Uno camina lo que buenamente puede y los años le permiten. Y
también, últimamente, la pierna derecha, la que sufrió las consecuencias de la
caída en Las Abiertas. Por la mañana, casi siempre. Porque la condición de jubilado
te consiente no sujetarte a horarios ajenos. Te lo marcas tú, y te juro que da
un gustito. Aparcas el coche en Los Barros, por ejemplo, y tiras autovía
adelante en dirección a La Vera. Y como casi siempre tropiezas con los mismos,
acabas haciendo amigos. Que está muy bien. Lo malo es cuando atraviesas núcleos
poblacionales y debes enfadarte con quienes aparcan justo encima de un paso de
peatones. Que está muy mal. Del rabo de gato, mejor silencio, puesto que hasta
compañeros los creo al considerarme fiel seguidor de su progresión florística.
Ya los imagino como una extensión del patio de mi casa.
Uno de estos días pasados fui abordado por un amigo e
intercambiamos unos minutos de facundia. Más él que yo, que lo mío, y mal, es
escribir. Me dio toda una lección –más fructífera que tres meses de facultad
universitaria– para sentenciar que yo no era objetivo. Casi no tuve tiempo de
espetarle el consabido ‘por supuesto’, pues debió quedar tan satisfecho con su
oratoria que arrancó la caña casi sin despedirse.
Ocurrió el percance a la altura de La Higuerita. O la
Cooperativa. Por la trasera de donde estuvo el molino de gofio. Lugar al que
sigue acudiendo uno de los dos operarios que tuvo y al que suelo saludar cada
vez que nos tropezamos en la zona de la churrería, en La Vera. Justo al lado
del antiguo cine, hoy reconvertido en comercio de frutas y verduras.
Bueno, después del choque dialéctico –monólogo, más bien–,
mientras seguí hacia el polígono de San Jerónimo, no me quedó más remedio que
pensar. El lápiz y papel que suelo llevar en unos de los bolsillos de la
chaqueta del chándal solo me valen para anotar, antes de que se me olvide, si se
me ocurre una décima.
Claro que no soy objetivo. No pretendo dar cuenta de un
hecho. Esa faceta la dejo para los profesionales del periodismo, tanto impreso
como audiovisual. Lo mío, y van unas décadas, es emitir juicios de valor. Y tal
concepto no es compatible con el objeto informativo a tratar. Los hechos son
sagrados pero las opiniones son libres, es premisa de siempre. Que yo no fui
capaz de aclarar al impetuoso interlocutor. Mejor, no me dejó. Y que no me
queda más remedio que pensar en condicionantes políticos. No vayas a creer que
eso de la libertad de expresión, cuando al otro le va algo en el envite, es
siempre derecho a tener en cuenta. Siguen existiendo ejemplares que o le pasas
la mano o te miran raro. De ahí a la censura, un pequeño paso.
Cualquier manual al uso (a lo peor en el del PP no está
contemplado) señala que un artículo es un texto periodístico que manifiesta el
sentir o el pensar de una determinada persona (¿podría serlo un servidor?)
acerca de un asunto que entiende puede despertar interés. Y lo consigue si es
capaz de estimular en el lector el pensamiento crítico.
Llevo en esto, de manera más formal (antes lo era con carácter
esporádico), desde 1987. Fueron varias temporadas en la prensa isleña (hasta
que agotaron mi paciencia) con bastantes centenares de apariciones. Luego, y
gracias a esto que ha venido a denominarse nuevas tecnologías, surgieron Pepillo
y Juanillo (dos millares) y Desde La Corona (nos aproximamos a los 250). Soy
consciente de que no despierto el más mínimo interés a los que babosean.
Tampoco lo pretendo. Entre otras cosas, porque el desapego puede ser cuestión
neuronal. Y no es mi intención someter a nadie a esfuerzos que puedan suponer
inconvenientes psiquiátricos, más que psicológicos. Líbrenme de tales cargas.
Claro que no soy objetivo. Faltaría más. En cualquiera de
mis ocurrencias van profundas cargas de subjetividad. Faltaría más. Y lo saben
aquellos que cada día dejan un hueco en su agenda, hacen un alto en el camino,
y suben conmigo a La Corona. Cuestión de la que me siento profundamente
orgulloso y que deberé agradecer eternamente. Esos fieles seguidores, estén o
no de acuerdo con mis planteamientos, me ayudan a seguir trazando la ruta. A su
examen minucioso me someto cada día. Y juntos intentamos dibujar la realidad
que nos gustaría vivir. Sin ataduras ni cortapisas. Libres. He dicho.
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