Como mínimo. Si no una condecoración por tamaña osadía. Pero
ha ocurrido todo lo contrario y se trata de otro episodio más de los que uno no
entiende un desenlace que no concuerda con el relato de los hechos. Tienes
razón, pero vas a la cárcel, suele escucharse. Y este puede ser un ejemplo
significativo. Porque ves por ahí supuestos ciudadanos que defraudaron al fisco
millones de euros (o sea que de fisco nada) y luego te enteras de que condenan
a cualquier pobre diablo por robar una piña de plátanos con la finalidad de
saciar las carreras de sus tripas. Incongruencias, discordancias o vaya usted a
saber.
Un individuo ha sido detenido en Valencia por no devolver
222 libros a una biblioteca municipal. Se preguntarán ustedes, y con toda
razón, cómo se las ingenió el infractor para seguir sacando libros del recinto
sin restituir los que se había llevado a casa con anterioridad. Pues parece ser
que engañaba a una de esas máquinas de devolución automática con una sencilla
estratagema: fotocopiaba el código de barras y lo pasaba por el lector
correspondiente y el ingenuo artilugio se tragaba la artimaña dando por hecho
que el libro había retornado al lugar de origen. Y como el artefacto no se
movía del lugar de emplazamiento para comprobarlo, me imagino que la encargada
responsable notó los huecos en las estanterías y dio la voz de alarma.
Ignoro, claro está, si todo era tan sencillo o el ahora
arrestado utilizaba otros recursos colaterales. Pero es tal el mérito de que
alguien robe cultura en este país más dado a otros hurtos, que si llegara a
demostrarse que guarda los libros sustraídos en casa con el único objetivo de
leerlos en profundidad para incrementar su bagaje de conocimientos, estarán
conmigo en que privarlo de libertad o multarlo por la osadía, no solo chocaría
con los principios de toda sociedad moderna, sino que sentaríamos un precedente
de muy difícil reparación en el futuro.
Habría que, en todo caso, hacerle un homenaje público por
tan pedagógico proceder. Y premiarlo, ahora que vienen fiestas que se prestan a
ello, con una dotación bibliográfica de las que hacen época. Como sabemos que
en Navidad y Reyes se presentan novedades editoriales (aquí cerca tenemos
Fiestas tradicionales en el Norte de Tenerife, de Isidro Felipe, y El
retornado, de los crusanteros Yaya y Juan José), yo estaría dispuesto a
colaborar. Y seguro que a miles de españoles no les importaría aplaudir la
inquietud del supuesto ladrón sumándose a la iniciativa.
Dicen que los juzgados están hasta los topes de casos sin
resolver. Y de otra parte se ha comentado desde siempre que un mal acuerdo
compensa los efectos de un buen juicio. Así que matemos dos pájaros de un tiro:
solventemos el particular con una buena dosis de sentido común y despejemos las
mesas de tribunales y audiencias. Es de justicia, y nunca mejor dicho
(escrito).
Como llegué a la época en que ya no mendigo más para
aumentar la colección que ves en la ilustración (creo que falta uno), decido,
motu proprio (no de motu propio ni a grosso modo), mientras no me saque la
Primitiva y monte un chiringuito por mi cuenta, ponerme en plan filantrópico y
rompo otra lanza (la anterior fue por Gabriel, el cura de Toscal-Longuera) para
echar una mano a este pobre desvalido. Si todos colaboramos, junto a los 222
que ya obran en su poder, nuestro protagonista podrá ver cumplidos sus deseos
lectores y satisfechas sus necesidades culturales. Qué menos por un español que
rompe moldes. Inundémosle de ejemplares en estos días de amor y fraternidad.
Hagamos posible que el hombre sea feliz y no se vea en la necesidad de echar el
guante a lo ajeno.
Y un ruego al juez en el supuesto de que el litigio acabe en
sus manos: sea benévolo, hágale un examen para comprobar si realmente se los
leyó. Y si por un casual lo hallara culpable del delito, condénelo a permanecer
encerrado en la biblioteca de marras por lo menos 222 noches; déjele el día
libre por si tiene trabajo. Qué mejor servicio social.
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