martes, 11 de diciembre de 2018

En La Gomera aún hay miedo

Con una foto de la Fortaleza chipudana, la antigua Argodey que nos relatan las crónicas de Abreu Galindo, Bethencourt Alfonso, René Vernau… como montaña sagrada, va este comentario de hoy, fruto de otro paseo por esa isla que tanto me atrae, y que se suma a pasajes y recuerdos de estancias anteriores. Y no corresponde en el presente cantar las muchas alabanzas que sus parajes naturales nos brindan. Ni destacar hechos históricos por los que es sobradamente conocida. Van los tiros (es símil) por otros derroteros…
Qué pena que muchos se deban. Lo que me retrotrae a los tiempos en que venía el dueño de la finca y uno, fisco chico, tenía que recogerse en la casa (de medianeros). Claro, un tal Paco, nacido en El Ferrol, aún seguía bien tieso. El discrepar estaba mal visto y alzar la voz era ejercicio de muy difícil solución. Los que jociquiamos tierra en aquellas plataneras, y vivíamos de prestado en casas de mala muerte, también nos debíamos. Y pagaron nuestros padres servidumbres por salarios de miseria porque el amo nos brindaba un techo para cobijarnos, aunque fueran, en realidad, pocilgas que se caían a cachos.
He vuelto a pasar unos días en La Gomera. Y me alojé esta vez en La Villa después de unos seis años que estuve dando tumbos por otros pueblos. Y sigo notando miedo. Aquí, cerca de las administraciones insulares. Y, asimismo, más allá, donde el oficialismo no se halla tan presente, pero sí oídos y ojos que vigilan y controlan. Caciquismo puro y duro.
En cierto restaurante de indeterminado lugar (no sea que) estábamos mi mujer y yo echándonos unas perras de condumio. Y se me ocurrió comentar el gasto de 300.000 euros para dotar de mobiliario a las instalaciones del Mirador del Santo, en Arure. Dependencias que requieren, como otras muchas, algo más que mesas y sillas. Porque los años de abandono han causado tanta mella que, para obrar en justicia, sería necesario echar a patadas a los cargos públicos cabilderos que se permitieron el lujo de enterrar millones de euros en obras faraónicas con las que Curbelo ha recreado sus miserias. A este megalómano de poca monta parece que le pone el contemplar cómo viste a su isla con ropajes y oropeles, al estilo de las que él mismo denomina mayores, y a las que pretende imitar llevando a cabo las políticas contrarias a las que sus encíclicas dominicales nos sermonean, que se tornan jirones, sin que los causantes del desaguisado paguen cuota alguna de responsabilidad.
“Yo de eso no sé nada”, fue la única respuesta de mi interlocutora. Y, seguidamente, mutismo absoluto. De las construcciones regadas por la geografía insular y que duermen el sueño de los (in)justos incluyan la derruida embotelladora de Taguluche─ no me atreví a decir ni mu, dado el éxito obtenido con mi primera observación. Son las mismas la prueba palpable del perverso sistema electoral que le ha permitido a Casimiro jugar con las cartas marcadas, embarcándose en una aventura de sembrar la isla de infraestructuras inútiles, porque La Gomera no ha mejorado un ápice con ellas. Es más, constituyen una vergüenza ante cualquier visitante que contempla atónito como se despilfarran las arcas públicas. Por razones evidentes de cercanía, sí que sugerí ─como otra prueba más de cómo se las gasta el potentado─ la rotonda de Orijamas, en Gran Rey, con un importe de 600.000 euros y que es la gota que ya colma el vaso de la desfachatez.
Puede que pese mucho el hecho de los entierros gratis. Lo que permite, además, que el censo poblacional supere las veinte mil personas, cuando residiendo en la isla no creo hayan muchos más habitantes de la mitad de dicha cantidad. Pero el injusto sistema coadyuva al mantenimiento del voto cautivo. Y para ese menester, el tejido curbeliano funciona de maravillas.
