Hoy es el día de San Valentín. Cuyos fundamentos históricos,
por lo que leo, nada tienen de románticos. Y sospecho (no poseo datos para
constatarlo) que en la actualidad guarda más relación con el montaje comercial
que con las flechas del amor que nos cantara Karina cuando la televisión, en
blanco y negro, era espectáculo del fin de semana en casa de Carmelina, en El
Toscal, con el único receptor de los contornos, que según ella le enviaron de
Venezuela, y que se podía ver con la corriente que suministraba aquel ruidoso
motor porque la luz eléctrica aún no había llegado al barrio. Sí, pues parece
que los electrodomésticos son inventos de siempre y los de mi edad no olvidamos
que pasamos toda la época de la escuela y del colegio San Agustín con velas,
quinqués y mucho más tarde el enorme adelanto de la marca Campingaz. Ese
invento maravilloso de pellizcar en la pared y encenderse una bombilla en el
techo llegó a La Gorvorana cuando la década de los sesenta del pasado siglo
casi se despedía. Así que hagan el favor de no hablarme de penurias y de
estarse lamentando cada tres por dos. Pero éramos felices y comíamos productos
que venían directamente de la huerta sin el recurso de publicidad alguna. Sin
necesidad de que hablara el hombre del campo para decir sí.
Hoy todo ha cambiado, como es fácil deducir. Y si aún
guardas razonables dudas, te invito a releer Pepillo y Juanillo (el libro, no
el blog). Hemos progresado en comodidades. Es tal la cantidad de aparatos existentes
en el hogar que constituye una tragedia el que falle la energía. Y se puede dar
la paradoja, si te hallas en cualquier comercio, que no es lo peor quedarse a
oscuras, sino que se plantee un serio problema para que te cobren, porque quien
maneja la caja registradora olvidó que el cálculo mental era ejercicio de
mentes despiertas. Las calculadoras, también en desuso por la proliferación de
otras tecnologías, no leen códigos de barras. Son las que yo denomino servidumbres
o esclavitudes. Supuestos de los que no
entendía aquel ventero analfabeto que con trazos, dibujos y garabatos no dejaba
escapar un céntimo en la cuenta. Y te despachaba un cuarto kilo de azúcar o un
vaso de vino blanco. Que Siña Frasca se lo echaba a un pan y se lo ‘mandaba’ con
más regusto que una reina pepiada de ahora mismo.
Hoy somos más inteligentes porque tenemos de todo. Echamos
mano de esa linterna que aparece en los anuncios y la hacemos funcionar en
cualquiera de sus cinco funciones: elevado, medio, bajo, estroboscópico (esto
tuve que buscarlo en el diccionario) y SOS. El no va más. Ahí es nada. Regalamos
al infante ese flamante coche de la foto (modelo que imita al que se encontraba
en el garaje de Ana Mato), que, merced al impulso de dos pilas de petaca (6
voltios cada una) y media docena de las grandes cilíndricas (de 1,5 V cada
ejemplar), es capaz de realizar cualquier función para envidia del mismísimo
Fernando Alonso, y el pequeño al poco rato juega con la caja que lo contenía, mientras
corre como un descosido por la casa imitando ruidos de cambios de marcha con
los sonidos de toda la vida. Y cómo renquea cuando llega a una cuesta. En
primera y refuerzo.
Hoy, en cambio, a pesar de tanto avance, seguimos en la más
supina ignorancia. Cuestión que uno creía problema congénito de la realeza
(cosa de Borbones, para entendernos). Pero se ha contagiado hasta tal punto que
la defensa de yo no sabía nada que esgrimió la Infanta Cristina ante quienes le
cuestionaban ciertos ingresos de su marido, ya es argumento válido para más
asuntos turbios. La exministra mentada en el párrafo anterior, verbigracia, es
también de corta memoria. Bajaba al garaje de su casa a buscar unas papas para
el potaje y ni se percataba de que allí, debidamente aparcados, cohabitaban
bajo su mismo techo unos elegantes vehículos. Cosas de mi marido, pensaba cada
vez que tropezaba con el carrito de la compra.
Hoy (por ayer; mariconada –ya estoy tan lúcido como Reverte–
que vemos en los periódicos de cuando en vez) te invita tu hija al cumpleaños
sorpresa y ni te sonrojas ante aquel maravilloso espectáculo de música y luces
de colores que haría envidiar al mismísimo Rey León, aquellos regalos impresionantes
que dejarían en la penumbra a cualquier estancia en los Disney al uso… Cosas de
mi ex. Que es lo que mola. Cuando la mujer se reivindica en todos los foros,
llegan estas toletas a desmontar logros y avances. Yo no sabía nada es defensa
ante jueces y fiscales. O, de lo contrario, el silencio más cómplice. Como el
del PP. El que calla, otorga. ¿O ya no?
Hoy he tenido la oportunidad de leer el contenido de la
conferencia impartida en la Universidad de Navarra por el director del
Washington Post, Marty Baron, bajo el título de Periodismo para tiempos nuevos
y turbulentos. Muy interesante, te la recomiendo: http://www.huffingtonpost.es/marty-baron/periodismo-en-los-tiempos_b_14634232.html?utm_hp_ref=spain.
Mucho nos queda por aprender. Sobre todo para cubrir las informaciones de las
que denigran el rol femenino con el yo no sabía nada. Expresión que también pudo
valer como titular del presente.
Hoy debemos estar preparados porque Rajoy, tras el baño de
multitudes, ha declarado que no convocará elecciones –sería un disparate,
sentenció– aunque no se aprueben los presupuestos. Fiel seguidor de que las
reglas se inventan para no ser cumplidas, otra promesa que añadir al extenso
capítulo. ¿Otro otoño caliente? No lo pongo en duda.
Hoy siguen muchos realejeros bailando una isa en cadena por
el nuevo cargo de nuestro alcalde. Se me
ocurre recomendarles para cuando despierten del sueño de los me gusta y de los
me encanta, que no se rasguen las vestiduras cuando la cruda realidad les meta
fuerte estampido y no se les ocurra mejor salida que argumentar el fracaso con
el consabido no sabía nada.
Y hoy acabo con el infinito reconocimiento a los que siguen
y comparten mis locuras, que son producto de concienzudas observaciones en el
retiro de La Corona, porque sin ustedes, sin sus ánimos, este blog sería un
rotundo fracaso. Y creo que con modestia vamos avanzando. Diecinueve mil
visitas en cuarenta y cinco artículos suponen una media de cuatrocientas
veintitantas ojeadas, muchas de las cuales se habrán traducido en lecturas.
Para ser comentarios políticos, en su mayoría, voy servido. Satisfecho y agradecido.
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