Ayer, mientras caminaba desde el Parque de la Magnolia hasta
La Montaña, y como no pude escuchar la radio porque se me quedó en el coche, me
dediqué a pensar. Que también es bueno, a veces, que decía la canción. Y dado
que nadie del ayuntamiento se ha dignado a responderme a las preguntas que dejé
planteadas en mi ‘Mejunje’ del viernes pasado, qué mejor que lanzar mi primera
propuesta al grupo de gobierno realejero. A cuyo frente se halla Manuel
Domínguez, cazador en sus ratos de ocio, del que me extraña mucho que responda
con evasivas (eso es asunto del Seprona) en su perfil de Facebook ante planteamientos
ciudadanos en el tristemente famoso caso de los podencos. Habrá que seguir a pie
juntillas aquel dicho periodístico de perro no come carne de perro. Algo, o
mucho, me huele mal. ¡Fos!
A pesar de que he entrado en varias ocasiones en la web
municipal (cuyo apartado del portal de transparencia ofrece alguna sombra
sospechosa), no sé qué concejal ostenta la responsabilidad de ordenación del
tráfico en el municipio. A él, o al superior jerárquico, va la proposición: Campaña
contra los conductores que aparcan sus vehículos en los pasos de peatones.
Es ahora, desgraciadamente, cuando la pierna me imposibilita
varias acciones, cuando me doy cuenta de lo difícil que se lo ponemos a los que
padecen alguna minusvalía. Lo que me va a conducir, inexorablemente, a que me
compre un móvil con el que retratar anomalías. A las mencionadas en el
comentario de ayer, deberé añadir otras muchas. Como dos flagrantes observadas
en las confluencias de la TF-333 con la calle El Laurel (La Montañeta) y con la
calle La Grimona (entrada al barrio del mismo nombre). Dos elegantes vehículos
ocupaban todo el espacio a rayas. Como la convalecencia aún no me permite pasar
por arriba (a fe que lo haría si estuviera en buenas condiciones), debe armarse
uno de paciencia, no decir palabrotas (qué culpa tiene la familia) y sortear los
obstáculos como buenamente pueda.
Bien podría la policía local pararse de vez en cuando.
Cuando no se cumplen las más elementales normas de tráfico, cuando no se
respetan señales y se pisotean derechos de terceros, algo habrá que hacer. Y
poner un par de sanciones a los infractores puede ser buen recurso para que
cundan otros modales. Y si no, ahórrense la pintura, volvamos a la ley de la
selva y el que no pueda brincar, como yo, que se quede en la casa.
No creo estar demandando un imposible. Sabido es que la circulación
se ha vuelto complicada. Y que las administraciones no lo ponen fácil. Pero
habrá que considerar el hecho de que siguen existiendo peatones. Para los que
no se han habilitado los suficientes circuitos exclusivamente peatonales. Por
lo que deben –debemos– realizar auténticas carreras de estorbos, trabas y
dificultades, porque los médicos lo aconsejan. Y un consejo final: Compren una
pintura decente. Si no hay dinero porque el impuesto de circulación no da,
hagan una derrama entre los concejales liberados. Porque una pobre señora,
ayer, delante de mis narices, se metió un culazo de campeonato al resbalar en
el que se halla justo al lado del ayuntamiento, a la entrada a la calle Taoro,
por donde se accedía a un edificio en el que se podía aparcar, previo pago. Y
las grandes superficies comerciales de San Jerónimo ríen a mandíbula batiente.
Va la segunda: Como las autoridades competentes no quieren cerrar
cierto chiringuito audiovisual, ilegal, de este Norte de la isla (o ya lo
hicieron y yo no me he enterado para comprar los voladores), podríamos imitar
esas invitaciones que se propagan por las redes sociales y dejar de comprar los
productos que se anuncian en la susodicha. Aunque dejemos de ir a desayunar a
un afamado restaurante ubicado en una montaña de este Valle. Existen
alternativas suficientes. Aunque no bebamos agua embotellada en cuya etiqueta
alude al pico más alto de España. Hay muchas más en el mercado. Aunque no
encarguemos la lápida mortuoria en cierta curva de la carretera de acceso a
Puerto de la Cruz por Las Arenas. Quedan opciones a porrillo. Aunque no acudamos
al final del alfabeto griego para arreglar el televisor. Tíralo y compra otro.
Si son varias plataformas las que ya intentan llevar a cabo
un boicot a los productos norteamericanos por las locuras del señor del tupé
(que también tiene sus defensores en gimnasios y barrancos), ¿qué de malo ves
en la que yo propongo? Si las instituciones públicas, que aún aportan dineros
para publicidad, dejan de hacerlo porque primero es la legalidad, y nosotros no
contribuimos a que ciertas empresas se promocionen en medio de componendas y
acciones (verbales) de dudoso proceder, cerrado el grifo, a lanzar improperios
a voz en grito desde lo alto del Macizo de Tigaiga. Imprecaciones al viento.
Y finalizo con un apéndice a esta segunda propuesta:
Suprímase, asimismo, todo tipo de publicidad, por competencia desleal, en cualquier
medio de titularidad pública. Es justo y necesario.
Hemos comenzado febrero y ya mañana es festivo. Medio país
jubilado, el otro medio en paro, chiquito porvenir. No, este año no iré
caminando a Candelaria. ¿Y en agosto? Ya se verá.
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