4 de mayo, el día después. Como redacto las líneas, como
mínimo, la jornada anterior, desconozco quién ha ganado este año. Me imagino
que los fogueteros, como siempre. Porque como uno perdió la fe tiempo atrás y
este acontecimiento pirotécnico hunde sus raíces en las más profundas
convicciones religiosas (así mismo me lo espetaron hace unos años), debe
escuchar comentarios al respecto. Que no difieren gran cosa de los que te
tropiezas después de un partido de fútbol de cierta enjundia. Y para quedar
bien con los unos y los otros, lo dejamos en un empate, ¿les parece?
El del título no es aquel que acompañaba a Garfunkel y que
nos deleitaban con Sound of silence, el cóndor pasa o Mrs. Robinson. Tampoco es
Simón (con tilde), el gavetero. Te explico:
Estaba yo investigando en La Razón por si Marhuenda se había
vuelto a meter en cualquier lío y tropecé con el protagonista de la historia de
hoy. Se trata de un hermoso ejemplar de conejo. Bueno, se trataba, porque el pobre
murió volando. No es que se fuera de una pared abajo –para imitar a un servidor–,
sino que sufrió el percance en un vuelo de United Airlines. Esa compañía que ya
ha tenido serios percances recientemente. Como echar (a rastras) a un pasajero
a la calle, o escalerillas abajo, por razones de overbooking y cuyo vídeo se propagó como la pólvora. Qué mejor
expresión, ya que hemos comenzado con fuegos artificiales.
Hay una cuidadora de tales animalitos en Inglaterra que se
dedica a batir récords con los lagomorfos (esto lo consulté) y no sé por qué
extraño sortilegio o tipo de alimentación, los bichos crecen mucho más de las
dimensiones consideradas normales. Este en concreto, Simon, fue examinado por
un veterinario antes de subir a bordo y por lo visto se hallaba en perfectas condiciones
para soportar el largo vuelo. Tendrán, me imagino, los certificados que
acrediten su buen estado de salud. Pero el hecho es que cuando el Boing 767
aterrizó en Chicago, el pobre había estirado las patas para siempre jamás. Las
cuatro. Y las orejas.
Con 10 meses de vida, el susodicho medía ya 91 centímetros y
se estimaba que superaría con facilidad los 132 de los que presume el actual
poseedor del título, un tal Darius. Y que también pertenece a quien había
adquirido al difunto, a saber, la exmodelo de la revista Playboy, Anette
Edwards. A la señora, ya sexagenaria, le ha dado por coleccionar fetiches
vivitos y coleando. Y qué mejor, pienso, que aquellos animales con los que se
identificó cuando estaba en activo. Eso, las conejitas. Y los quiere bien
grandes y hermosos. Como el de aquella famosa canción cuartelera: el conejo de
la Lole. Aunque este último era chiquitito y juguetón; y como su novio era
hortelano y cultivaba coles, guardaba los troncos grandes… Ya está.
A las demandas anteriores, la compañía aérea se enfrenta con
un nuevo problema y de capital trascendencia. Porque haber dejado morir el conejo
de Anette no es asunto baladí. Tal cuestión debe cuantificarse en un fajo
importante de dólares (o libras esterlinas). Porque ya se pueden imaginar
ustedes el tremendo disgusto de la señora. Que acude con gran alegría a la
terminal y comprueba cómo un error o descuido de la aerolínea da al traste con
su inversión. Con lo contenta que ya ella se veía con su nueva mascota, con
otro conejo. La información no indica cuántos tiene en la actualidad.
Esto no es lo mismo que si te estropean una maleta o te
pierden una muleta. Aquí se ha jugado con los sentimientos de toda una experta
conejil. Y que no cuida uno conejos cualesquiera. La hermosura de los
susodichos salta a la vista en las innumerables fotografías que Internet nos
brinda. Y es que después que se inventaron los móviles, no hay conejo que se resista.
Todos quedan inmortalizados.
Como ya en Valencia se fabrican carcasas de fuegos
artificiales que portan las cenizas de aquellos forofos que desean acabar su
andadura terrenal con un sonoro y colorido estampido, y ya que la atribulada
coleccionista habrá quedado hecha gofio, cualquiera de nuestra calles señeras
en voladores, cañones y palmeras bien podría invitarla para el próximo año.
Ella traería de Estados Unidos las cenizas de Simon y aquí, el 3 de mayo, le rendiríamos
los honores que se merece. Todo ello contando con la aquiescencia del señor
cura, pues, según me cuentan, el hombre tiene días, y arrebatos.
Voy a limpiar la azotea. Cuando barro, medito y pienso si no
estaré mandando para la basura algún espíritu. De conejo, todavía. ¿O sí?
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