Intercambiamos
dos palabras en el día de ayer con Álvaro Hernández Díaz –a quien le agradezco
el detalle de su ‘Niágara de versos y prosas’; tras su lectura habrá
valoración, palabrita de Jesús– acerca de lo difícil que se nos hizo la etapa
de colaborador de prensa. Porque en los pueblos, al pensar de los editores, ni
se venden ni se leen los diarios provinciales. Algunos realejeros algo de ello
sabemos, ya que lo sufrimos.
Aun así, me
apetece en la presente ocasión rescatar del baúl un artículo que bajo el lema
Desde La Corona, publicó El DÍA un ya lejano 28 de mayo de 1995. Y si se fijan
en su inicio, el acto que se reseña tuvo lugar el 5 del citado mes. Lo destaco
para que se hagan una idea de los considerables retrasos que sufríamos los
pueblerinos. Cuando no debíamos volver a remitirlos porque se perdían. Llevó
por título el que se deja mencionado en la cabecera de este post bloguero y
hago –hice– una breve semblanza del eminente químico, nacido en este pueblo el
27 de octubre de 1917. Al que tuve la fortuna de hacer una larga entrevista en
su domicilio… Pero, mejor, echemos la vista 22 años atrás y…
En la noche del viernes, 5 de
mayo, se hizo entrega de la Medalla de Oro de la Villa de Los Realejos al
Profesor Emérito de la Universidad de La Laguna don Antonio González. En un
solemne acto, celebrado en la Casa de la Cultura, se reconocieron méritos a un
grupo de personas que, en sus diversas facetas, han contribuido al realce de
este pueblo norteño. Me va a perdonar el resto de homenajeados, pero en la
presente ocasión quiero dedicar este comentario a la figura de un mago de Los Realejos, cuya labor está
muy por arriba de cualquier frontera. Puede que haya una próxima oportunidad en
la que el Padre Siverio, Santiago –para siempre ‘el cura de la Cruz Santa’– y
Luciano (q.e.p.d.) sean protagonistas de un nuevo artículo. No estuvo don
Antonio presente en el acto comentado. Recogió la condecoración su hermano
Pedro. De lo que el prestigioso pintor dijo del galardonado, se ha hecho eco
este diario. Por lo tanto, me ceñiré a otros aspectos.
Tuve una amena charla con don
Antonio el pasado 25 de marzo. En esa mañana de sábado, en medio de una calima
insoportable, tuvo a bien recibirme en su domicilio del Paseo de la Manzanilla
el ilustre científico. Y aunque el motivo de mi visita era una entrevista, debo
aclarar que la misma se tornó en una distendida y amena conversación. De
realejero a realejero, hablamos de casi todo, hicimos un recorrido rápido por
toda una vida dedicada al estudio y a la investigación. Pero por arriba del
científico se encuentra un hombre de una profunda honestidad, que ama a su
tierra hasta el punto de haber rechazado, en reiteradas ocasiones, ofertas
atractivas de varias universidades extranjeras, de una voluntad a prueba de
bombas –aunque lo militar no le traiga, precisamente, buenos recuerdos–, un
luchador infatigable por y para la Universidad de La Laguna. Decir don Antonio,
es decir Instituto de Productos Naturales Orgánicos, al que, con 77 años a las
espaldas, sigue acudiendo día a día, siempre que no se vea afectado por
transitorias indisposiciones, como la que le privó acudir a Los Realejos, al
pueblo que le vio nacer, para recoger el justo premio que el Ayuntamiento, por
unanimidad de todas las fuerzas políticas que lo conforman, le otorgó.
Me recibió don Antonio, en el
día referenciado, apoyado en un bastón. Me comenta su última aventura, una
operación a corazón abierto en la capital de España, y que le dejó alguna
secuela en su pierna derecha. Pero la constancia y férrea voluntad de un hombre
dedicado al trabajo, sus frecuentes paseos por la Vega lagunera estaban
produciendo sus efectos. Y cuando no salgo, trabajo en casa. Trabajo,
tesón, lucha..., características que heredó de su padre, al que recuerda como
un hombre de profundas ideas liberales.
