Renuncio al nacimiento en la Casa de La Gorvorana. Es más, a
todos los efectos habidos y por haber, yo no he nacido. No existo. No soy. No
vivo. Atrás ha quedado un periodo glorioso en el que uno presumía de haber
compartido la vivienda de ilustres moradores desde los tiempos de don Francisco
de Gorvalán, pero con esto del ojo clínico a todo lo que se mueva me han puesto
de patitas en la calle y perdido me hallo.
Renuncio a los estudios cursados en la escuela de La
Longuera –la de los chicos– que regentaba don Andrés Carballo Real y de la que
no pude salir como un hombre hecho y derecho porque el maestro me mandó al
colegio San Agustín antes de obtener certificado (creo que de estudios
primarios en aquella época) alguno que diera fe de mis nociones académicas y de
mis aptitudes pedagógicas.
Renuncio a la etapa del colegio antes aludido (seis años de
bachillerato, elemental y superior, y uno más del Preuniversitario,
selectividad incluida), de los ejercicios espirituales y de las competiciones
deportivas en diversas facetas, de los dos campamentos del la OJE (La Gomera y
Zaragoza) y de las caminatas hasta la que era mi casa.
Renuncio al título de Maestro y al puesto conseguido, que
permitió el acceso directo, en la promoción del Plan 1967, y a los años de docencia
impartidos en La Montaña (Los Realejos), San Antonio (La Orotava),
Toscal-Longuera e IES Mencey Bencomo
(Los Realejos).
Renuncio a cualquier otra titulación que pudiera tener, sin
darme cuenta, o cursada sin interés (por ejemplo, en el Seminario) y cuyos
diplomas acreditativos (licenciatura, doctorado u otros) pudieran estar
revueltos en cualquier gaveta, en caso de que no hayan podido ir a la basura en
algunas de las operaciones de limpieza que en todo hogar que se precie se
llevan a cabo de vez en cuando.
Renuncio a los cargos ocupados en la etapa docente merced a
la credencial que obtuve en la tómbola de la última fiesta celebrada en mi barrio,
bien sea dirección, jefatura de estudios, secretaría o demás.
Renuncio a las presidencias u otros cargos directivos de
asociaciones, federaciones, sociedades, partidos políticos, con especial énfasis
en aquellos de carácter público de alguna trascendencia.
Renuncio a las etapas de rascar cuerdas por esos mundos sin
arte ni beneficio, así como a los viajes que dichas actividades conllevaron. Lo
siento por Valle de Taoro e Higa.
Renuncio a los cursos y jornadas habidas durante décadas,
como también a trabajos realizados y charlas impartidas.
Renuncio a toda mi actividad literaria y periodística, que se
resume en varios renglones cambados y en cuatro o cinco artículos que solo he
leído yo.
Renuncio a mi hernia umbilical y operaciones de próstata y
fémur. De igual forma, a los futuros viajes del Imserso (de los efectuados, que
me quiten lo bailado).
No renuncio a mis cursos de Transistores, Radio y
Televisión, de Afha-España, 1982, porque no me sirvieron para nada y porque ya
perdí el soldador y el estaño.
No renuncio al hecho de haber sido el primer clasificado en
la Competición Didáctica de actividades físico-deportivas, especialidad de
atletismo, celebrada en Madrid en el año 1972. Ni tampoco el de haber ocupado
idéntico puesto en las pruebas clasificatorias para aspirantes a la XXX promoción
de la ya extinta IPS. Ni el de haber tenido el honor de ser el primero en la
convocatoria de acceso a los cursos de doctorado del bienio 96-98 en el
Departamento de Ciencias de la Información, en la Universidad de La Laguna (mis
medios económicos no me posibilitaron ir a Wyoming, verbigracia).
Gracias a Cristina Cifuentes, a Asier Antona –palmero de
Bilbao él– y otros tantos cuyo currículum se infló por mor de una borrasca
atlántica. Me parece muy bien que no dimitan. Yo tampoco pienso hacerlo.
En fin, renuncio a tener currículum. No me busquen, pues los
‘don nadie’ no existen. Estoy missing,
que es lo que se estila ahora. No valgo ni los consabidos cincuenta céntimos
para los que sí son mucho en la vida.
Mañana, si es que encuentro el camino a La Corona, me tiraré
a la bartola –qué mal suena– y lo mismo…
Váyanse a freír chuchangas, partida de machangos, que nadie
me ha regalado nada. Y si lo que sienten, muy en el fondo, es envidia, pónganse
a trabajar y a estudiar. Vayan para Fuerteventura. Allí buscan elementos para
una campaña contra la invasión de ardillas. Aprovechen.
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