Pido disculpas, en primer lugar, al estimado amigo Jonás, al
que robo la foto de su perfil de Facebook para ilustrar el presente comentario.
Al tiempo que me sumo a las “felicitaciones” para el equipo de gobierno
realejero por la celeridad demostrada en las obras veraniegas del RAM. Porque si
se te ocurriera achacarle al alcalde, o a la concejal del ramo, la tardanza de
las mismas, de tal suerte que han entrado los chicos en las aulas en medio de
obreros y herramientas, te espetarán, con su jeta característica, que el estío
acaba dentro de dos semanas.
Todos los años con la misma canción. Idéntico estribillo con
similar sonsonete. Debates en radio y televisión, llamativos y destacados titulares
de prensa, y las redes sociales echando humo hasta por las orejas.
Qué cara la vuelta al cole. Un ojo de la cara y parte del
otro. Por no irme más abajo en la anatomía corporal. Se queja una madre, dos o
tres, y los periodistas pontifican sus declaraciones y elevan el lamento a
dogma de fe.
La cuesta de septiembre tiene más pendiente que la de enero.
El desembolso se eleva a tanto, cuando no a cuanto. Los libros (que cambian
cada año), el material (y si le toca un maestro nuevo, lo mismos dice que no le
gusta), el uniforme… El colmo es que se suben al carro, alegremente, aquellos
que han matriculado a sus vástagos en centros concertados. Y el summum, hasta alguno de los privados.
Muchas veces son las que he pensado, a lo largo de mi vida,
si la etiqueta de padre o madre no nos queda ancha. Porque solemos obviar la
inmensa responsabilidad que se contrae cuando se accede a tal categoría. Y
escuchando ciertas declaraciones con respecto a los gastos inherentes a toda
familia, me han dado ganas de contestar en más de una oportunidad con la cruda
realidad de para qué los pariste entonces. Los hijos comen, se alimentan, hay
que vestirlos adecuadamente, escolarizarlos y un sinfín de otras obligaciones.
Ya que la fotografía guarda relación con el colegio en el
que trabajé durante más de dos décadas, invito a los dirigentes actuales de la
Asociación de Madres y Padres del centro a que den a conocer la historia de los
primeros años de funcionamiento de ese colectivo. De cómo la implicación fue
santo y seña de un grupo de personas que arrimaron el hombro en un barrio que
crecía a pasos agigantados. Y lo mismo ocurrió en otros lugares del pueblo.
En la actualidad, como lo queremos todo hecho y a la papa
suave, a ser posible –y si no lo exijo–, nos sale más rentable protestar y que
eso llamado estado del bienestar me solvente la papeleta y se haga cargo de mis
obligaciones.
Se miente descaradamente en las cantidades que se publican.
La Consejería de Educación viene desde hace muchos años manteniendo una línea
de subvención importante en el tema de los libros de texto. Y las listas del material
necesario para cada inicio de curso se conoce desde la finalización del
anterior. Por lo que la planificación de las compras juega un papel
determinante. Lo malo, y no queremos decirlo, es que antes, por aquello del
bien quedar, debemos cumplir con los compromisos sociales de irme de vacaciones,
viajar y disfrutar de todas las fiestas posibles. ¿Voy a ser yo menos que el
vecino? Claro que tienes derecho, pero ¿y las prioridades? ¿Se las exijo al que
gobierna, aunque yo no sea capaz de llevarlas a cabo en el seno familiar?
Jolines, échate un higo.
No quiero entrar en la dinámica de los teléfonos móviles, de
los artilugios informáticos y de todas las novedades habidas y por haber. Amén
de tenis de marca, chándal de no sé qué y ropa del no sé cuánto. De lo que casi
nadie se priva. Sí, todos los decimos y pensamos, pero no somos capaces de
echarnos fuera del círculo.
Yo también tuve que
pasar por esa tesitura. Y mi hijo me reprochó cierto día que por qué no le
compraba calzado deportivo de idéntica marca a la que usaba uno de sus amigos
porque “corrían más”. Y tuvimos, mi mujer y yo, que poner ambos pares en el piso
de la casa para comprobar si era certero su planteamiento. Como comprenderás,
ni se movieron. Pero el simple gesto le sirvió para que asumiera que en la vida
no todo consiste en soplar y hacer botellas.
Mucha falsedad y dosis importantes de caradura es lo que se
estila en esta sociedad. En la que se impone la imperiosa necesidad de cursos
de perfeccionamiento. En el que padres y madres deberían matricularse
obligatoriamente. Porque estamos abocando a una siguiente generación de inútiles
funcionales. Maleducados en la mentira y en la comodidad. A la que se le dibuja
un futuro irreal y falso.
Cuando uno ya llevaba unos cursos de docencia a las espaldas
escuchaba a progenitores manifestar que sus hijos debían disfrutar de todo
aquello que él no tuvo. Y así nos fue. Y así nos va.
Hemos alcanzado la extraña situación de que el comienzo de
curso constituye un trauma, un caos. Menos mal que los críos son mucho más
inteligentes que nosotros y hacen del acontecer un ejercicio de convivencia y armonía. Menos mal. A pesar de los pesares,
queda un resquicio de esperanza.
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