Cuando acabe el curso, cuando
el período vacacional haga acto de presencia, y tanto el científico como este
aprendiz de casi todo tengan un resquicio en su trabajo, me daré otro salto por
la Manzanilla, porque tenemos otro asunto pendiente. La humildad de don Antonio
es tal que, insatisfecho por lo que me había contestado, me insinuó la
posibilidad de otra charla para hablar, única y exclusivamente, de un particular
que no quiero adelantar, no sea que alguien se me copie. Sé que va a ser
difícil, pero me gustaría que ese día hiciese frío en La Laguna. Y es que La
Laguna sin frío, no parece La Laguna.
Algún día también, puede que
me anime a publicar el contenido de tales conversas. Pero por lo pronto, la
efectuada en el mes de marzo, tiene que esperar a que cumpla la inicial función
para lo que fue realizada: servir de apoyo a una asignatura denominada
Periodismo científico.
Tengo la sensación, no, mejor
aún, el convencimiento de haber entrevistado, más que a una gran personalidad,
a una gran persona. Las múltiples distinciones, los innumerables premios y
reconocimientos no se le han subido a la cabeza. Al contrario, este mago de Los Realejos se sigue encontrando
raro en los actos solemnes que rodean esos agasajos.
Don Antonio salió de El
Realejo siendo muy niño. Pero recuerda sus subidas a Las Llanadas, donde el
fuerte olor de las moriánganas fue marcando, tal vez, su posterior trayectoria.
En la actualidad, cerca de donde estuvo la casa que lo vio nacer, está la calle
que lleva su nombre. Y me habló de sus venidas al pueblo desde Valle Guerra,
desde la que hoy se denomina Casa de Carta, en busca de dinero para pagar a los
obreros que trabajaban en la finca de su padre. Y sufrió las consecuencias de
lo que pesaban los duros de antes. ¡Mira tú que darle una bolsa llena al chico,
si el pobre no podía con ella!
Soy consciente, don Antonio,
de la llamada de atención que me hizo con respecto a los periodistas. Tras una
experiencia americana, se nos muestra el investigador un tanto receloso, porque
nunca se sabe qué es lo que van a publicar. Espero, como contrapartida, haber
acertado en este pobre artículo. Solo me ha guiado, en estas breves líneas,
sumarme a los muchos que, una vez más, le habrán felicitado.
Debo confesar, no obstante, y
será tema de otro comentario, el que estos actos proliferen en etapas
preelectorales. A nivel general, no excluyo a pueblo ni partido político
alguno. Hay más hechos noticiables en este mes que en los tres años y once
meses anteriores. Y digo esto, porque, bien lo sabe don Antonio, que también
hablamos de Quintos Centenarios y otras montadas varias. Pero será, repito,
motivo del siguiente artículo. Estas boberías no pueden empañar, en manera
alguna, los méritos contraídos de quienes se han hecho dignos acreedores al
reconocimiento de la Villa de Los Realejos.
Mis felicidades a todos. En
especial a usted, don Antonio. No solo por una dilatada trayectoria en el campo
de la investigación, sino por haberme permitido convertirlo en protagonista de
uno de los artículos que Desde la Corona hacen acto de presencia en EL DÍA.
Desde esa atalaya hoy he querido cantar a un Hijo Predilecto de este pueblo. ¡Felicidades, don Antonio!
El contenido de la entrevista
a don Antonio (fallecido el 11 de octubre de 2002), una vez finalizado el curso
1994-1995 y cumplido el objetivo para la asignatura referida en la Facultad de
Ciencias de la Información, vio la luz en los suplementos dominicales (La
Prensa) los días 24 de septiembre y 1 de octubre del año 1995. A disposición
queda del ayuntamiento realejero por si le parece conveniente para el programa
de actos que se van a llevar a cabo con motivo del centenario de su nacimiento.
Puede que pasen a ocupar idéntico lugar en el que terminaron unas décimas, unos
sonetos y un romance, entregados al concejal de cultura en el año 2013 (2º
centenario de la muerte de Viera y Clavijo): la papelera. A los insumisos que
no juramos bandera (que se lo digan a
este alférez de complemento, allá por la década de los setenta, cuando
estaban naciendo los iluminados de ahora mismo), ajo y agua.
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