martes, 11 de septiembre de 2018

Másteres

Allá por el mes de abril de este mismo año escribí un artículo, que titulé Renuncio, en el que, grosso modo, solo vine a quedarme con el título de rebenque de la platanera. Como sé de la generosidad de mis escasos lectores –al decir de los populares que no hacen gran cosa, pero saben vivir del cuento; incluyan a los de mi pueblo– me van a permitir que añada el de alcalde pedáneo de La Gorvorana, porque honorario y perpetuo me parece mucho.
Después de casi cuatro décadas transitando por aulas y pasillos, ayer sentí un miedo terrible. Y es que a medida que se destapan más chanchullos en la Universidad Rey Juan Carlos (URJC), donde los másteres salen como churros y se adquieren con más facilidad que en la tómbola de las fiestas de barrio, dudo de si el diploma que guardo en el viejo armario lo obtuve por méritos propios o me lo encontré botado en la cuneta en cualquiera de los viajes que hicimos hasta La Laguna. Menos mal que ya uno está jubilado y el presunto delito debió prescribir.
Estoy pensando seriamente darle fuego a esos malos recuerdos que guardo celosamente, bien enrollados, en el lugar que ya te indiqué, porque la duda me atenaza. Pero al tiempo, y tras sacudir la cabeza, pienso en la desgracia de haber nacido antes del estado del bienestar, época en la que el esfuerzo, el tesón y el trabajo eran señas de identidad.
Ahora tú vas a la universidad de marras, más concretamente al Instituto de Derecho Público (IDP), te identificas como político al uso (bien cargo orgánico, bien cargo institucional), enseñas el carné (o lo llevas entre los dientes) y desde ese instante, tras el pago de las tasas correspondientes (lo de la propina por debajo de la mesa yo jamás lo he dicho; ¿cómo?, ¿pensado?, y a ti qué te importa), sales con la mitad de créditos bajo el brazo. El otro 50% te será enviado a casa, sin costes añadidos. Esa es la impresión que nos da en este triste tejemaneje (enredo poco claro para conseguir algo) que, a la luz de todo lo publicado, se cocinaba en el IDP. Y bien poco me importan si los apellidos son Cifuentes, Casado o Montón. Lo que está claro es que parecen ser un montón.
Yo no sé qué habría hecho, o cuál hubiera sido mi reacción, ante la posibilidad de que en mi trayectoria profesional se me hubiese planteado la situación descrita. Porque a nadie le amarga un dulce y un regalo siempre es de agradecer. Y te lo cuenta alguien que jamás ha aceptado dádiva alguna y ha mantenido como bandera la honradez a prueba de bombas. La expresión de tú hiciste el gilipollas, que hace la tira de tiempo me espetó un buen amigo –de derechas, convicto y confeso– al referirse a mi corta estancia en cargo público, puede valer de pauta. Pero te juro que si ahora voy a la universidad regalona y me brindan todas las prerrogativas que algunos han tenido la fortuna de poder disfrutar, lo mismo dudo. No se rasguen, pues, las vestiduras los puritanos de turno y esperemos que los turbios asuntos investigados sean clarificados de todas todas. Solemos obviar, los periodistas también, o más, la presunción de inocencia. Y como las redes sociales no contribuyen a ello y se erigen en jueces implacables en la mayoría de ocasiones, peor el remedio que la enfermedad.
Qué pena de centro público. Qué manera de echar por tierra principios y valores. Qué burda postura en otra reencarnación del typical spanish. Me congratulo de no tener máster alguno. No habría soportado tanta presión. Conclusión: ciérrenla antes de que la metástasis sea irreversible.
Aquellos que hemos tenido la oportunidad de cursar estudios en diferentes etapas y centros docentes con mayor o menor fortuna, sabemos de personas trepadoras. De advenedizos que ha querido conseguir títulos con el menor esfuerzo posible. Adulones, cantamañanas y correveidiles, a porrillo. Ahora mismo, verbigracia, en mi pueblo encontramos a jóvenes figurines que parasitan a la sombra de ciertos dirigentes y cuyo único objetivo consiste en medrar a costa del erario público. Menos mal, consuelo de tontos, que sus escasos estudios no le abren puertas de futuros másteres, que si no… Pero que desde la institución académica se promocionen estas prácticas, manda eggs.
Bolsillos de cristal, sostenía Tierno Galván. Espejos o modelos, mantiene este gorvoranero. Y el que la hace, que la pague. Demostrados los hechos por quien competa, nunca antes, a sufragar los daños causados. Ni siglas ni órdenes bajo cuerda.
¿Y las universidades? Que los magníficos rectores actúen como tales. Que la concepción ciudadana acabe en la sospecha de que organizar un máster se ha convertido en sinónimo de componenda y negocio, malo no, peor.
¿Y a los periodistas? Investigar, sí; denunciar, siempre; jueces, nunca. Aunque haya mucho vendido que denigre la profesión.

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