Recurro al diccionario con muchísima frecuencia. Íntegro
ejercicio que siempre recomendará el buen amigo, y compañero de promoción,
Humberto Hernández, flamante presidente de la Academia Canaria de la Lengua. Ayer
lo hice con ilusión, término que suelo utilizar con cierta asiduidad para echar
en cara a muchos políticos profesionales la horrible deriva de lo que era una
sana acción de servicio.
Me quedé con la segunda acepción: Esperanza cuyo
cumplimiento parece especialmente atractivo. Harto sabido es que ahora priman
otros intereses. Más relacionados con el bolsillo que con aquellos sectores del
cerebro que deberían conducirnos a echar una mano a los más necesitados. Se
impone lo crematístico.
Hay hechos tan flagrantes que no deberían ser susceptibles
de discusión alguna. Acontecimientos tan alejados de cualquier óptica regida
por el sentido común, que habrían de significar la inmediata retirada de la
confianza. Pero es que dar un paso al lado o reconocer errores imperdonables se
ha convertido en barrera infranqueable. Llámalo ética, moral, buenas
costumbres, modales o como mejor te venga en gana.
Barra libre para desmanes y trapisondas. Sin rendir cuenta a
nadie. Porque sí, y punto. ¿Qué espejo o modelo puede simbolizar lo de Cristina
Cifuentes para cualquier estudiante que se prepare con enorme sacrificio en
busca de un futuro mejor? ¿Cómo puede reconocer que no asistió a clase y que fue
evaluada de manera excepcional? Son tantos los despropósitos en este afer, que uno
se cuestiona el porqué la RAE no suprime el verbo dimitir del diccionario. Es
que está muerto, difunto, cadáver.
Pero vengámonos un poco más cerca. Y centrémonos en el robo
acaecido en las instalaciones del Lago Martiánez. Un material que se manga el
propio encargado de Pamarsa, por lo que he podido leer. Al que ya han despedido. Pero el
político que lo enchufó en ese puesto sigue tan campante sin que se le exijan
responsabilidades de ningún tipo o que se mande a mudar por dignidad, siquiera
sea por prestigiar la tan denostada actividad pública. Un churro, se agarran
como lapas. Y se volverán a presentar en las próximas elecciones porque, como
alegan siempre, aún le quedan cosas por hacer (o sisar, vaya usted a saber),
proyectos por realizar. O serán premiados por sus formaciones políticas con un
ascenso a otra institución.
No se puede gobernar al pueblo sin amor y sin humildad, ha
dicho el Papa Francisco. Aboga por más políticos a los que les duela de verdad la
sociedad, el pueblo, la vida de los pobres. Sabe el cura Gabriel Benítez, de Toscal-Longuera
(Los Realejos) y San Antonio (Puerto de la Cruz), que piso la iglesia cuando
voy a un entierro, pero debo agradecerle su preocupación por temas sociales de
calado –como el precitado del Papa y los que luego indicaré– porque concuerdan
plenamente con la visión de un servidor acerca de la cosa pública. Y como
husmeo de vez en cuando su muro de Facebook, me alegra la coincidencia.
Y cuánta razón le asiste al Obispo de San Cristóbal de Las
Casas (Estado de Chiapas, México), Felipe Arizmendi, porque sus argumentos son
auténticas cachetadas a los apoltronados que te miran por arriba del hombro,
esos engreídos personajes que, a lo peor sin saber hacer la o por un canuto,
imparten lecciones cual doctos catedráticos. Van unos brochazos:
No se dejen engañar
por promesas que son difíciles o imposibles de cumplir. Que el pueblo no se
deje comprar por dádivas pues pareciera que el control del pueblo es con dinero
y no con proyectos ni con políticas para el bien común. La buena política es
dar la vida para que otros tengan una vida mejor.
En todo el hocico de bastantes cargos públicos
estupendamente remunerados de ahora mismo. Solo pido ilusión, que lo demás
vendrá por añadidura. Y tú, elector, abre los ojos. Lo de los pajaritos
preñados es cuento chino.
Y esta noche vuelve a reunirse la Peña Los Roques. Vamos en
serio. ¿Utopía? También. Defendemos otras maneras, que no es poco.
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