Sostiene Pascual Serrano, periodista y ensayista, en su
libro ‘Contra la neutralidad’, que “el periodista debe ser valiente para
transmitir sus principios sin miedo a molestar. Para escribir hace falta valor
y para tener valor hace falta tener valores. Sin valores más vale callar”.
Eso es lo que intento de lunes a viernes desde esta modesta
tribuna. Y en cada una de las entradas, que merced a este maravilloso invento
de Internet navegan Desde La Corona, va implícito el lamento de haber llegado
tarde a bastantes novedades de las denominadas Nuevas Tecnologías. Pero a cada
cual le corresponder vivir una etapa y, afortunadamente, aún soy capaz de
aprender a ritmo más lento, pero ya en este lapso de jubilado veo las cosas con
la parsimonia adecuada a lo que dicta un apartado del DNI: la fecha de
nacimiento.
Y cuando no pueda o deje de sentir esa preocupación por lo
que me rodea, traducida en necesidad vital, colgaré la pluma de manera
definitiva y me dedicaré a contar batallitas a los nietos.
¿Y a cuento de qué viene esto? De algunos comentarios que
surgen cada vez que Jesús cuestiona políticas de personajes públicos como
Casimiro Curbelo o Manuel Domínguez, por poner dos ejemplos de posicionamientos
ideológicos dispares, a decir de ellos, pero que en el fondo actúan con comportamientos
muy similares. Porque ambos parecen entender la cosa pública como algo de su
propiedad y que más allá de su campo de visión no existe nada ni nadie. Lo que,
inexorablemente, solo viene a ratificarme en mis planteamientos.
Por el pueblo me dicen qué necesidad tengo, como mínimo, o
un día te van a partir la cara (tal cual), en el extremo opuesto. En La Gomera,
o desde allí, me señalan que la naviera en la que suelo viajar no tardará mucho
en bloquear mi DNI por orden expresa de quien ustedes se pueden imaginar. Me lo
tomo a broma, por supuesto. Porque no me gustan las ataduras. Puede que me
corten la lengua. Espero que no los dedos. Y llegado el caso, teclado inteligente
que capte lo que la mente dicta.
Me niego a formar parte de los inactivos, de los que
practican el peligroso deporte de verlas venir. Mi juego democrático no consiste
en ir a votar cada cuatro años y una vez depositada la papeleta en la urna,
dejar para la charla del bar los temas que, casi a diario, en el pueblo, o en
Canarias, entran en liza.
¿Eso es ser valiente como señala Serrano? Entiendo que no.
Mi filosofía es mucho más pragmática. Intento transmitir lo que veo. Si coincido
con el sentir general, me sumaré con sumo gusto al carro de los aplausos. Pero si
no, ahí estaré cual martillo pilón, aunque machaque en hierro frío. ¿Que se
molestan los aludidos? Allá cada uno con su conciencia. ¿Obsesión la mía? No,
mero defensor de los dineros de nuestros impuestos, sagrados sacrificios que
merecen repartos equitativos. Exijo planificación y trato exquisito de los
recursos en consonancia con las necesidades ciudadanas. Me rebelo contra dirigentes
que dejan casi todo al albur de componendas y dictados extraños.
Esos son mis principios. Si los cambiase, ya no sería yo. A
lo peor me sumaría a la nómina de los Curbelo y los Domínguez. Y a ello me
niego.
A perdonar la poquedad. Quede compensada con el exceso de
ayer.
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