Retomo la actividad tras unos días de asueto –en los que no
dejé nada programado para ir aprendiendo a desconectar del todo– y sostener que
vuelvo con las pilas cargadas, tópico de rigor, sería un atrevimiento porque el
calor en Maxorata aplastaba al más pintado. Seguí, pues, en la distancia la
derrota del Tenerife en Madrid. ¿No vendimos, quizás, la piel antes de cazar al
bicho? ¿Y para qué tanto enfado con lo de africanos? Si se trata de otra
válvula de escape, de las tantas a las que nos tiene acostumbrados el fútbol,
vale. El tratamiento (des)informativo de la tele canaria, otro despropósito
para enmarcar.
Matizo que sí hubo la excepción de marras con el artículo ‘La
deriva de Radio Realejos’, que no solo ha superado el millar de visitas sino
que mereció la reproducción en el boletín de la Asociación de la Prensa de
Tenerife, circunstancia que agradezco a su presidente, y maestro en estas lides
periodísticas, Salvador García. Bien sabe él que no cejaremos en el empeño,
aunque, aparentemente, machaquemos en hierro frío, de velar por unos medios de
comunicación públicos que cumplan mínimamente con los preceptos consagrados en
el artículo 20 de la Constitución.
Cuando a mis oídos llegaron los cánticos gloriosos del gomero
Casimiro hacia la nueva ley del suelo, un camino hacia el futuro, olvidé que
podría dedicar unas líneas a los defensores (hasta qué punto alcanza la imbecilidad
de muchos forofos) de quienes evaden impuestos ante un organismo (Hacienda) que
viene a ser como un fotomatón para el resto de mortales. Pero como me trasladé
a Las Abiertas por si a mis hortensias les había hecho mella la subida de
temperaturas, se me fue el santo al cielo cuando pulsé determinado botón del
receptor radiofónico del coche. Y así surgió este otro parecer.
Escuchaba ayer por la mañana cómo se quejaba un vecino del
barrio santacrucero de Juan XXIII por todos los comentarios surgidos en torno
al asesinato de una persona en plena calle. Debido todo ello, añado yo, a lo
fácil que resulta estigmatizar sin profundizar en mayores razonamientos.
En la ojeada rápida a las versiones digitales, compruebo que
el lamento está más que justificado. Porque la mayoría de informaciones al
respecto comienzan con un llamativo titular de ubicar el lugar de los hechos en
el propio núcleo poblacional. Que se matiza en la entradilla con un sugerente
en los alrededores de o con un cerca del popular barrio. Cuando no barriada,
para recalcar la condición de conflictividad. Y para mayor escarnio, con el
aditamento de la foto que ilustra el suceso. Que no se corresponde con el lugar
de los hechos, pero sí con unos bloques de viviendas que sugieren mucho más
morbo.
Me vienen a la memoria los recuerdos de cuando en la década
de los setenta del pasado siglo obtuve mi primer plaza de maestro propietario
en la ya desaparecida Agrupación Escolar Mixta San Antonio. No pocos fueron los
que me advirtieron del “peligro” de ir a trabajar a esa barriada villera. Años
y cursos aquellos que supusieron una etapa de grato recuerdo profesional y que
me permitió compartir vivencias con unas gentes maravillosas. Allí impartí
docencia y allí viví un período de mi vida. Y con muchos de aquellos alumnos sigo
manteniendo alguna relación en la actualidad. Aunque sea a través de la virtualidad
de las redes sociales. Especial emotividad el reencuentro, no ha tanto, en un
colegio de Breña Alta, con Reyes Linares.
O como acontece aún con La Vera o La Montañeta. Espacios que
arrostran prejuicios como una lacra. Y que si algo merecen, sería, en todo
caso, el aplauso sincero por su lucha en aras de conseguir mejoras sociales y
deseos de apartar la pesada losa que a forma de sambenito le han endosado. Son,
deben ser, los tics de una sociedad que se lava las manos ante los hechos
desagradables con el expresivo no son de aquí. ¿No ha pasado algo desagradable
en tu entorno y siempre son de fuera los causantes?
Me apena, no obstante, que los tópicos se adueñen,
igualmente, del reportero. No está el gremio para deslices tales. Y bien harían
los comentaristas con guardar mejor celo en el oficio. Y no dejarse remolcar por
la corriente de lo fácil. Porque las manchas son difíciles de quitar. Los desagravios
no se solucionan con remiendos ni zurcidos. Una vez causado el daño, la marcha
atrás se antoja complicada.
Ilustro el presente con una foto de Las Salinas del Carmen
(Fuerteventura), ardilla incluida, porque insertar una de cualquiera de los territorios
que se mencionan, supondría caer en el mismo recurso fácil de cualquier
periódico al uso.
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