Antonio Jiménez Martínez es periodista con amplia
trayectoria en el gremio. Sus andanzas radiofónicas por casi todas las emisoras
conocidas lo conducen a la dirección de Radio Intereconomía y de ahí da el
salto a la pequeña pantalla como presentador de El gato al agua (Intereconomía
TV). Y en 2013 recala en 13 TV, canal de la Conferencia Episcopal, para
conducir El cascabel. Que sí, yo tampoco lo veo, pero zapeo, como tú, ¿o no?
Este medio de comunicación basa su programación (es lo que
dicta su línea editorial) en la difusión de los valores y credo de la Iglesia
Católica. Algo que no dista mucho de las que con marcado deber católico emiten
programas de formación comprometida con dicha moral a base de insultos,
vejaciones, extorsiones, bajo el aderezo de un vocabulario exquisito, delicado,
fino, elegante, amable, atento, correcto… Que es lo que un tocayo, de transitar
ahora por los difíciles vericuetos de la sociedad actual, demandaría de un buen
practicante. Y que no correría de los templos a los allí congregados, sino que…
les llamaría la atención.
Puede que me haya quedado corto con los calificativos del
titular. Porque en la noche del pasado lunes, mientras el periodista (aunque me
cueste reconocerlo, y mucho más escribirlo), junto a su cohorte de tertulianos
(incluyan a un tal Corcuera, víctima –pobrecito– de la victoria de Sánchez),
ejercía su papel de ¿comunicador?, se produce en el Manchester Arena, durante
un concierto de la cantante estadounidense Ariana Grande, el terrible atentado
del que tanto se ha escrito, y hablado, en estas últimas horas. Y del que te
supongo debidamente informado.
A pesar de que un reportero narra en directo lo que se
conocía hasta esos instantes de la espantosa masacre, el susodicho impresentable
vacila (de la acepción engañar, tomar el pelo, burlarse o reírse de alguien) durante
buen rato con los estadios de fútbol de los dos clubes representativos de
aquella ciudad, el United y el City.
Debieron los tertulianos percatarse de la gravedad del
asunto porque tras unos segundos de embarazoso silencio, sale al quite el
singular Marhuenda: “Te voy a dar una lección, querido hermano; hay algo más
aparte del fútbol”. A lo que no satisfecho aún con su valiente arrojo, el
indecente Jiménez, se atreve a replicar entre risas: “No, el fútbol es lo más
importante; y el Madrid mucho más”.
Muchas lecciones deberá aprender este engendro cuando el
ínclito Paco (Marhuenda) le recrimina su intervención. Cuando la necesidad
corrige al hambre una acción, no nos queda otra que reconocer la mucha mierda
que se esparce en el plató de esa televisión. Y todo ello consentido por unos
patrones (los obispos) que deberían reconsiderar el papel encomendado. Inteligencia,
escasa; humanidad, menos. Agravios que se perdonan con golpes en el pecho. Bien
de aguante costillar tienen.
El hecho es gravísimo. Y como parece no haber visos de que
el enfermo mejore, tardando están creyentes de buena fe y curas que dan el
callo al frente de sus parroquias en elevar sonora queja ante estos dislates.
Porque no es justificable que un dinero depositado con buena voluntad para
nobles causas se despilfarre de manera tan grosera, tan burda. Y que en nada
ayuda a la labor que se le presupone a una institución cuyos fundamentos son
otros bien diferentes. A perdonar el símil: sublévense las bases. Ejemplos
recientes, muy cercanos, haylos.
Pero aun así, siendo peligrosos estos aconteceres, poco nos
sorprende a los que atesoramos unos gramos de sensatez por estos andurriales (sitios,
parajes) norteños. Pues estamos vacunados contra procederes tales. Cosas peores
se han visto, se ven y, si los poderes siguen mirando a la punta del muelle, ‘comulgaremos’
con estos teniques in sécula seculórum.
Amén.
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