Me fui a echarle unos litros de gasoil al fotingo. A 1,11 euros. Dieciséis céntimos más que el precio al que le llené el depósito en la estación en que suelo repostar en Tenerife. Surgió, claro, el comentario con el empleado de turno. Y como no había nadie más esperando su turno en cola, charlamos unos minutos. Podría achacarse, que no justificarse, el que exista una sola distribuidora, Disa, que, al no tener competencia, dicta los precios de mercado que crea convenientes. Y ajo y agua. Pero me señalaba el dependiente que había ido a La Palma la pasada semana y tres cuartos de lo mismo, a pesar de que allí sí hay más compañías suministradoras. ¿Se encarece solo por el transporte o se puede intuir algo más? El combustible ya no se refina en Tenerife. Viene todo de fuera. El montante de meter en un barco y llevar una cuba a La Gomera –tengo un amigo en ello–, ¿es motivo suficiente para que llenar el depósito te pueda costar un puñado más de euros?
Si yo fuera político, le dije al interlocutor, me dejaría de tantas machangadas que se llevan a cabo en la gestión de los dineros públicos y lucharía a brazo partido para que esta situación se revierta. Concejales, consejeros y diputados, de todas las formaciones políticas –y si quiere Casimiro que se ponga al frente– pueden, y deben, hacer mucho más que unas simples declaraciones de queja, a la par que del bien quedar, cada cierto tiempo. Y se mostró de acuerdo con el planteamiento. Y me apoyó con un contundente para qué coño queremos un centro de talasoterapia en Hermigua si ni siquiera está seguro cuando el mar se enrabisca un poco, o si no pueden abrirlo porque el mantenimiento cuesta un huevo.
Pero así se halla el panorama. Al Cristo de El Machal lo bajaron del pedestal y en su lugar otro muerto. Un aparcamiento en el puerto de San Sebastián, privatizado, y que echará el candado en unos meses porque a ver quién es el guapo que está dispuesto a pagar 15 euros diarios por dejar allí el coche. Un cableado en toda la isla que choca frontalmente con la campaña de vender la naturaleza como atractivo y reclamo para el que acuda a ella para caminar y disfrutar de sus encantos. Hasta en Tejiade encontramos unos hermosos trenzados que debieron tupir el paso de los electrones, como me espetó un paisano hace dos días. Unos despilfarros asfálticos en lugares insospechados, mientras en el tramo de Los Chejelipes a La Laja debe vivir algún consejero perturbador de la oposición que rasca varios votos, ya que otra explicación no se me ocurre.
Cuánto anhelo que un día haya una isla que no sea silencio amordazado. Donde los tambores no mueran de sed. Y silben en Garajonay aires de libertad democrática. Y las chácaras griten bien alto que rebelarse es posible.
“Democracia es trabajar por las personas”, escribió el negro de Curbelo este pasado domingo. Yo diría, humildemente, “para las personas”, para que sean libres de verdad y tomen decisiones sin que nadie los subsidie ni tutele. Cuando sottovoce y mirando en derredor por si algún comisario político puede dar el soplo, se hable del Papi al más puro estilo feudal, es que se cuecen maneras como si en demasiadas facetas La Gomera no hubiese superado aún etapas pretéritas sin razón de ser en esta democracia muy poco representativa y tutelada en exceso. O fiscalizada, mejor.
Presume de ser, basta leer sus proclamas, una persona de izquierdas. Es más, alardea de ello. No, Casimiro, no. Por todo lo anteriormente expuesto y con el máximo respeto democrático que como persona me mereces, discrepo con total rotundidad. Equiparar tus formas de comerciar con el voto ciudadano con un verdadero militante de izquierdas, no solo dista años luz de la realidad, sino que constituye una falta de respeto sin precedentes a la más común de las inteligencias.
Porque en La Gomera, Casimiro, aún existe el miedo. Y es que los ojos del Papi actúan cual tentáculos que se extienden por la isla desde la Punta de San Cristóbal a la playa de La Calera y desde el pescante de Vallehermoso hasta la Baja de Guañé; sí, los cuatro puntos cardinales.
En La Pesadilla de Pedro García Cabrera, el poeta la canta a la casa que construían sus progenitores: “Mi padre era maestro y le estaba enseñando a leer en voz alta aires de libertad como a nosotros”. No  aborregues al pueblo, Casimiro, con baratijas a cambio de votos. Dales una caña y enséñalos a pescar. Como tanto gustas hablar de socialismo –ya sabes que del dicho al hecho– deberías leer algo del paisano de Vallehermoso. Me temo que él no compartiría tus modos. Yo tampoco, pero soy un don nadie.

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