viernes, 12 de mayo de 2017

Mayo

Era mayo, cuando yo estaba en la escuela de La Longuera, el mes de las flores, el mes de María. Y nos distribuía el maestro, don Andrés Carballo Real, en cuatro grupos (trabajo en equipo). Y realizábamos en aquel salón, antipedagógico al cien por cien (ni iluminación adecuada, peor ventilación, sin retrete –íbamos a mear a una pared de zahorra que ya la teníamos como un queso de Gruyère–, cuatro alumnos por metro cuadrado y otras lindezas más), unos altares con todas las plantas que podíamos agenciar y que colocábamos en unos cajones que armábamos en forma de escalera. Y nos picábamos en inocente competencia como cuando nos daban las huchas de la Santa Infancia para recoger dinero para los negritos. Eso nos decían. Tiempos de escasez y miseria en los que la generosidad hacía más acto de presencia que en estos días del euro, donde desechamos los céntimos porque manchan.
Mayo es ahora festivo por excelencia. Y en Canarias, porque el 30 celebramos el Día de la Comunidad, nos acordamos de la lucha, del folclore, de los trajes típicos, del gofio amasado y del chorizo de Teror. Nos vamos de romería y entonamos coplas que hablan de magos, de la belleza sin par y de San Isidro. Que no le ha ayudado este año demasiado al campo con generosas lluvias. De tanto insistirle en que quite el agua y ponga el sol, abatatados estamos.
Volvemos a reclamar el habla canaria como seña de identidad y nos lamentamos de que la globalización provoque estragos en la que era nuestra manera habitual de expresarnos. Porque junto a la costumbre de enfundarnos la ropa tradicional y llenarnos el sombrero de telarañas, parece que nos avergüenza reconocer que nos quedamos abaifados después de una buena comida y que en esas condiciones no nos ajeitamos para casi nada.
Y de tal guisa parecemos fuertes arritrancos, con lo que nos pasamos medio día apalastrados a más no poder. En tal caso, no sería de extrañar que llegase cualquier ardiloso para brindarnos un abanador. Por si el dichoso abichorno, amén de dejarnos amulados, nos cause cualquier arripio y nos debamos afuchar, cual camello conejero.
El hombre del campo, al que algunos ilustrados llaman mago con desdén y desprecio, sabe mucho del lenguaje autóctono. Ese que no desmerece un ápice, según el catedrático, y mejor amigo, Humberto Hernández, del español que pueda escucharse en la capital de reino o la Pampa argentina. Y aunque me tache de forzar la situación, hoy me apetece seguir jugando con la a. De ahí las negritas. Y como este mes debe estar dedicado a él y a la encomiable labor de jociquiar la tierra desde los claros del día hasta que el astro rey se oculte en los confines de la mar océana, mi reconocimiento en forma de unas ‘boberías’:
Se abruta el hombre del campo, / se amontullan sus quehaceres, / asigún y mientras tanto, / él se amaña como puede.
¿Dónde agenciaste la burra / que vienes tan agoniado?; / ten cuidado que se empurra, / no seas atoletado.
Se aporruñó los deditos / por ser muy fuerte atracado, / quiso abracar él solito / todo aquel saco abichado.
En la huerta me afuché, / asigún yo diba entrando; / es un airón, yo pensé, / y dispués me fui entonando.
Me amocharon todo el millo / cogiendo los amorsecos, / si yo tranco al muy golfillo, / dos buenos palos le meto.
Hay más, pero para muestra este botón. El conjunto de todas ellas mereció, a juicio del jurado, el segundo premio del Concurso de Coplas de las Fiestas de San Benito, en La Laguna (julio de 2003). Y me hallaba de viaje por tierras peninsulares por lo que me hija se encargó de recoger la placa acreditativa.
Uno, que perteneció unos buenos cuantos años a un grupo folclórico y que ha visto musicadas variadas letras, y que ahora se halla en estado de verlas venir, se alegra de que el pueblo lo pase bien. Y este nuestro tiene sobrados motivos porque festejos no faltan. Pero como aún sigo en periodo de desconexión, si no me ven en los actos no crean que no los comparta. Bueno, con los de las elecciones de romeras, misses, reinas y demás me hallo medio atrabancado.
Disfruten del fin de semana. Colchoneros y culés también, y a vivir que son dos días.

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