Sí, ya sé que hoy es festivo. ¿Y qué? ¿No me está permitida,
acaso, una excepción? Además, estoy convencido de que acabarás por
agradecérmelo porque hoy no tenías otra cosa mejor que hacer. Te cuento
entonces:
Ayer sí llevé el aparato conmigo. Menos risitas y sigue
leyendo. Y cuando arranqué (al pateo; sigo siendo de gasoil y tardo en
calentarme más de la cuenta. ¿La edad? No, tobillos y tendón de Aquiles, pierna
derecha. Aclaración ante posibles nuevos lectores ya que los asiduos me tildarán
de pesado) se hallaba Juan Carlos Castañeda (tendré que etiquetarlo, si hoy
funciona el enlace a Facebook, pues renquea últimamente, como un servidor) a
los mandos de la nave radiofónica. Llámalo manía, fidelidad o como te venga en
gana, pero camino con alegría. La emisora que tengo sentenciada me provocaba
tremendas cefaleas con peligrosos picos en la tensión arterial. Y muerto el
perro, se acabó la rabia. ¿Habrán encontrado los podencos? Me sigue oliendo muy
mal. Los cazadores, callados como tusos. Me gustan las charlas con un tocayo,
propietario de La Guagua (cobraré publicidad), quien pone los asuntos de tráfico
bien claritos, como los chorros del oro.
Pero el título señala que no iba en el presente por el
portuense sino por esta lagunera de la foto. A la que hemos escuchado en
infinidad de oportunidades y en muy diferentes eventos (ya salió el palabro),
aunque es en el Tajaraste donde ha venido demostrando su valía, una enorme dedicación
y una peculiar manera de enfocar la realidad de esta tierra bajo un matiz
desenfadado y ameno. Vamos, que tiene un déjam(e)ntrar
especial.
Se viene celebrando en Guía de Isora el Festival y Mercado
Internacional de Cine Documental (MiradasDoc). Y allá se fue Radio Club con sus
trastos (que no es José Juan Rolo, diría entre pícaras sonrisas la mentada en
el titular, a saber, Puchi Méndez; también corresponde la etiqueta de rigor).
En el transcurso de la retransmisión, a eso de las doce menos veinte –segundo arriba,
segundo abajo–, entrevistó a todo un personaje de once años. Parece, y debo dar
crédito a la explicación de la locutora, que no estaba nada preparado, que el
chiquillo pasaba por allí, junto a otros de los centros docentes que acuden a
los talleres programados, y fue ‘cazado’ a voleo (Dicho de hacer algo: De una
manera arbitraria o sin criterio).
Madre mía, qué lección nos dio el chaval a todos. Unas
convicciones en sus bien hilvanadas respuestas que nos dejó con la boca
abierta. Cuando lo normal, y más en Canarias con la fama de aplatanados que
tenemos, es el triste recurso de los monosílabos sí, no y como mucho la
coletilla bueno (muy común, asimismo, en el gremio futbolista), el entrevistado
nos sorprendió no solo por el profundo conocimiento de los objetivos del
festival, sino que ahondó con total desparpajo en el contenido de la película
que acababa de visionar. Y de cómo esta sociedad debe tomar conciencia de las
terribles diferencias que se producen en el mundo, donde la mujer sigue
sufriendo la terrible lacra de la discriminación, cuando no del olvido y la
marginación más execrables.
Tal fue el impacto que me produjo el desenvuelto mozalbete,
que aquí me encuentro ante el ordenador intentando plasmar unas líneas con las
que poner en valor hasta qué punto, con la inestimable colaboración de un profesorado
implicado hasta la médula, la concienciación puede ser el arma con la que
combatir las desigualdades. Bien por el muchacho. Mis felicitaciones más
encomiables y el reconocimiento de un jubilado que sueña aún con un futuro
halagüeño. Porque la cordura, y el jovenzuelo demostró que es posible, deberá prevalecer.
Sensatez a raudales se destiló en los escasos segundos (un par de minutos
apenas) de la improvisada entrevista.
Como uno también tiene su corazoncito, tras el periodo de
recapacitación pertinente, eché la vista atrás y recordé momentos de una larga
trayectoria en la docencia. Y a fe que las palabras del alumno protagonista de
esta historia, me hicieron rescatar del baúl de los recuerdos pasajes de no ha
tanto, que surgieron en aulas y pasillos de colegios e institutos y que
inclinan el fiel de la balanza hacia ese platillo en el que se depositan valores
inculcados; algo que, inexorablemente, te lleva a manifestar con rotundidad:
Valió la pena. A pesar de algún que otro pesar.
Sean felices y mañana, si a bien lo tienen, por aquí
estaremos, desde La Corona, a la expectativa.
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