Es el título
de la última conclusión de un trabajo (Prensa y educación en el Norte de
Tenerife entre la I y la II Repúblicas, 1873-1931) inédito (falta de perras),
del que solo he dado a conocer ciertas pinceladas y que mereció los máximos parabienes
del tribunal que lo sometió al pertinente examen el 3 de septiembre de 2004
(viernes), muy a pesar de (in)determinadas figuras de los medios de
comunicación (audiovisuales, fundamentalmente) que pululan por idénticos
territorios a los que fueron objeto de investigación. A cuyas eminencias no osa
este humilde juntador de letras hacerles la más mínima sombra. Líbrenme de malas
tentaciones. Va su transcripción literal:
“Por último,
cabe formularse las posibilidades futuras, qué otros trabajos podrían abordarse
a partir de la línea marcada por el presente. En consonancia con la aludida
escasez de labores de conjunto, ¿por qué no proponer amalgamar esos estudios
que se han publicado, relacionados con diversas poblaciones del Sur de la isla?
Que hacen referencia a temáticas educativas en diferentes momentos de siglos
anteriores. Con los añadidos que fueren menester para ir cerrando espacios de
tiempos y lugares. Bebiendo en las fuentes hemerográficas o archivísticas.
Porque, a buen seguro, con los avances tecnológicos, con los procedimientos
informáticos actuales, tal compendio puede ser mucho más factible.
Luego, cuando
ese ayer algo lejano quede fotografiado, correspondería analizar,
sosegadamente, el intervalo del régimen franquista. Seguro que hallaremos
innumerables enfoques. Con toda probabilidad, ya no sólo los medios impresos,
sino la llegada de los audiovisuales, constituirían un enorme soporte para
sacar a la luz un material importante.
Por nuestra
parte no descartamos retomar algún día lo que se dejó plasmado en la nota
aclaratoria de la introducción. Algunos personajes relacionados con el mundo
educativo, que fueron parte activa en algunos instantes del proceso estudiado,
entiendo que requieren una dedicación más exhaustiva. Al menos tres de ellos
llamaron poderosamente mi atención: Clara Eugenia Yanes, Manuel García Pérez
(Tinguaro) y José Galán Hernández podrían ser tres pilares fundamentales en una
nueva investigación. Una maestra sureña que tomó posesión de la escuela de
niñas de Buenavista del Norte, que ejerció su labor allí durante 44 años, que
recibió el primer homenaje que rindió el magisterio tinerfeño por tan fecunda
labor, pero que siempre permaneció a la sombra de Nicolás Díaz Dorta, su marido[1];
un maestro tardío pero tempranero periodista, fecundo colaborador de variadas
cabeceras, que compartió quehaceres con ilustres columnistas, que simultaneó
escritos y pizarras, enseñanza pública y privada; y un poeta casi realejero,
profundo y erudito, orador en Fiestas de Arte y animador en eventos
lúdico-festivos, político y activo sindicalista, víctima de la crueldad de una
guerra mal denominada civil...
Son,
entiendo, posibles caminos, meras sugerencias. Para periodistas o
historiadores. El enfoque multidisciplinar podrá enriquecer el contenido.
Finalizo. Un
reciente estudio acerca de la labor del Colegio San Agustín, ahora cerrado,
pero que cubrió muchas necesidades en mi pueblo natal –Los Realejos–, me conduce
a la última interrogante: ¿Cuántos hechos quedan sumergidos en la frialdad de
papeles, expedientes, libros de escolaridad, boletines de calificaciones,
exámenes, impresos, tasas, matrículas, fotografías, discursos, excursiones,
prácticas de laboratorio, tablas de gimnasia...?
A la
consideración de cada cual quedan las posibles respuestas. La casuística
presenta un espectro amplísimo. Lógico sería manifestar, para concluir, que
ojalá el presente pueda valer siquiera de consulta. Sólo el ruego de la cita
conveniente. Porque, para mi desgracia y la de otros muchos que dedicamos
algunas horas de nuestro tiempo en nobles empeños, hay mucho aprovechado. Así
de claro, así de expresivo. Por qué llamarlo de otra manera. Hay momentos, y
este es uno de ellos, que no valen la sorna, la ironía y el barniz. Al César lo
que es del César. Los miles de notas al pie dan crédito de la dedicación.
Escrito queda”.
[1] Nombrado cronista oficial de la
población norteña, cuyo busto se puede contemplar en la plaza de aquella
población y que nos dejó escritos algunos apuntes de la historia del lugar.
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