miércoles, 26 de abril de 2017

¿Puedo opinar?

Los afiliados del PSOE siguen confundiendo el atún con la velocidad. Este proceso de primarias para elegir a su secretario general está produciendo más de un quebradero de cabeza, más de un escozor inadecuado. Porque muchos siguen empeñados en equipararlo con una campaña de elecciones generales. Y van mal encaminados. Una escasa militancia, y sujeta a vaivenes y enfrentamientos, puede devenir en un nuevo –otro más– rosario de la aurora. Peor el remedio que la enfermedad.
Lícito es que cada cual se decante por el candidato que crea oportuno, pero esta sensación de navajeo no creo conduzca a pacificar una tropa de por sí mal avenida. Da la impresión de que, en la búsqueda del espacio perdido, han localizado al enemigo dentro de sus propias filas. Y mal ejemplo para el recorrido posterior, el de enfrentarse a una convocatoria electoral  (recen todo lo que sepan para que se produzca en 2019), porque parecen olvidar que siempre ha existido un altísimo porcentaje de votantes, traducido en varios millones, que inclinan la balanza hacia uno u otro lado en función de lo que ellos entienden por estabilidad, por seguridad, por confianza. Y es ahí, en ese término medio, donde se halla un caladero de votos nada despreciable y muy apetecible por cualquier formación política que tenga legítimas aspiraciones de gobierno.
Es por ello que no comprendo los vaivenes de Pedro Sánchez. Que aboga por un partido libre, coherente y de izquierdas. Por lo visto es más de zurdos (cañotos, en autóctono) reclamar ahora el reconocimiento de Cataluña como nación o una potencial alianza con Podemos para desbancar a un Partido Popular, cada vez más anegado por la corrupción. Y reclamar coherencia cuando, tras el varapalo de las elecciones de junio de 2016, acudió a echarse en brazos de Ciudadanos con una firma de un pacto que ni siquiera tuvo valor simbólico, y que fue puesto en solfa por los mismos que en la actualidad pretenden devolverlo al puesto del que tuvo que dimitir por un pulso mal echado, parece que no cuela. Me recuerdan sus vaivenes la postura que ha llevado Podemos en su corta trayectoria. Donde las reiteradas contradicciones ideológicas han confundido a un amplio sector de la población que había depositado la confianza en la nueva hornada.
Del amor al odio es la enésima versión de este Partido Socialista. Y algunos han creído atisbar otro Suresnes, sin darse cuenta de que en todo caso estarían favoreciendo los ‘intereses’ de otra andaluza. Como ocurrió en aquel entonces en la población francesa allá por 1974.
Métanse en las agrupaciones, debatan cuanto entiendan menester y no proclamen cuitas cada tres por dos en las redes sociales. Y de camino procuren que se incremente el caudal en las sedes, que están más secas que este mes de abril en Canarias. Porque los alegatos plagados de reproches que rayan los insultos (gusana, cerda, dientona, tipa, trepa, glotona, corrupta, marioneta, foca…), no conducen a crear el clima de confianza necesario para que aquellos que sí vamos luego a decantar el fiel de la báscula, tomemos la postura conveniente para depositar nuestra papeleta en el recipiente de cristal. Y que observamos atónitos cómo se despellejan. Qué ejemplo más gratificante para que después vengas por casa a pedirme que acuda a las urnas.
A Pedro Sánchez no se lo cargó la cúpula socialista. Los poderes fácticos de barones y baronesas nada tuvo que ver con un suicidio que se veía venir. Él solito se fue hiriendo hasta que se desangró por completo. Dos sonadas derrotas, sin reconocimiento ni inculpación, y, para mayor regodeo, sacar pecho de la nefasta situación, fueron causas más que suficientes para haber cogido la puerta de salida mucho antes de los sucesos habidos en aquella reunión del Comité Federal. Porque no te hallabas en condiciones de exigir nada, sino de dar fe de una caída sin paliativos y dejarte de congresos extraordinarios. ¿Para qué? ¿Para más divisiones internas a las que son tan aficionados y a las que parecen abonados?
Si ganan los otros, el PSOE no dejará de ser el tercer partido. ¿Elucubraciones? ¿Adivinanzas? ¿Supuestos? Yo no soy militante. No estoy afiliado. Lo fui. Como tantos y tantos. ¿Por qué no sentarse a ver qué ha pasado con abundantísimas deserciones? ¿Por qué no recuperar abandonos y restañar heridas? Yo, posible votante socialista, me pregunto –y quizás pregunte por muchos– por qué debo confiar en quien ya demostró su ineficacia. ¿Qué sahumerio ha podido existir para que en tan corto intervalo se haya producido una reconversión que atisbe posibilidades de éxito a la tercera intentona? Porque las cosas son como son y los espejuelos de la abuela no vaticinan mejores expectativas en los millares de indecisos. Y en quienes han dejado de acudir a las citas por los fuegos de artificio. Se jactan de patear la calle –será en sueños–, ¿y no escuchan nada o solo se rodean de aduladores?
Hagan lo que quieran. Diviértanse. Pásenlo bien. Sigan jugando como chicos menudos. Van a lograr, juiciosos e inteligentes observadores, que yo también me quede en mi casa. O me vire. Tendrían otra muesca para el revólver.
Cuando me acerco a los setenta, me dan ganas de volver para sembrar unas semillas de cordura, de sensatez. Porque la savia nueva no ha dejado de ser bruta. Y debió secarse antes de alcanzar las hojas para convertirse en elaborada y bajar con fundamento para servir de sustento.
Joder (iba a escribir jolines, que es más fino), ¿tanto cuesta captar tan sencillo planteamiento? ¿O es que, acaso, piensan ganar elecciones mirándose los escasos ombligos existentes en las agrupaciones? Sigan así de enterados, y al compás de los palmeros (que dan palmas) de siempre, y serán residuos cósmicos –basura espacial– dentro de bien poco.
Comentario de los enterados de turno (y que me leen): ¿Qué sabrá el bobo tieso este? Vale, arráyense dos millos. Y pega siete, compañero.

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