sábado, 15 de diciembre de 2018

Y a don Manuel no le gusta (y 2)

Se produjeron unos actos vandálicos en la plaza y Gabriel fue tan atrevido que publicó unas fotografías en Facebook. Hecho que a usted le molestó sobremanera. Porque dar a conocer lo que está mal en el pueblo constituye un pecado de tal envergadura que uno debe permanecer callado y achacar esos fallos a causas sobrevenidas y jamás, por ejemplo, a la notoria escasez de policías municipales en la plantilla, porque hay que atender preferentemente el sueldo de un tal Marrón.
Me recuerda su caminar los andares de otro político de una isla que suelo visitar con frecuencia y que le encanta que los habitantes de sus predios sean sumisos, obedientes, en resumen, súbditos. Como desde siempre he sostenido que los talantes con reminiscencias antediluvianas, por no escribir autoritarias o totalitarias, de esta joven hornada gubernamental realejera, me entristece que sigan aupados al machito del poder con procederes que no distan demasiado –puede que a veces los superen–, de esa corriente europea cargada de xenofobia y que en Andalucía ha hecho acto de presencia para llevar a cabo fusiones peligrosas con supuestos demócratas de boquilla.
Leo en la información que usted, señor alcalde, habló con el cura por Facebook cuando vio las fotos de los destrozos habidos en la plaza del barrio, la que está delante de la iglesia. ¿Y no tenía un  teléfono a mano? ¿O no pudo desviarse un momento y bajar por El Castillo cuando se iba a resolver asuntos orgánicos populares? Porque bien que llama a personas mayores del pueblo para seguir haciendo campaña electoral permanente. Le pongo un ejemplo. Usted entrega un detalle (un ramo de flores, pongamos por caso) en uno de los tantos actos que realizan con las asociaciones y al día siguiente se comunica con la homenajeada para preguntarle qué le pareció el regalo. Pues si tiene tiempo para que le alaben y aplaudan complacencias, acostúmbrese a que no siempre las piedras ruedan a favor. Usted parece emular a la madrastra del cuento cuando cada mañana se levanta y consulta al espejo por si alguien osa despojarlo del título de guaperas oficial.
Y con respecto a su catolicismo a prueba de bombas, permítame recordarle que olvidó añadirle lo de pecador convicto y confeso. Porque, que yo sepa, y que Gabriel me corrija, la Iglesia Católica no admite ciertos desvíos a sus mandamientos. Y como usted se acoge a preceptos legales que su partido utiliza a conveniencia (por un lado los cuestiona e, incluso, los recurre a instancias judiciales, pero, por otro, disfruta de su articulado para beneficio personal), deberá rezar algo más de los consabidos cien credos para que pueda entrar en el Reino de los Cielos, lugar en el que yo he sido vetado por razones más que obvias.
Pues sí, amigos, a don Manuel no le gusta que le lleven la contraria. Él es él, sin circunstancias. No admite contestatarios ni reivindicaciones (reclamaciones, exigencias, requerimientos, demandas, peticiones, solicitudes). Y mucho menos que venga un curita del Sur a preocuparse no solo de los designios divinos, sino implicarse, asimismo, en que el paso fugaz por este espacio terrenal sea lo más placentero posible. Y pensaba yo, ingenuo de mí, que los creyentes practicantes eran seguidores de un tal Jesús (no yo), obrero, currante, que daba de comer al hambriento, de beber al sediento, que abogaba por la justicia social y que impartía lecciones magistrales para los pobres (los de espíritu, pero también los otros) y que expulsó del templo a quienes lo utilizaban para otros fines; que comerciaban, vamos, como el señor Domínguez hace con los electores del pueblo que aún creen en pajaritos preñados y se dejan embaucar por cantos de sireno.
En fin, estimados, es lo que hay. ¿Siguen pensando que es que la tengo cogida con él (o con ellos, si añado al gomero)? ¿Permanecemos callados y asentimos, cual borreguitos, con la cabeza? Para ese ejercicio, conmigo no cuenten. ¿Que voy al Infierno? Vale, pero con la conciencia tranquila y con la satisfacción del deber cumplido.
A perdonar la extensión, pero Gabriel se merece que rompa una lanza. O las que hagan falta. Que ya está bien, carajo, de tanto caciquillo barato.
Pasen, a pesar de todo, un feliz domingo. Vayan a misa los creyentes y recen por los semejantes que piensan distinto. Y cuídate, Manolo, pues me han dicho que ese Dios lo ve y escucha todo y tú no estás exento de su examen riguroso. No, por nada, es que como te vislumbro tan engreído, lo mismo pensarás que tienes el ascenso directo asegurado. Hasta el lunes.

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