miércoles, 12 de septiembre de 2018

Comienzo de curso

Pido disculpas, en primer lugar, al estimado amigo Jonás, al que robo la foto de su perfil de Facebook para ilustrar el presente comentario. Al tiempo que me sumo a las “felicitaciones” para el equipo de gobierno realejero por la celeridad demostrada en las obras veraniegas del RAM. Porque si se te ocurriera achacarle al alcalde, o a la concejal del ramo, la tardanza de las mismas, de tal suerte que han entrado los chicos en las aulas en medio de obreros y herramientas, te espetarán, con su jeta característica, que el estío acaba dentro de dos semanas.
Todos los años con la misma canción. Idéntico estribillo con similar sonsonete. Debates en radio y televisión, llamativos y destacados titulares de prensa, y las redes sociales echando humo hasta por las orejas.
Qué cara la vuelta al cole. Un ojo de la cara y parte del otro. Por no irme más abajo en la anatomía corporal. Se queja una madre, dos o tres, y los periodistas pontifican sus declaraciones y elevan el lamento a dogma de fe.
La cuesta de septiembre tiene más pendiente que la de enero. El desembolso se eleva a tanto, cuando no a cuanto. Los libros (que cambian cada año), el material (y si le toca un maestro nuevo, lo mismos dice que no le gusta), el uniforme… El colmo es que se suben al carro, alegremente, aquellos que han matriculado a sus vástagos en centros concertados. Y el summum, hasta alguno de los privados.
Muchas veces son las que he pensado, a lo largo de mi vida, si la etiqueta de padre o madre no nos queda ancha. Porque solemos obviar la inmensa responsabilidad que se contrae cuando se accede a tal categoría. Y escuchando ciertas declaraciones con respecto a los gastos inherentes a toda familia, me han dado ganas de contestar en más de una oportunidad con la cruda realidad de para qué los pariste entonces. Los hijos comen, se alimentan, hay que vestirlos adecuadamente, escolarizarlos y un sinfín de otras obligaciones.
Ya que la fotografía guarda relación con el colegio en el que trabajé durante más de dos décadas, invito a los dirigentes actuales de la Asociación de Madres y Padres del centro a que den a conocer la historia de los primeros años de funcionamiento de ese colectivo. De cómo la implicación fue santo y seña de un grupo de personas que arrimaron el hombro en un barrio que crecía a pasos agigantados. Y lo mismo ocurrió en otros lugares del pueblo.
En la actualidad, como lo queremos todo hecho y a la papa suave, a ser posible –y si no lo exijo–, nos sale más rentable protestar y que eso llamado estado del bienestar me solvente la papeleta y se haga cargo de mis obligaciones.
Se miente descaradamente en las cantidades que se publican. La Consejería de Educación viene desde hace muchos años manteniendo una línea de subvención importante en el tema de los libros de texto. Y las listas del material necesario para cada inicio de curso se conoce desde la finalización del anterior. Por lo que la planificación de las compras juega un papel determinante. Lo malo, y no queremos decirlo, es que antes, por aquello del bien quedar, debemos cumplir con los compromisos sociales de irme de vacaciones, viajar y disfrutar de todas las fiestas posibles. ¿Voy a ser yo menos que el vecino? Claro que tienes derecho, pero ¿y las prioridades? ¿Se las exijo al que gobierna, aunque yo no sea capaz de llevarlas a cabo en el seno familiar? Jolines, échate un higo.
No quiero entrar en la dinámica de los teléfonos móviles, de los artilugios informáticos y de todas las novedades habidas y por haber. Amén de tenis de marca, chándal de no sé qué y ropa del no sé cuánto. De lo que casi nadie se priva. Sí, todos los decimos y pensamos, pero no somos capaces de echarnos fuera del círculo.
 Yo también tuve que pasar por esa tesitura. Y mi hijo me reprochó cierto día que por qué no le compraba calzado deportivo de idéntica marca a la que usaba uno de sus amigos porque “corrían más”. Y tuvimos, mi mujer y yo, que poner ambos pares en el piso de la casa para comprobar si era certero su planteamiento. Como comprenderás, ni se movieron. Pero el simple gesto le sirvió para que asumiera que en la vida no todo consiste en soplar y hacer botellas.
Mucha falsedad y dosis importantes de caradura es lo que se estila en esta sociedad. En la que se impone la imperiosa necesidad de cursos de perfeccionamiento. En el que padres y madres deberían matricularse obligatoriamente. Porque estamos abocando a una siguiente generación de inútiles funcionales. Maleducados en la mentira y en la comodidad. A la que se le dibuja un futuro irreal y falso.
Cuando uno ya llevaba unos cursos de docencia a las espaldas escuchaba a progenitores manifestar que sus hijos debían disfrutar de todo aquello que él no tuvo. Y así nos fue. Y así nos va.
Hemos alcanzado la extraña situación de que el comienzo de curso constituye un trauma, un caos. Menos mal que los críos son mucho más inteligentes que nosotros y hacen del acontecer un ejercicio de convivencia  y armonía. Menos mal. A pesar de los pesares, queda un resquicio de esperanza.

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