sábado, 12 de octubre de 2019

Recogida selectiva

Hace años, casi veinte, comencé una andadura radiofónica con un comentario semanal. Que simultaneaba con presencias en medios de comunicación impresos de esta isla. Algo así como lo que hago diariamente en este blog. Donde uno se expone a que cada cual piense lo que mejor crea conveniente. Y si te leyeron, vale. Pero algunos osados nadan en piscinas sin agua que da disgusto verlos. Esta fue la primera de aquellas intervenciones. Que puede guardar estrecha relación con el deficiente servicio que se viene prestando en Los Realejos en esta faceta (plásticos y envases sobre todo, y cuyos contenedores –amarillos– no existían hace dos décadas en el pueblo), dando la impresión de que no avanzamos lo suficiente. Y de seguir así, la mierda (con perdón) nos come…

"Digna de aplauso la idea de ubicar contenedores en muchos rincones de este y de otros municipios, a fin de que los vecinos nos acostumbremos a realizar una selección previa de los desechos, de las basuras. Y da la impresión de que se está haciendo bien. Siempre están las excepciones de rigor, pero se me antojan inevitables. Pero hay aspectos a mejorar. Me explico: la retirada de papeles y cartones, por un lado, y del vidrio, por otro, no se lleva a cabo con la frecuencia conveniente. Porque se está convirtiendo en habitual el contemplar los recipientes llenos hasta los topes durante muchos días. Y el ciudadano, que con la mejor intención del mundo va a colocar las botellas, al comprobar que ya no caben más, las deja al ladito. Y el vecino, tres cuartos de lo mismo. En un santiamén, aparece alrededor del contenedor muchísimo vidrio. Muchas veces son el blanco de los desaprensivos de turno. Otras, se van esparciendo por los contornos. Sería conveniente llevar a efecto un estudio para que se proceda a establecer una recogida más acorde con la cantidad de productos depositados.

Y si existiera la posibilidad de adecuar nuestros depósitos en esos contenedores con las horas de recogida, sobre todo en la basura digamos normal, menor tiempo de espectáculo que daña vista y olfato. Porque no es normal que recién pasado el camión, salga alguno o alguna, incluso en pijama, a poner la bolsa. La educación cívica no es solo misión de la escuela, eterno recurso en el que nos escudamos a la hora de echar culpas. Por cierto, si existiese la posibilidad de recoger aparte los plásticos, habríamos dado un paso de gigante. Porque el resto, prácticamente, sería materia orgánica, tan reciclable como los otros productos aludidos.

He tenido la suerte, o la desgracia, vaya usted a saber, de mantener auténticos debates con propietarios en edificios en los que se concentran diez, veinte o más viviendas. Y alegan que deben sacar la bolsa, a cualquier hora, porque no tienen donde dejarla. Y yo pregunto: ¿y qué diferencia hay con una casa de dos pisos y dos viviendas en la que tampoco exista ese depósito? ¿Por qué pueden estos últimos dejarla bajo el poyo de la cocina hasta la tarde-noche –recuérdese que la recogida es diaria– y no los otros? Un piso es un piso en un edificio grande y en uno pequeño. La cantidad de ellos nada tiene que ver con algo tan elemental como es nuestro deber ciudadano de mantener limpio el pueblo. Y no hay edificio de esas características que tenga en alguno de sus portales de entrada los contenedores de basura delante. No, están más alejados, para que los olores producidos por los restos de unos acompañen a otros.  Sería mucho más lógico que cada palo aguante su vela. Hay otras formas y maneras de decirlo, pero como todos me entienden, dejaré las explicaciones más bastas para más adelante por si la ocasión se tercia.

Luego nos quejamos –es el recurso fácil– de que el pueblo está sucio por falta de barrenderos. Ojalá llegara el día en que estos no hagan falta. Sería, desde luego, ejemplo inequívoco de que cumplimos a rajatabla con nuestros deberes, de que estamos haciendo la tarea encomendada como Dios manda".

Ayer pasó por casa el técnico encargado de la revisión del cuadro eléctrico. Charlamos largo rato y llegamos a la triste conclusión de que en la cosa pública no avanzamos al ritmo adecuado. Salvo a la hora de fijarse sueldos. Pero ese es otro estribillo.

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