Esta noche (redacto estas líneas en la tarde del miércoles)
no pienso pegar ojo. Tanto me han vendido el descuento para viajar entre islas,
que de aquí en adelante poco voy a parar en casa. Me pondré al acecho de los
billetes baratos. Que deberán ser todos, a tenor de lo escuchado durante estos
últimos días. Mi iré a comer cada tres por dos a Casa Sonia, arriba en Chipude,
la capital, y descansaré en La Laguna Grande, para regresar por la tarde más
sosegado y tranquilo. Y cada dos por
tres, otro tanto para Las Palmas. Así que no les extrañe que deba abandonar
estos entretenimientos de escribano y dedique mucho más tiempo a la vida
contemplativa. Para general regocijo de la mayoría y para disgusto de los
cuatro –qué digo, dos a lo sumo– incondicionales que a bien han tenido seguir
mis peripecias desde hace años.
Todos aquellos que reservaron los suyos para estar en El
Hierro este sábado con motivo de la Bajada, deberán estarse tirando de los
pelos si los adquirieron sin posibilidad de devolución. Y los que planificaron
las vacaciones desde meses atrás, tres cuartos de lo mismo. No se preocupen, yo
también, casi siempre, llego tarde a lo bueno.
Se presagian avalanchas, sostienen los medios de comunicación.
No lo tengo tan claro. Y como a todos nos dé por ir a la misma isla, piensa
este ingenuo, los colapsos de tráfico y los encontronazos en las aceras (me
imagino, verbigracia, Las Canteras) van a ser de campeonato. En vez de
saludarnos en la plaza de Viera y Clavijo, lo haremos en La Cícer. Nadie alude
a que los auténticos beneficiarios de esta disposición serán los empresarios de
las compañías operadoras. Se llevarán bien fresca la subvención y allá cuando
se les antoje subirán la tarifa alegando cualquier pretexto. Porque los
gobiernos en vez de regular precios, recurren a los presupuestos que se nutren
de nuestros impuestos. Con lo que, de una u otra manera, siempre pagamos los
mismos.
Menos mal que esta importante rebaja solo afecta a los
residentes canarios y los trasvases tendrán lugar entre estos peñascos.
Imagínense ustedes que se hubiese abierto la mano para facilitar, por ejemplo,
el transporte a Canarias desde el resto del territorio patrio. De haber sido
así, las islas se nos hunden. Con lo que el problema añadido habría echado por
tierra el éxito conseguido en la negociación presupuestaria. Que ahora todos se
arrogan, por cierto. Y siguen olvidando a los canarios que han tenido que
emigrar en busca de los garbanzos y que no pueden venir a saludar a sus
familiares porque los pasajes les salen por un ojo de la cara, y parte del
otro.
Entraríamos, entonces, en otra dinámica. La de alcanzar el
punto medio entre las ventajas que el turismo nos brinda (en este supuesto, el
interior) y el límite de carga de unos espacios frágiles. Porque el futuro de
este archipiélago no puede pasar por elevar cada año los porcentajes de
visitantes, sin más. He sostenido en artículos anteriores que La Graciosa –quizás
el paradigma de la masificación– se halla en un límite bastante peligroso. Y no
con ello pretendo que a los gracioseros no se les brinde la oportunidad de
explotar racionalmente sus potencialidades. Pero es que la obsesión de batir
récords no constituye, per se, la panacea. Si todo pintara de color rosa, habríamos
alcanzado el extremo de que en esta nacionalidad no existiría el paro.
Me alegro de la noticia, por supuesto. Y sobre todo por
aquellos que deben desplazarse por motivos laborales. Que son muchos. Las
medidas positivas, y esta, indudablemente, lo es, siempre acercan a los
canarios. El mar que nos baña no debe ser jamás un impedimento, una barrera; al
contrario, debe ser el nexo de unión entre los habitantes de esta Comunidad.
Caminos tiene la mar, escribí tiempo atrás. Queden expeditos, pues.
A los condenados por el denominado Caso El Trompo les han
aplicado, asimismo, el 75% de descuento. Tanta suerte para algunos mientras
otros debemos cumplir con las normas urbanísticas para el cuarto de lavar.
Ignoro si existen diferentes raseros, pero da para pensar largo y tendido.
Cosas veredes, amigo Sancho.
Por lo pronto, hasta mañana. Luego, ya se verá. Si desaparezco…
es que estaré de viaje.
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