miércoles, 19 de diciembre de 2018

Todos con los viejos

Cuando se aproximan elecciones, me imagino que ya se habrán percatado, aparece el dinero como por arte de magia, debajo de las piedras, que se dice. Nos pasamos unos tres años, aproximadamente, en que no hay un euro para reponer una acera deteriorada, pero, de repente, los camiones de piche surgen como hongos. En todos los pueblos, normalmente, aunque el mío se lleva la palma. Si hay que incrementar la partida del plan de barrios, se reducen las prestaciones sociales, y punto. Porque si pensabas que se van a disminuir las asignaciones a los cargos liberados, y su cohorte de allegados, craso error. No obstante, como es tema harto sabido y recurrente, dejémoslo al margen y centrémonos en los viejos, que es lo que hoy nos concita.
Ya saben que el índice de natalidad no se encuentra en su mejor momento. Yo creo que las restricciones y recortes provocaron una gravísima pérdida de memoria y a los que están en edad de merecer se les olvidó cómo se hacía el ejercicio. Y los mayores, claro, aunque nos acordamos vagamente del baile, ya no estamos en condiciones de seguir los pasos de rigor. Sufre tal anquilosamiento (la natalidad, lo otro también) que en muy poco tiempo seremos tantos los viejos en una pirámide poblacional casi el revés de lo que se estilaba, que nos erigiremos en la clave para cualquier cita electoral. Podremos inclinar la balanza para donde nos apetezca. Y en ello están esmerándose los respectivos equipos de gobierno de las diferentes instituciones. Nos muestran un cariño sin precedentes. Somos su plato predilecto, postre en el lote. Nos hacen giras, nos llevan, nos traen y, sobre todo, nos convencen. Especial énfasis en aquellos –todavía quedan bastantes– que son susceptibles de moldear al antojo del que conduce la guagua (sentido metafórico).
Para Coalición Canaria, por ejemplo, el bocadillo de mortadela sigue siendo un activo importante. Y “ansina” es como cabildo tinerfeño –me queda más cerca– y gobierno de Canarias (hoy voy de minúsculo) se privan por un tenderete. De aquí a mayo, el ‘recinto imperial’, que decía una de las invitadas tiempo atrás, echará humo con el polvorete de Benavente. Clavijo, Alonso, Valido y adláteres se moverán a idéntico ritmo que Casimiro. Las orquestas, gomeras o no, menearán esos cuerpos jubiletas. Y contaremos al día siguiente qué bien lo pasemos, Vieira dixit.
Por los lares en los que me desenvuelvo, CC no pasa por sus mejores momentos. Y mientras se recompone, alguien ha ocupado ese lugar para organizar los viajes del todo incluido con cargo a generosos presupuestos que nadan placenteros por asignaciones a protocolos, publicidades y propagandas. Y para que haya constancia, la foto, siempre la foto, razón de ser de un modelo de gestión encaminado a contentar estómagos agradecidos.
Te acordarás, me imagino de El disputado voto del señor Cayo, novela de Miguel Delibes (1978), y luego llevada al cine en 1986, dirigida por Antonio Giménez Rico y magistralmente interpretada por Paco Rabal. Pues ahora habemos muchísimos Cayos porque el país envejece a ritmo brutal. Y hemos pasado a ser objeto del deseo. Yo mismo, sin ir más lejos, recién estrenados mis flamantes 70 años, echo en falta la felicitación de mis dos incondicionales amigos. Piénsalo, porque hoy no los voy a citar. O a lo peor entienden que soy un viejo díscolo. O que mi religión me prohíbe coger determinadas papeletas antes de acudir a las urnas. Pues se están perdiendo una magnífica oportunidad, pues a generoso no me gana nadie.
Quisiera ir a Las Canteras para contemplar esa belleza de portal en la arena. Pero no sé si debo matricularme previamente en un club de mayores para que la concejala captadora de adeptos se fije en mí. Deberé hacer un esfuerzo. Y aprovechar para que me explique el porqué a esos viajes acuden personas bastantes jóvenes a los que no se les conoce relación alguna con la mal denominada tercera edad y, sin rubor alguno, también aparecen en las fotos de rigor.
Como hoy, ya lo dije antes, voy de magnánimo, me apetece prometer que cuando determinado responsable político deje de meterse con todo aquel que discrepa de sus planteamientos (bastante deficientes, por cierto), iré mansito a darme de alta en el equipo de puretillas de mi barrio de toda la vida, Toscal-Longuera, llevaré el instrumento (musical, o pensabas otra cosa) a cuestas y seré capaz de aguantar impertérrito los discursos de todos los que pasen por allí para, disimuladamente (o quizás no tanto) insinuarnos el sentido del voto. Y es que en esta época navideña, donde la paz y el amor brotan por todos los poros de la piel, máxime si nos hallamos a cinco meses de la cita mayera, uno, viejito chocho y sin criterio propio, debe prestar suma atención a los doctos consejos de quienes cobran bien para hacer proselitismo barato. Incluso cuestionando a los curas que no llevan sotana.
Eso, todos con los viejos. Bien nos quieren, carajo.

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