Consulté por esos mundos de la Internet y me enteré de que
la canción es interpretada por un comediante cubano, uno más de los exiliados
en Miami, un tal Álvarez Guedes, que la popularizó allá por 1980, siendo el
autor de la letra el mejicano Mike Laure. Se titula “Cada vez que pienso en ti”
y entre sus párrafos podemos leer: El fin de año me recuerda lo mucho que nos
quisimos, pero ya nos aburrimos; por eso vete a la mierda. Y también: Cuando
veo un arbolito con sus farolitos, yo no sé qué hacer.
Reconozco que el titular del presente pudo haber sido otro.
Pero cometí el pecado de mucho periódico al uso y que no es otro que colocar
una frase que enganche. Pero me viene como anillo al dedo para poner de
manifiesto cuánta falsedad existe en estas fechas. Y son las redes sociales las
correas de transmisión de mensajes no solo manidos sino profundamente cargados
de hipocresía a la enésima.
Nos sumergimos en una vorágine consumista tan brutal que de
solo pensarlo nos debería provocar tremendas arcadas. Nos embarcamos en una
aventura del despilfarro tan obscena que se nos debería caer la cara de
vergüenza cuando, casi simultáneamente, hablamos de solidaridad y expresamos
buenos deseos para aquellos que las necesidades los agobian.
Se suceden los mensajes de cariño, amor, paz y una tan larga
cadena de buenos propósitos durante una semana de éxtasis solidario –de
boquilla– que de existir ese ser maravilloso que guía nuestros pasos desde el
infinito, haría exactamente lo mismo que indica la canción reseñada: vete a la
mierda.
Vivimos en un mundo ficticio. Nos hallamos inmersos en una
sociedad que se flagela con el autoengaño. Nadamos en la inmundicia de la
mentira y batimos récords de fingimientos. Y lo hacemos público con tanta
astucia que hasta nos convencemos de ser ejemplares, aunque portemos el puñal
ceñido a la cintura, cual revólver en el Far West, por si se nos difumina ese
espíritu de concordia aparente.
Me cago en el año viejo, me cago en el año nuevo, me cago en
el arbolito y me cago en ti. Y te juro que llevo unos días en que la musiquilla
me ronda cada tres por dos. El subconsciente me juega malas pasadas y me
sorprendo de tararearla en los instantes más insospechados. Luego echo una
visual al Facebook en el ordenador y me alegro de seguir empeñado en no tener
móvil porque no aguantaría otra invasión más con los guasapeos.
Son tantas las ganas de que llegue el 7 de enero que pagaría
por quedarme dormido hasta ese día. Y poder despertar con el espíritu de
siempre. Ese que nos hace combativos y nos induce a vivir al acecho. El de si
me la haces, me la pagas. El de a poder que yo pueda, te machaco. El de pa´
trepar tú, trepo yo. De tal suerte que en Carnavales no sintamos la necesidad
de disfrazarnos como ahora. Y es que el mundo gira al revés. Pero no con la
suficiente fuerza aún como para salir disparados. Aunque, eso sí, algo
disparatados ya nos tiene.
Mañana entramos en el 2020. Tendremos otro día más en
febrero. Veinticuatro horas extras para solaz y divertimento, porque ese 29 (de
febrero) será sábado. Y sábado, sabadete, ya se sabe. Hace años amanecía
siempre el 1 de enero en La Gomera. Pero como el malvado de Pedro Sánchez me ha
congelado la pensión, escucharé el ruido de los fuegos artificiales desde mi
cama. Aunque a partir del día 3 tendré que acostumbrarme al nuevo puesto de
asesor y las presencias en los eventos festivos pasará a ser tónica dominante.
Todo ello según te informé el pasado día 28, festividad de los Santos
Inocentes. Aunque estos nada tuvieron que ver con la decisión, ya que, al decir
de algún iluminado, todo se debió al subconsciente que me hizo recordar que soy
uno de los afortunados que cuenta con su corazón a la derecha. Al posible
visionario se le notó un espíritu navideño de no te menees, por no escribir que
te cagas. Ya me lo imagino con el estribillo en su final: Y me cago en ti.
Sean felices, disfruten y no se excedan. Seguiré vigilante
desde donde ya saben. Con ironía, como siempre, porque dicen que es sinónimo de
inteligencia. Igual que la nariz grande. Y en ello voy servido.