Los afiliados del PSOE siguen confundiendo el atún con la
velocidad. Este proceso de primarias para elegir a su secretario general está
produciendo más de un quebradero de cabeza, más de un escozor inadecuado.
Porque muchos siguen empeñados en equipararlo con una campaña de elecciones
generales. Y van mal encaminados. Una escasa militancia, y sujeta a vaivenes y
enfrentamientos, puede devenir en un nuevo –otro más– rosario de la aurora.
Peor el remedio que la enfermedad.
Lícito es que cada cual se decante por el candidato que crea
oportuno, pero esta sensación de navajeo no creo conduzca a pacificar una tropa
de por sí mal avenida. Da la impresión de que, en la búsqueda del espacio
perdido, han localizado al enemigo dentro de sus propias filas. Y mal ejemplo
para el recorrido posterior, el de enfrentarse a una convocatoria electoral (recen todo lo que sepan para que se produzca
en 2019), porque parecen olvidar que siempre ha existido un altísimo porcentaje
de votantes, traducido en varios millones, que inclinan la balanza hacia uno u
otro lado en función de lo que ellos entienden por estabilidad, por seguridad,
por confianza. Y es ahí, en ese término medio, donde se halla un caladero de
votos nada despreciable y muy apetecible por cualquier formación política que
tenga legítimas aspiraciones de gobierno.
Es por ello que no comprendo los vaivenes de Pedro Sánchez.
Que aboga por un partido libre, coherente y de izquierdas. Por lo visto es más
de zurdos (cañotos, en autóctono) reclamar ahora el reconocimiento de Cataluña
como nación o una potencial alianza con Podemos para desbancar a un Partido
Popular, cada vez más anegado por la corrupción. Y reclamar coherencia cuando,
tras el varapalo de las elecciones de junio de 2016, acudió a echarse en brazos
de Ciudadanos con una firma de un pacto que ni siquiera tuvo valor simbólico, y
que fue puesto en solfa por los mismos que en la actualidad pretenden devolverlo
al puesto del que tuvo que dimitir por un pulso mal echado, parece que no
cuela. Me recuerdan sus vaivenes la postura que ha llevado Podemos en su corta
trayectoria. Donde las reiteradas contradicciones ideológicas han confundido a
un amplio sector de la población que había depositado la confianza en la nueva
hornada.
Del amor al odio es la enésima versión de este Partido
Socialista. Y algunos han creído atisbar otro Suresnes, sin darse cuenta de que
en todo caso estarían favoreciendo los ‘intereses’ de otra andaluza. Como
ocurrió en aquel entonces en la población francesa allá por 1974.
Métanse en las agrupaciones, debatan cuanto entiendan
menester y no proclamen cuitas cada tres por dos en las redes sociales. Y de camino
procuren que se incremente el caudal en las sedes, que están más secas que este
mes de abril en Canarias. Porque los alegatos plagados de reproches que rayan
los insultos (gusana, cerda, dientona, tipa, trepa, glotona, corrupta,
marioneta, foca…), no conducen a crear el clima de confianza necesario para que
aquellos que sí vamos luego a decantar el fiel de la báscula, tomemos la postura
conveniente para depositar nuestra papeleta en el recipiente de cristal. Y que
observamos atónitos cómo se despellejan. Qué ejemplo más gratificante para que
después vengas por casa a pedirme que acuda a las urnas.
A Pedro Sánchez no se lo cargó la cúpula socialista. Los
poderes fácticos de barones y baronesas nada tuvo que ver con un suicidio que
se veía venir. Él solito se fue hiriendo hasta que se desangró por completo.
Dos sonadas derrotas, sin reconocimiento ni inculpación, y, para mayor regodeo,
sacar pecho de la nefasta situación, fueron causas más que suficientes para
haber cogido la puerta de salida mucho antes de los sucesos habidos en aquella
reunión del Comité Federal. Porque no te hallabas en condiciones de exigir nada,
sino de dar fe de una caída sin paliativos y dejarte de congresos extraordinarios.
¿Para qué? ¿Para más divisiones internas a las que son tan aficionados y a las
que parecen abonados?
Si ganan los otros, el PSOE no dejará de ser el tercer partido.
¿Elucubraciones? ¿Adivinanzas? ¿Supuestos? Yo no soy militante. No estoy
afiliado. Lo fui. Como tantos y tantos. ¿Por qué no sentarse a ver qué ha pasado
con abundantísimas deserciones? ¿Por qué no recuperar abandonos y restañar
heridas? Yo, posible votante socialista, me pregunto –y quizás pregunte por
muchos– por qué debo confiar en quien ya demostró su ineficacia. ¿Qué sahumerio
ha podido existir para que en tan corto intervalo se haya producido una
reconversión que atisbe posibilidades de éxito a la tercera intentona? Porque
las cosas son como son y los espejuelos de la abuela no vaticinan mejores
expectativas en los millares de indecisos. Y en quienes han dejado de acudir a
las citas por los fuegos de artificio. Se jactan de patear la calle –será en
sueños–, ¿y no escuchan nada o solo se rodean de aduladores?
Hagan lo que quieran. Diviértanse. Pásenlo bien. Sigan
jugando como chicos menudos. Van a lograr, juiciosos e inteligentes observadores,
que yo también me quede en mi casa. O me vire. Tendrían otra muesca para el
revólver.
Cuando me acerco a los setenta, me dan ganas de volver para
sembrar unas semillas de cordura, de sensatez. Porque la savia nueva no ha
dejado de ser bruta. Y debió secarse antes de alcanzar las hojas para
convertirse en elaborada y bajar con fundamento para servir de sustento.
Joder (iba a escribir jolines, que es más fino), ¿tanto
cuesta captar tan sencillo planteamiento? ¿O es que, acaso, piensan ganar
elecciones mirándose los escasos ombligos existentes en las agrupaciones? Sigan
así de enterados, y al compás de los palmeros (que dan palmas) de siempre, y
serán residuos cósmicos –basura espacial– dentro de bien poco.
Comentario de los enterados de turno (y que me leen): ¿Qué
sabrá el bobo tieso este? Vale, arráyense
dos millos. Y pega siete, compañero.
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