jueves, 20 de septiembre de 2018

Comisiones de investigación

No debo ser yo el único que ha puesto, desde siempre, en tela de juicio la efectividad de las comisiones de investigación en los parlamentos. De las resoluciones adoptadas por las que ya concluyeron sus trabajos, a través de comparecencias, no se si se podrán contar con los dedos de una mano aquellas cuya importancia ha trascendido y han significado cualquier tipo de avance para evitar los desmanes que fueron indagados y para mejorar, siquiera en algo, esta corrompida sociedad.
El sentimiento casi generalizado es que constituyen una tomadura de pelo sin límites y un vano intento de justificación de los diputados para presentarse ante la opinión pública como unos currantes de armas tomar. El único provecho conocido es el del incremento salarial –pregúntenselo a Quevedo y Oramas– en sus nóminas, porque siguen yendo a Madrid los martes por la mañana y regresan a sus lugares de origen los jueves por la tarde. Es más, las eternizan a base de marear perdices, y toda la fauna mundial, con tal de incrementar un par de folios sus conclusiones, que pasarán a engrosar el capítulo de papel mojado. Y si te he visto, no me acuerdo.
Anteayer, lo de Aznar fue de traca. Que, y hagamos memoria y salvemos las posibles distancias de comportamiento, apenas difiere de la que en su día Rajoy nos deleitó ante el tribunal de la Gürtel. Cuya sentencia es archiconocida, pero que no se la enviaron a José Mari, por lo que en el Congreso de los Diputados negó todo lo habido y por haber. Y después de mostrarse como lo que es, un mentiroso compulsivo, sacó a relucir aquellos aspectos de sus personalidad –chulería, arrogancia, petulancia, jactancia, pedantería, engreimiento, vanidad, fanfarronería– con tanta eficacia que ya ayer Casado demostró cómo son capaces de aprenderse las lecciones en el Partido Popular. Por aquí decimos que todo se pega.
Como al actual presidente –reitero, ayer ungido por, quizás, el más peligroso del Trío de las Azores– se halla en tela de juicio por la jueza del caso Máster, cuya exposición razonada deberá ser sometida a consideración por cuatro magistrados del Supremo (de cinco que conforman la Sala) ascendidos a tal instancia por vocales del PP en el Consejo General de Poder Judicial, lejos de amilanarse por hallarse en tal tesitura, se ha transformado en apenas 24 horas que ya imita el “váyase, señor González”, con un arrojo digno del maestro, personaje currito donde los haya.
En mi pueblo no son ajenos a estas componendas. Y ayer, asimismo, el señor alcalde daba a conocer la puesta en funcionamiento de otra comisión: la de sugerencias y reclamaciones vecinales. Pero su carácter olvidadizo provocó otra de sus amnesias seculares y no dio a conocer que lo que ahora considera como logro del gobierno municipal (así, por la jeta), partió de una propuesta del grupo socialista en una sesión plenaria de hace la tira, pero que por evidentes razones electorales ve la luz cuando ya mayo se aproxima. Y  es que con el doctor Aznar como teólogo de cabecera, qué otra cosa podría esperarse.
De igual manera que el expresidente niega la existencia de la caja B (reconocida por la sentencia precitada), el no conocer a un tal Correa (que casualmente fue invitado a la boda de su hija), mucho menos a otro mentado como El Bigotes (será por eso que él se lo afeitó, como hizo también Soria), amén de otras zalamerías, bélicas o no, la nueva hornada, realejera o no, aprende a pasos agigantados. En unos trimestres más, alumnos aventajados.
Me traslada la wikipedia que las comisiones de investigación son órganos que los parlamentos pueden crear para investigar situaciones de interés público. Sus conclusiones no son vinculantes, siendo, por lo tanto, decisiones políticas sin efectos legales. Sentado lo cual, díganme ustedes si el esperpento aznariano del pasado miércoles, espectáculo grotesco con categoría de huracán, constituyó lección a enmarcar.
Lo dicho, señores (y señoras) diputados (y diputadas): échense, sus señorías, un higo de pico. Dos no, que se tupen. Malimpriados sueldos.

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