Allá por el mes de abril de este mismo año escribí un
artículo, que titulé Renuncio, en el que, grosso modo, solo vine a quedarme con
el título de rebenque de la platanera. Como sé de la generosidad de mis escasos
lectores –al decir de los populares que no hacen gran cosa, pero saben vivir
del cuento; incluyan a los de mi pueblo– me van a permitir que añada el de alcalde
pedáneo de La Gorvorana, porque honorario y perpetuo me parece mucho.
Después de casi cuatro décadas transitando por aulas y
pasillos, ayer sentí un miedo terrible. Y es que a medida que se destapan más
chanchullos en la Universidad Rey Juan Carlos (URJC), donde los másteres salen
como churros y se adquieren con más facilidad que en la tómbola de las fiestas
de barrio, dudo de si el diploma que guardo en el viejo armario lo obtuve por
méritos propios o me lo encontré botado en la cuneta en cualquiera de los
viajes que hicimos hasta La Laguna. Menos mal que ya uno está jubilado y el presunto
delito debió prescribir.
Estoy pensando seriamente darle fuego a esos malos recuerdos
que guardo celosamente, bien enrollados, en el lugar que ya te indiqué, porque
la duda me atenaza. Pero al tiempo, y tras sacudir la cabeza, pienso en la
desgracia de haber nacido antes del estado del bienestar, época en la que el
esfuerzo, el tesón y el trabajo eran señas de identidad.
Ahora tú vas a la universidad de marras, más concretamente
al Instituto de Derecho Público (IDP), te identificas como político al uso
(bien cargo orgánico, bien cargo institucional), enseñas el carné (o lo llevas
entre los dientes) y desde ese instante, tras el pago de las tasas
correspondientes (lo de la propina por debajo de la mesa yo jamás lo he dicho;
¿cómo?, ¿pensado?, y a ti qué te importa), sales con la mitad de créditos bajo
el brazo. El otro 50% te será enviado a casa, sin costes añadidos. Esa es la
impresión que nos da en este triste tejemaneje (enredo poco claro para
conseguir algo) que, a la luz de todo lo publicado, se cocinaba en el IDP. Y
bien poco me importan si los apellidos son Cifuentes, Casado o Montón. Lo que está claro es que parecen ser un montón.
Yo no sé qué habría hecho, o cuál hubiera sido mi reacción,
ante la posibilidad de que en mi trayectoria profesional se me hubiese
planteado la situación descrita. Porque a nadie le amarga un dulce y un regalo
siempre es de agradecer. Y te lo cuenta alguien que jamás ha aceptado dádiva
alguna y ha mantenido como bandera la honradez a prueba de bombas. La expresión
de tú hiciste el gilipollas, que hace la tira de tiempo me espetó un buen amigo
–de derechas, convicto y confeso– al referirse a mi corta estancia en cargo
público, puede valer de pauta. Pero te juro que si ahora voy a la universidad
regalona y me brindan todas las prerrogativas que algunos han tenido la fortuna
de poder disfrutar, lo mismo dudo. No se rasguen, pues, las vestiduras los
puritanos de turno y esperemos que los turbios asuntos investigados sean
clarificados de todas todas. Solemos obviar, los periodistas también, o más, la
presunción de inocencia. Y como las redes sociales no contribuyen a ello y se
erigen en jueces implacables en la mayoría de ocasiones, peor el remedio que la
enfermedad.
Qué pena de centro público. Qué manera de echar por tierra
principios y valores. Qué burda postura en otra reencarnación del typical spanish. Me congratulo de no
tener máster alguno. No habría soportado tanta presión. Conclusión: ciérrenla
antes de que la metástasis sea irreversible.
Aquellos que hemos tenido la oportunidad de cursar estudios
en diferentes etapas y centros docentes con mayor o menor fortuna, sabemos de
personas trepadoras. De advenedizos que ha querido conseguir títulos con el menor
esfuerzo posible. Adulones, cantamañanas y correveidiles, a porrillo. Ahora
mismo, verbigracia, en mi pueblo encontramos a jóvenes figurines que parasitan
a la sombra de ciertos dirigentes y cuyo único objetivo consiste en medrar a
costa del erario público. Menos mal, consuelo de tontos, que sus escasos
estudios no le abren puertas de futuros másteres, que si no… Pero que desde la
institución académica se promocionen estas prácticas, manda eggs.
Bolsillos de cristal, sostenía Tierno Galván. Espejos o modelos,
mantiene este gorvoranero. Y el que la hace, que la pague. Demostrados los
hechos por quien competa, nunca antes, a sufragar los daños causados. Ni siglas
ni órdenes bajo cuerda.
¿Y las universidades? Que los magníficos rectores actúen
como tales. Que la concepción ciudadana acabe en la sospecha de que organizar
un máster se ha convertido en sinónimo de componenda y negocio, malo no, peor.
¿Y a los periodistas? Investigar, sí; denunciar, siempre;
jueces, nunca. Aunque haya mucho vendido que denigre la profesión.
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