Los hechos son sagrados, máxima del periodismo de siempre. Y
las opiniones, libres. Pero nos tropezamos a diario con desviaciones más que
notorias y los periodistas han hecho dejación de su verdadera misión y se han
sumergido en la vorágine. Proliferan tertulianos del tipo sabelotodo que
denigran la profesión. Doctores en las más variopintas materias, sientan
cátedra con diatribas que digieren
aquellos que comulgan con el lo vi en la tele.
La política se convierte en propaganda y la publicidad
alcanza al hombre del tiempo y al
presentador deportivo. Se vende la información con productos farmacéuticos y
los calvos anuncian crecepelos. Inundamos el mercado de encuestas y sondeos cuyas
conclusiones siempre favorecen al que hace el encargo. Manipulación, cuando no
mentira.
La preocupación por el fenómeno de la corrupción se
incrementa un 12%. Los últimos casos que salpican al PP, cuyo presidente deberá
acudir como testigo en uno de ellos, se refleja en las respuestas de los
encuestados. Pero el sentido del voto, al sentir de los mismos tanteos, sigue
dando mayorías al ruin conocido. Por si el que viene, entiendo, meta la mano
hasta el mismísimo fondo. En busca de lo que quede, añado. Y el resto o no está
por la labor de la sana alternancia o se preocupa más de luchas intestinas que insuflan
aire al salpicado.
El triste panorama de los medios de comunicación se refleja,
asimismo, en la pobreza de gestión de unos gobernantes más preocupados por la
mercadotecnia barata que en sacar del pozo a una sociedad que lleva hundida una purriada de años. Prudente sería poner
unos ejemplos:
Celebramos un Día de Canarias para demostrar no sé qué a los
chicos. Como si una jartada de papas
y gofio (el pan con chorizo ya va en el paquete) fuera la seña de identidad de
un territorio que merece mayor amplitud de miras. Con una CC que marca el paso
al ritmo que le interesa en un mar de confusiones y contrariedades. Enarbolando
símbolos para general regocijo de los que viven del cuento.
El ayuntamiento madrileño va a instar a los hombres a que no
se desparraten en los buses. Es el nuevo modismo de rigor: el manspreading. Es decir, abrir
excesivamente las piernas (por no mentar patas) cuando se sientan en las
guaguas. Vamos, lo que por estos lares expresaríamos como escarrancharse. Seguro que cuando inundemos los medios de transporte
con carteles alusivos, los capitalinos verán colmados todos sus deseos y
olvidarán a Bárcenas, Granados, González…
Tremendo dilema el surgido tras la consecución de la
duodécima por parte del Madrid. ¿Es el equipo de Zidane mejor que el Barça de
Guardiola? Y venga circo en el que entablan feroz combate los gladiadores
modernos. Es otra de las principales inquietudes de la población. Cuando
resolvamos la ecuación, se despejarán todas las incógnitas.
También hemos estado entretenidos por estos lares. Donde
sigo leyendo escritos de allegados a los que gobiernan el municipio,
expresiones que más que jurar la bandera, la destrozan sin remisión. Una “consejalia
dirijida” por fulano de tal. Y venga fotos. No me tiro de los pelos como
docente porque son ya tan escasos que se me antoja misión imposible, pero me
dan ganas de dar cabezazos contra cualquier pared. Esa sí que es un
preocupación: la educación, colegios públicos en las debidas condiciones, elevar
el nivel cultural de nuestras gentes.
Y como se ha armado tremendo revuelo con el acto de La
Gañanía, transcribo el artículo 8º de la Constitución: “Las Fuerzas Amadas,
constituidas por el Ejército de Tierra, la Armada y el Ejército del Aire,
tienen como misión garantizar la soberanía e independencia de España, defender
su integridad territorial y el orden constitucional”. Pero como mi pasado
militar no es sospechoso, y a punto estuve, si hubiese seguido los consejos de
mi capitán en la 4ª compañía de Hoya Fría, de seguir esa carrera, entiendo,
desde la atalaya del retiro, que el Ejército no debe prestarse a componendas
populacheras (más que populares). Y en lo observado hasta el momento, aparte de
una exhibición desmesurada de medallas,
el uso partidista de Manolo, y sus correligionarios, constituye una prueba más
de su ineptitud como gestor y una muestra palpable de que solo le interesa el
lucimiento, cuando no la ostentación. (Mecachis, qué guapo soy; Carlos Arniches).
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