepcional? Son tantos los despropósitos en este afer, que uno se cuestiona el porqué la RAE no suprime el verbo dimitir del diccionario. Es que está muerto, difunto, cadáver.
Pero vengámonos un poco más cerca. Y centrémonos en el robo acaecido en las instalaciones del Lago Martiánez. Un material que se manga el propio encargado de Pamarsa, por lo que he podido leer. Al que ya han despedido. Pero el político que lo enchufó en ese puesto sigue tan campante sin que se le exijan responsabilidades de ningún tipo o que se mande a mudar por dignidad, siquiera sea por prestigiar la tan denostada actividad pública. Un churro, se agarran como lapas. Y se volverán a presentar en las próximas elecciones porque, como alegan siempre, aún le quedan cosas por hacer (o sisar, vaya usted a saber), proyectos por realizar. O serán premiados por sus formaciones políticas con un ascenso a otra institución.
No se puede gobernar al pueblo sin amor y sin humildad, ha dicho el Papa Francisco. Aboga por más políticos a los que les duela de verdad la sociedad, el pueblo, la vida de los pobres. Sabe el cura Gabriel Benítez, de Toscal-Longuera (Los Realejos) y San Antonio (Puerto de la Cruz), que piso la iglesia cuando voy a un entierro, pero debo agradecerle su preocupación por temas sociales de calado –como el precitado del Papa y los que luego indicaré– porque concuerdan plenamente con la visión de un servidor acerca de la cosa pública. Y como husmeo de vez en cuando su muro de Facebook, me alegra la coincidencia.
Y cuánta razón le asiste al Obispo de San Cristóbal de Las Casas (Estado de Chiapas, México), Felipe Arizmendi, porque sus argumentos son auténticas cachetadas a los apoltronados que te miran por arriba del hombro, esos engreídos personajes que, a lo peor sin saber hacer la o por un canuto, imparten lecciones cual doctos catedráticos. Van unos brochazos:
No se dejen engañar por promesas que son difíciles o imposibles de cumplir. Que el pueblo no se deje comprar por dádivas pues pareciera que el control del pueblo es con dinero y no con proyectos ni con políticas para el bien común. La buena política es dar la vida para que otros tengan una vida mejor.
En todo el hocico de bastantes cargos públicos estupendamente remunerados de ahora mismo. Solo pido ilusión, que lo demás vendrá por añadidura. Y tú, elector, abre los ojos. Lo de los pajaritos preñados es cuento chino.
Y esta noche vuelve a reunirse la Peña Los Roques. Vamos en serio. ¿Utopía? También. Defendemos otras maneras, que no es poco.

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