Me tienes muy preocupado, Manolo, le dijo Adolfo durante el
receso de su reunión semanal en el despacho de la alcaldía. He ampliado la foto
que sacó Diario de Avisos el domingo pasado y casi me asusto: los ojos rojos,
la nariz con las venas resaltadas, arrugas impensables para tu edad, una falta
de afeitado que no concuerda con la autoridad que tienes conferida, unas
patillas que ya no se estilan… Menos mal que yo te hice el nudo de la corbata.
Aconteció el encuentro justo después del debate organizado por
el periódico que se dejó mencionado en la biblioteca municipal Tomás de Iriarte
entre los tres alcaldes del Valle. Parece que
también se cursó invitación al de Santa Úrsula, pero no acudió aduciendo
una indisposición momentánea tras enterarse que Grafcan había ubicado
recientemente la cueva de Bencomo en el municipio villero; lo que le supuso tal
descomposición que aún no puede alejarse demasiado y debe tener siempre a mano
un baño al que ir a evacuar consultas.
Manolo cogió la foto objeto de la aparente discordia y la
aumentó a todo lo que dio la pantalla del nuevo ordenador que lucía en su
escritorio. Largo rato la estuvo observando mientras el teniente de alcalde se
removía nervioso en la silla giratoria. En una de estas quedó con ambos pies en
el aire y a punto estuvo de irse de mandoble al suelo si no es que en última
instancia atinó a sujetar el zapato en la esquina de la mesa. Pero el alcalde
seguía ensimismado contemplándose y ni se percató del percance.
Estuve hablando con Jesús el martes pasado y creo que debo
darle la razón, porque tus múltiples ocupaciones no auguran nada bueno. Estás
entrando en la edad peligrosa, en esa que los achaques suelen ser fulminantes y
o te cuidas o te puedes ir al… ¡Uf!, pensé en carajo, pero mi educación no me
lo permite, aunque sea vocablo recogido en el diccionario.
Como si se hubiese escapado un resorte del sillón que le
hubiese atacado (trincado, mejor) en sus partes nobles, saltó Domínguez en un
santiamén quedándose de pie, y en tono nada amigable, delante de las narices
del segundo, al tiempo que elevando sus brazos al cielo, bramó:
Tú, tú, tú, tú… Y se echó la mano derecha al costado
izquierdo del pecho. Al tiempo, tosió con tal profundidad que la secretaria
hubo de acercarse a la puerta, aunque se limitó a poner la oreja. Transcurridos
unos segundos volvió a su puesto de trabajo diciéndose para sus interiores
íntimos de adentro: Otra falsa alarma. O se cuida o me quedo sin trabajo.
Sí, ya sé que te molesta que yo me vea con los que tú no
tragas, pero yo leo sus comentarios a la escondida y no van descaminados.
Tienes tantos calderos que atender que las chamusquinas ya te causan mella. Y
como él sostiene, lo que está a la vista no requiere espejuelos. Te estás
convirtiendo en una piltrafa por la dichosa ambición de querer demostrar tus
altísimas capacidades, lo que más pronto que tarde ha dado lugar a un notable
deterioro en tu físico. No me atrevo a asegurar que esa merma alcance tu
intelecto pero ya me surgen dudas al respecto.
¡¡¡Adolfo!!!, te ordeno que no sigas. Es la segunda vez en
pocos días que cuestionas mis andanzas y eso no te lo consiento. Bastante tuve
con aguantar las moralinas de Linares y las nimiedades de Lope. Qué dos. Si
este Valle tuviese ejemplares como nosotros –ves como yo a ti te trato bien–,
un futuro de progreso y bienestar abriría horizontes de esperanza y coadyuvaría
a nuestra política de creación de puestos de trabajo implementando sinergias en
el contexto del erguido (¿ o era derecho?) consuetudinario…
Que no, Manolo, osó interrumpirle un desconocido subalterno,
yo algo sé, asimismo, del manual. Estamos los dos al corriente de que es libro
de cabecera y catecismo de obligado cumplimiento. No me vengas con las
lecciones aprendidas que recitas como un Soria bis o como un Antona al menor tris.
Oye, ¿te enteraste de que José Manuel no gana una en los juzgados? El Sosa y el
Nacho le han zurrado con lo de Punta Cana.
Ese señor ya no es cargo relevante del partido. Además, no
me desvíes la conversación. Tú me llamaste viejo y esa no te la perdono. Ya
puedes ir buscando una excusa para presentarme la dimisión. Como ya fue el
concurso, se les pasó la oportunidad a las murgas para te elijan como tema
carnavalero. Yo te agradeceré los servicios prestados y te pondremos en algún
consejo de administración para que por un tiempo no te mortifiques dando clases
en cualquier instituto, que ya sabes que los chicos están difíciles y lidiarlos
cuesta mucho más que tratar con las nuevas generaciones de nuestra bien
ponderada organización.
¿Cómo? ¿Que yo me vaya? Tú ignoras el crédito que me ido
ganando en el pueblo durante tus ausencias. Ve por cualquier bar o restaurante
y pon la oreja atenta para que te cerciores de las alabanzas merecidísimas que
el pueblo me brinda. Cuando eres tú el que debe dar un paso al lado y dedicarte
de pleno al cargo para el que fuiste votado, gracias, entre tras cosas, al
enorme apoyo hacia mi persona –¡¡no lo olvides, Manolito!!– que fui capaz de
convencer a los desencantados asegurándoles que tú te irías a instancias
superiores y yo me quedaría de alcalde…
Ya veo que Jesús te comió el coco bastante.
¿Y qué? Me parece que voy a seguir tus propias directrices,
que son, por otra parte, las de Tavío, en lo que respecta a la preparación,
dotes organizativas y unión empresarial –muy modestos que son todos–, y le hago
caso a la propuesta que Quintero me hizo hace un montón de años y me afilio al
partido en el que realmente debería haber militado y no en este donde se coarta
mi libertad y no se me reconocen los derechos que como ser humano, y no cosa, me merezco, y bla, bla, bla.
Cuando Adolfo acabó, y alzó los ojos esperando encontrarse
con la mirada ‘asesina’ (lenguaje literario) del pluriempleado, se tropezó con
un retrato, porque Manolo había desaparecido por la puerta de atrás desde hacía
buen rato. En esos momentos ya se hallaba cruzando, por enésima vez, las lindes
del pueblo, raudo y veloz (a pesar de la limitación de velocidad a 60 km/h),
por la TF-320 a la altura de La Carajita. Ni un adiós a las reinas pepiadas de
chuparse los dedos. Los loros de la Fundación algo comentaron entre ellos y el
rabo de gato se meció con el viento que originó las turbulencias del Mercedes.
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