jueves, 4 de mayo de 2017

Simon

4 de mayo, el día después. Como redacto las líneas, como mínimo, la jornada anterior, desconozco quién ha ganado este año. Me imagino que los fogueteros, como siempre. Porque como uno perdió la fe tiempo atrás y este acontecimiento pirotécnico hunde sus raíces en las más profundas convicciones religiosas (así mismo me lo espetaron hace unos años), debe escuchar comentarios al respecto. Que no difieren gran cosa de los que te tropiezas después de un partido de fútbol de cierta enjundia. Y para quedar bien con los unos y los otros, lo dejamos en un empate, ¿les parece?
El del título no es aquel que acompañaba a Garfunkel y que nos deleitaban con Sound of silence, el cóndor pasa o Mrs. Robinson. Tampoco es Simón (con tilde), el gavetero. Te explico:
Estaba yo investigando en La Razón por si Marhuenda se había vuelto a meter en cualquier lío y tropecé con el protagonista de la historia de hoy. Se trata de un hermoso ejemplar de conejo. Bueno, se trataba, porque el pobre murió volando. No es que se fuera de una pared abajo –para imitar a un servidor–, sino que sufrió el percance en un vuelo de United Airlines. Esa compañía que ya ha tenido serios percances recientemente. Como echar (a rastras) a un pasajero a la calle, o escalerillas abajo, por razones de overbooking y cuyo vídeo se propagó como la pólvora. Qué mejor expresión, ya que hemos comenzado con fuegos artificiales.
Hay una cuidadora de tales animalitos en Inglaterra que se dedica a batir récords con los lagomorfos (esto lo consulté) y no sé por qué extraño sortilegio o tipo de alimentación, los bichos crecen mucho más de las dimensiones consideradas normales. Este en concreto, Simon, fue examinado por un veterinario antes de subir a bordo y por lo visto se hallaba en perfectas condiciones para soportar el largo vuelo. Tendrán, me imagino, los certificados que acrediten su buen estado de salud. Pero el hecho es que cuando el Boing 767 aterrizó en Chicago, el pobre había estirado las patas para siempre jamás. Las cuatro. Y las orejas.
Con 10 meses de vida, el susodicho medía ya 91 centímetros y se estimaba que superaría con facilidad los 132 de los que presume el actual poseedor del título, un tal Darius. Y que también pertenece a quien había adquirido al difunto, a saber, la exmodelo de la revista Playboy, Anette Edwards. A la señora, ya sexagenaria, le ha dado por coleccionar fetiches vivitos y coleando. Y qué mejor, pienso, que aquellos animales con los que se identificó cuando estaba en activo. Eso, las conejitas. Y los quiere bien grandes y hermosos. Como el de aquella famosa canción cuartelera: el conejo de la Lole. Aunque este último era chiquitito y juguetón; y como su novio era hortelano y cultivaba coles, guardaba los troncos grandes… Ya está.
A las demandas anteriores, la compañía aérea se enfrenta con un nuevo problema y de capital trascendencia. Porque haber dejado morir el conejo de Anette no es asunto baladí. Tal cuestión debe cuantificarse en un fajo importante de dólares (o libras esterlinas). Porque ya se pueden imaginar ustedes el tremendo disgusto de la señora. Que acude con gran alegría a la terminal y comprueba cómo un error o descuido de la aerolínea da al traste con su inversión. Con lo contenta que ya ella se veía con su nueva mascota, con otro conejo. La información no indica cuántos tiene en la actualidad.
Esto no es lo mismo que si te estropean una maleta o te pierden una muleta. Aquí se ha jugado con los sentimientos de toda una experta conejil. Y que no cuida uno conejos cualesquiera. La hermosura de los susodichos salta a la vista en las innumerables fotografías que Internet nos brinda. Y es que después que se inventaron los móviles, no hay conejo que se resista. Todos quedan inmortalizados.
Como ya en Valencia se fabrican carcasas de fuegos artificiales que portan las cenizas de aquellos forofos que desean acabar su andadura terrenal con un sonoro y colorido estampido, y ya que la atribulada coleccionista habrá quedado hecha gofio, cualquiera de nuestra calles señeras en voladores, cañones y palmeras bien podría invitarla para el próximo año. Ella traería de Estados Unidos las cenizas de Simon y aquí, el 3 de mayo, le rendiríamos los honores que se merece. Todo ello contando con la aquiescencia del señor cura, pues, según me cuentan, el hombre tiene días, y arrebatos.
Voy a limpiar la azotea. Cuando barro, medito y pienso si no estaré mandando para la basura algún espíritu. De conejo, todavía. ¿O sí?

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