Parece que no tenemos bastante con los ‘cruzados mágicos’
que adornan los parajes de estas islas. Los de la fotografía, apenas un botón
del amplísimo muestrario. Porque basta dar un pequeño recorrido por el archipiélago
para percatarse de que las servidumbres del progreso las pagamos con muy altos
intereses. Fachadas de nobles edificios, espacios naturales y, en suma, eso que
pomposamente denominamos Medio Ambiente no escapan de la vorágine. Que no nos
falte jamás la corriente eléctrica –aunque nos den tremendos sablazos económicos–,
que tengamos cobertura telefónica al ciento por ciento, que la señal televisiva
entre en nuestros receptores a toda potencia, en fin, que no nos mutilen los
avances.
Mientras, ese conjunto de circunstancias o condiciones exteriores
a un ser vivo que influyen en su desarrollo y en sus actividades
(medioambiente, según la RAE) se deteriora a pasos agigantados. Ni convenciones
ni tratados logran poner freno a los desatinos. Contaminamos en aras de una
felicidad mal entendida. Se nos importa bien poco que generaciones futuras vean
mermada su calidad de vida. Se trata de escapar con adelantos y comodidades. El
que venga atrás, que arree.
No obstante, habremos de reconocer que se elevan voces a
contrario sensu. Aunque la mayoría de las veces caen en terreno baldío. Y me
temo que por las propias incongruencias del ser humano. Protestamos, sí, pero
con la boca chica. Ponemos el grito en el cielo cuando observamos movimientos de
tierra para la construcciones de nuevos viales. Y reclamamos respeto por la
naturaleza. Pero pasa el tiempo, cogemos el coche y transitamos placenteramente
por el flamante trazado, corriendo tupido velo a los árboles que fueron
talados, a los animales que vieron su hábitat destruido… Queda relegada la
tímida oposición a las querencias de la comodidad.
En Lanzarote y Fuerteventura se han escuchado lamentos por
tendidos eléctricos con torretas que revuelven las tripas de Manrique. Las
operadores sostienen que el soterramiento causaría mayor impacto ambiental. El
usuario no quiere perder de ninguna manera ventajas y mejoras. También en la
Isla de los volcanes se han percatado de que el uso (más bien abuso) de quads y
buggies está ocasionando daños irreparables. Como por otras los todoterrenos
siguen adentrándose en los montes causando estragos a mansalva. A La Gomera van
caravanas a diario. Regresan llenos de mierda hasta los topes (coches y
usuarios) y allá dejan signadas señales de muerte. Y mañana, más.
Es bueno hacer deporte, claro. Pero la proliferación de
bicicletas de montaña y de carreras de todo tipo, con las masivas afluencias de
espectadores, y junto a una educación en valores que carece de fundamentos bien
arraigados, está conduciendo a deterioros de difícil retorno. Basuras, marcas
de supuesta orientación, plantas que se arrancan por descuido (o tal vez no),
aves que ven perturbada la tranquilidad de siempre, invertebrados que sufren el
paso masivo de forasteros…
Leí que el óxido producido por las monedas (sobre todo las
de cobre) que los visitantes se han acostumbrado a arrojar en los Jameos del
Agua, cual si de una fuente de los deseos se tratase, puede causar daños
irreparables en la fauna de aquel entorno. Los excrementos de animales en los
senderos habilitados para quemar calorías, tanto en la costa como en el monte,
se está convirtiendo en seña de identidad. La manía de echar comida a los peces
en las charcas (Maspalomas, por ejemplo) no solo convierte el lugar en una auténtica
porquería, sino que trastoca el ciclo vital del ecosistema.
Unan a todo ello la suelta indiscriminada de bichos exóticos
en los lugares más insospechados y llegaremos a la conclusión de que estamos avivando
un caos de consecuencias imprevisibles. Con el agravante de que cada campaña
que se lleve a cabo para la captura de los intrusos, será dinero que se detrae
de otras partidas más perentorias. Sí, sanidad, educación, servicios sociales. Y
yo no tengo muy claro si todas esas cotorras que vislumbramos por parques y
jardines provengan única y exclusivamente de particulares sin escrúpulos. Me da
que no.
Hasta en Las Cañadas del Teide se vienen detectando suciedades
y porquerías. Como sube mucha gente a la observación astronómica y a la
fotografía nocturna, pues qué quieres que te diga o cuente. Vivimos en un
territorio frágil. Y, además, muy pequeño. Y somos muchos los que pisamos sus
orillas (perdón, Pedro García Cabrera). El nivel de presión es altísimo. Y los
costes para las pertinentes reparaciones, costosísimo. Pero somos felices. Y
cada año somos más los que vamos a ver los almendros en flor con la cámara al
hombre y el trípode bajo el brazo. Ya hemos comenzado a dejar huellas de nuestro
paso en forma de plásticos y envases. ¿Hasta?
Como la fotografía del principio nos traslada a la zona de
los alrededores de La Corona y por allí se encuentran muchos repetidores de
teles, me han soplado que una de ellas está más negra que los sobacos de un
grillo. ¿Sabe alguien algo al respecto?
No hay comentarios:
Publicar un comentario