Hace años, casi veinte, comencé una andadura radiofónica con
un comentario semanal. Que simultaneaba con presencias en medios de
comunicación impresos de esta isla. Algo así como lo que hago diariamente en este
blog. Donde uno se expone a que cada cual piense lo que mejor crea conveniente.
Y si te leyeron, vale. Pero algunos osados nadan en piscinas sin agua que da
disgusto verlos. Esta fue la primera de aquellas intervenciones. Que puede
guardar estrecha relación con el deficiente servicio que se viene prestando en
Los Realejos en esta faceta (plásticos y envases sobre todo, y cuyos
contenedores –amarillos– no existían hace dos décadas en el pueblo), dando la
impresión de que no avanzamos lo suficiente. Y de seguir así, la mierda (con
perdón) nos come…
"Digna de aplauso la idea de ubicar contenedores en muchos
rincones de este y de otros municipios, a fin de que los vecinos nos
acostumbremos a realizar una selección previa de los desechos, de las basuras.
Y da la impresión de que se está haciendo bien. Siempre están las excepciones
de rigor, pero se me antojan inevitables. Pero hay aspectos a mejorar. Me
explico: la retirada de papeles y cartones, por un lado, y del vidrio, por
otro, no se lleva a cabo con la frecuencia conveniente. Porque se está
convirtiendo en habitual el contemplar los recipientes llenos hasta los topes
durante muchos días. Y el ciudadano, que con la mejor intención del mundo va a
colocar las botellas, al comprobar que ya no caben más, las deja al ladito. Y
el vecino, tres cuartos de lo mismo. En un santiamén, aparece alrededor del
contenedor muchísimo vidrio. Muchas veces son el blanco de los desaprensivos de
turno. Otras, se van esparciendo por los contornos. Sería conveniente llevar a
efecto un estudio para que se proceda a establecer una recogida más acorde con
la cantidad de productos depositados.
Y si existiera la posibilidad de adecuar nuestros
depósitos en esos contenedores con las horas de recogida, sobre todo en la
basura digamos normal, menor tiempo de espectáculo que daña vista y olfato.
Porque no es normal que recién pasado el camión, salga alguno o alguna, incluso
en pijama, a poner la bolsa. La educación cívica no es solo misión de la
escuela, eterno recurso en el que nos escudamos a la hora de echar culpas. Por
cierto, si existiese la posibilidad de recoger aparte los plásticos, habríamos
dado un paso de gigante. Porque el resto, prácticamente, sería materia
orgánica, tan reciclable como los otros productos aludidos.
He tenido la suerte, o la desgracia, vaya usted a saber,
de mantener auténticos debates con propietarios en edificios en los que se
concentran diez, veinte o más viviendas. Y alegan que deben sacar la bolsa, a
cualquier hora, porque no tienen donde dejarla. Y yo pregunto: ¿y qué
diferencia hay con una casa de dos pisos y dos viviendas en la que tampoco
exista ese depósito? ¿Por qué pueden estos últimos dejarla bajo el poyo de la
cocina hasta la tarde-noche –recuérdese que la recogida es diaria– y no los
otros? Un piso es un piso en un edificio grande y en uno pequeño. La cantidad
de ellos nada tiene que ver con algo tan elemental como es nuestro deber
ciudadano de mantener limpio el pueblo. Y no hay edificio de esas
características que tenga en alguno de sus portales de entrada los contenedores
de basura delante. No, están más alejados, para que los olores producidos por
los restos de unos acompañen a otros.
Sería mucho más lógico que cada palo aguante su vela. Hay otras formas y
maneras de decirlo, pero como todos me entienden, dejaré las explicaciones más
bastas para más adelante por si la ocasión se tercia.
Luego nos quejamos –es el recurso fácil– de que el pueblo
está sucio por falta de barrenderos. Ojalá llegara el día en que estos no hagan
falta. Sería, desde luego, ejemplo inequívoco de que cumplimos a rajatabla con
nuestros deberes, de que estamos haciendo la tarea encomendada como Dios manda".
Ayer
pasó por casa el técnico encargado de la revisión del cuadro eléctrico.
Charlamos largo rato y llegamos a la triste conclusión de que en la cosa pública
no avanzamos al ritmo adecuado. Salvo a la hora de fijarse sueldos. Pero ese es
otro estribillo.
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