miércoles, 12 de diciembre de 2018

¿Y tú por qué escribes?

Sostiene Pascual Serrano, periodista y ensayista, en su libro ‘Contra la neutralidad’, que “el periodista debe ser valiente para transmitir sus principios sin miedo a molestar. Para escribir hace falta valor y para tener valor hace falta tener valores. Sin valores más vale callar”.
Eso es lo que intento de lunes a viernes desde esta modesta tribuna. Y en cada una de las entradas, que merced a este maravilloso invento de Internet navegan Desde La Corona, va implícito el lamento de haber llegado tarde a bastantes novedades de las denominadas Nuevas Tecnologías. Pero a cada cual le corresponder vivir una etapa y, afortunadamente, aún soy capaz de aprender a ritmo más lento, pero ya en este lapso de jubilado veo las cosas con la parsimonia adecuada a lo que dicta un apartado del DNI: la fecha de nacimiento.
Y cuando no pueda o deje de sentir esa preocupación por lo que me rodea, traducida en necesidad vital, colgaré la pluma de manera definitiva y me dedicaré a contar batallitas a los nietos.
¿Y a cuento de qué viene esto? De algunos comentarios que surgen cada vez que Jesús cuestiona políticas de personajes públicos como Casimiro Curbelo o Manuel Domínguez, por poner dos ejemplos de posicionamientos ideológicos dispares, a decir de ellos, pero que en el fondo actúan con comportamientos muy similares. Porque ambos parecen entender la cosa pública como algo de su propiedad y que más allá de su campo de visión no existe nada ni nadie. Lo que, inexorablemente, solo viene a ratificarme en mis planteamientos.
Por el pueblo me dicen qué necesidad tengo, como mínimo, o un día te van a partir la cara (tal cual), en el extremo opuesto. En La Gomera, o desde allí, me señalan que la naviera en la que suelo viajar no tardará mucho en bloquear mi DNI por orden expresa de quien ustedes se pueden imaginar. Me lo tomo a broma, por supuesto. Porque no me gustan las ataduras. Puede que me corten la lengua. Espero que no los dedos. Y llegado el caso, teclado inteligente que capte lo que la mente dicta.
Me niego a formar parte de los inactivos, de los que practican el peligroso deporte de verlas venir. Mi juego democrático no consiste en ir a votar cada cuatro años y una vez depositada la papeleta en la urna, dejar para la charla del bar los temas que, casi a diario, en el pueblo, o en Canarias, entran en liza.
¿Eso es ser valiente como señala Serrano? Entiendo que no. Mi filosofía es mucho más pragmática. Intento transmitir lo que veo. Si coincido con el sentir general, me sumaré con sumo gusto al carro de los aplausos. Pero si no, ahí estaré cual martillo pilón, aunque machaque en hierro frío. ¿Que se molestan los aludidos? Allá cada uno con su conciencia. ¿Obsesión la mía? No, mero defensor de los dineros de nuestros impuestos, sagrados sacrificios que merecen repartos equitativos. Exijo planificación y trato exquisito de los recursos en consonancia con las necesidades ciudadanas. Me rebelo contra dirigentes que dejan casi todo al albur de componendas y dictados extraños.
Esos son mis principios. Si los cambiase, ya no sería yo. A lo peor me sumaría a la nómina de los Curbelo y los Domínguez. Y a ello me niego.
A perdonar la poquedad. Quede compensada con el exceso de ayer.

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