Cuando se aproximan elecciones, me imagino que ya se habrán
percatado, aparece el dinero como por arte de magia, debajo de las piedras, que
se dice. Nos pasamos unos tres años, aproximadamente, en que no hay un euro
para reponer una acera deteriorada, pero, de repente, los camiones de piche
surgen como hongos. En todos los pueblos, normalmente, aunque el mío se lleva
la palma. Si hay que incrementar la partida del plan de barrios, se reducen las
prestaciones sociales, y punto. Porque si pensabas que se van a disminuir las
asignaciones a los cargos liberados, y su cohorte de allegados, craso error. No
obstante, como es tema harto sabido y recurrente, dejémoslo al margen y
centrémonos en los viejos, que es lo que hoy nos concita.
Ya saben que el índice de natalidad no se encuentra en su
mejor momento. Yo creo que las restricciones y recortes provocaron una
gravísima pérdida de memoria y a los que están en edad de merecer se les olvidó
cómo se hacía el ejercicio. Y los mayores, claro, aunque nos acordamos
vagamente del baile, ya no estamos en condiciones de seguir los pasos de rigor.
Sufre tal anquilosamiento (la natalidad, lo otro también) que en muy poco
tiempo seremos tantos los viejos en una pirámide poblacional casi el revés de
lo que se estilaba, que nos erigiremos en la clave para cualquier cita
electoral. Podremos inclinar la balanza para donde nos apetezca. Y en ello
están esmerándose los respectivos equipos de gobierno de las diferentes
instituciones. Nos muestran un cariño sin precedentes. Somos su plato predilecto,
postre en el lote. Nos hacen giras, nos llevan, nos traen y, sobre todo, nos
convencen. Especial énfasis en aquellos –todavía quedan bastantes– que son
susceptibles de moldear al antojo del que conduce la guagua (sentido
metafórico).
Para Coalición Canaria, por ejemplo, el bocadillo de
mortadela sigue siendo un activo importante. Y “ansina” es como cabildo
tinerfeño –me queda más cerca– y gobierno de Canarias (hoy voy de minúsculo) se
privan por un tenderete. De aquí a mayo, el ‘recinto imperial’, que decía una
de las invitadas tiempo atrás, echará humo con el polvorete de Benavente.
Clavijo, Alonso, Valido y adláteres se moverán a idéntico ritmo que Casimiro.
Las orquestas, gomeras o no, menearán esos cuerpos jubiletas. Y contaremos al
día siguiente qué bien lo pasemos,
Vieira dixit.
Por los lares en los que me desenvuelvo, CC no pasa por sus
mejores momentos. Y mientras se recompone, alguien ha ocupado ese lugar para
organizar los viajes del todo incluido con cargo a generosos presupuestos que
nadan placenteros por asignaciones a protocolos, publicidades y propagandas. Y
para que haya constancia, la foto, siempre la foto, razón de ser de un modelo
de gestión encaminado a contentar estómagos agradecidos.
Te acordarás, me imagino de El disputado voto del señor
Cayo, novela de Miguel Delibes (1978), y luego llevada al cine en 1986,
dirigida por Antonio Giménez Rico y magistralmente interpretada por Paco Rabal.
Pues ahora habemos muchísimos Cayos porque el país envejece a ritmo brutal. Y
hemos pasado a ser objeto del deseo. Yo mismo, sin ir más lejos, recién
estrenados mis flamantes 70 años, echo en falta la felicitación de mis dos
incondicionales amigos. Piénsalo, porque hoy no los voy a citar. O a lo peor entienden
que soy un viejo díscolo. O que mi religión me prohíbe coger determinadas
papeletas antes de acudir a las urnas. Pues se están perdiendo una magnífica
oportunidad, pues a generoso no me gana nadie.
Quisiera ir a Las Canteras para contemplar esa belleza de
portal en la arena. Pero no sé si debo matricularme previamente en un club de
mayores para que la concejala captadora de adeptos se fije en mí. Deberé hacer
un esfuerzo. Y aprovechar para que me explique el porqué a esos viajes acuden
personas bastantes jóvenes a los que no se les conoce relación alguna con la
mal denominada tercera edad y, sin rubor alguno, también aparecen en las fotos
de rigor.
Como hoy, ya lo dije antes, voy de magnánimo, me apetece
prometer que cuando determinado responsable político deje de meterse con todo
aquel que discrepa de sus planteamientos (bastante deficientes, por cierto),
iré mansito a darme de alta en el equipo de puretillas de mi barrio de toda la
vida, Toscal-Longuera, llevaré el instrumento (musical, o pensabas otra cosa) a
cuestas y seré capaz de aguantar impertérrito los discursos de todos los que
pasen por allí para, disimuladamente (o quizás no tanto) insinuarnos el sentido
del voto. Y es que en esta época navideña, donde la paz y el amor brotan por
todos los poros de la piel, máxime si nos hallamos a cinco meses de la cita
mayera, uno, viejito chocho y sin criterio propio, debe prestar suma atención a
los doctos consejos de quienes cobran bien para hacer proselitismo barato.
Incluso cuestionando a los curas que no llevan sotana.
Eso, todos con los viejos. Bien nos quieren, carajo.
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