martes, 18 de diciembre de 2018

Merece un aplauso

Como mínimo. Si no una condecoración por tamaña osadía. Pero ha ocurrido todo lo contrario y se trata de otro episodio más de los que uno no entiende un desenlace que no concuerda con el relato de los hechos. Tienes razón, pero vas a la cárcel, suele escucharse. Y este puede ser un ejemplo significativo. Porque ves por ahí supuestos ciudadanos que defraudaron al fisco millones de euros (o sea que de fisco nada) y luego te enteras de que condenan a cualquier pobre diablo por robar una piña de plátanos con la finalidad de saciar las carreras de sus tripas. Incongruencias, discordancias o vaya usted a saber.
Un individuo ha sido detenido en Valencia por no devolver 222 libros a una biblioteca municipal. Se preguntarán ustedes, y con toda razón, cómo se las ingenió el infractor para seguir sacando libros del recinto sin restituir los que se había llevado a casa con anterioridad. Pues parece ser que engañaba a una de esas máquinas de devolución automática con una sencilla estratagema: fotocopiaba el código de barras y lo pasaba por el lector correspondiente y el ingenuo artilugio se tragaba la artimaña dando por hecho que el libro había retornado al lugar de origen. Y como el artefacto no se movía del lugar de emplazamiento para comprobarlo, me imagino que la encargada responsable notó los huecos en las estanterías y dio la voz de alarma.
Ignoro, claro está, si todo era tan sencillo o el ahora arrestado utilizaba otros recursos colaterales. Pero es tal el mérito de que alguien robe cultura en este país más dado a otros hurtos, que si llegara a demostrarse que guarda los libros sustraídos en casa con el único objetivo de leerlos en profundidad para incrementar su bagaje de conocimientos, estarán conmigo en que privarlo de libertad o multarlo por la osadía, no solo chocaría con los principios de toda sociedad moderna, sino que sentaríamos un precedente de muy difícil reparación en el futuro.
Habría que, en todo caso, hacerle un homenaje público por tan pedagógico proceder. Y premiarlo, ahora que vienen fiestas que se prestan a ello, con una dotación bibliográfica de las que hacen época. Como sabemos que en Navidad y Reyes se presentan novedades editoriales (aquí cerca tenemos Fiestas tradicionales en el Norte de Tenerife, de Isidro Felipe, y El retornado, de los crusanteros Yaya y Juan José), yo estaría dispuesto a colaborar. Y seguro que a miles de españoles no les importaría aplaudir la inquietud del supuesto ladrón sumándose a la iniciativa.
Dicen que los juzgados están hasta los topes de casos sin resolver. Y de otra parte se ha comentado desde siempre que un mal acuerdo compensa los efectos de un buen juicio. Así que matemos dos pájaros de un tiro: solventemos el particular con una buena dosis de sentido común y despejemos las mesas de tribunales y audiencias. Es de justicia, y nunca mejor dicho (escrito).
Como llegué a la época en que ya no mendigo más para aumentar la colección que ves en la ilustración (creo que falta uno), decido, motu proprio (no de motu propio ni a grosso modo), mientras no me saque la Primitiva y monte un chiringuito por mi cuenta, ponerme en plan filantrópico y rompo otra lanza (la anterior fue por Gabriel, el cura de Toscal-Longuera) para echar una mano a este pobre desvalido. Si todos colaboramos, junto a los 222 que ya obran en su poder, nuestro protagonista podrá ver cumplidos sus deseos lectores y satisfechas sus necesidades culturales. Qué menos por un español que rompe moldes. Inundémosle de ejemplares en estos días de amor y fraternidad. Hagamos posible que el hombre sea feliz y no se vea en la necesidad de echar el guante a lo ajeno.
Y un ruego al juez en el supuesto de que el litigio acabe en sus manos: sea benévolo, hágale un examen para comprobar si realmente se los leyó. Y si por un casual lo hallara culpable del delito, condénelo a permanecer encerrado en la biblioteca de marras por lo menos 222 noches; déjele el día libre por si tiene trabajo. Qué mejor servicio social.

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