O me estoy poniendo viejo –creo no tener la menor duda– o me
da que la política –por lo menos en el sector diestro– está en manos de unos
insensatos de tomo y lomo. Si hubiese que otorgar medallas por estos
comportamientos desquiciados, habría que reservar el oro para el veleta de
Rivera. El que está, pero al mismo tiempo no está. El que no se reúne, aunque
no le importa echarse un leche y leche vis a vis. Las situaciones grotescas y
estrafalarias se suceden mañana, tarde y noche a ritmo vertiginoso.
Alberto ya no sabe cómo vendernos sus vaivenes. Entiendo que
no debe estar pasándolo bien. Puede que le esté afectando en su estado anímico
una serie de circunstancias sobrevenidas, en las que debemos incluir aquellas
que dictan las denominadas revistas del corazón. Y el pobre hombre vive sin
vivir en él, o en ella.
La celebre y triste foto madrileña que ilustra este post es
harto significativa. Abascal los tiene cogidos por ciertas partes a los que se
disputan ese imaginario centro, y liberal, y o le firman un documento, estilo Capitulaciones
de Santa Fe (Colón sería el líder de Vox, mientras que el papel de los Reyes
Católicos deberían repartírselos el PP y Cs; quién Isabel y quién Fernando, a
dilucidar, que tanto monta) o algunas comunidades autónomas tendrán
entretenimiento, cuando no amenaza de nuevas convocatorias electorales. El
gasto es lo de menos.
Uno que desarrolló su vida laboral lidiando chicos, algo sabe
de cuando en sus juegos los enfados provocaban encontronazos. Y raro era el día
en que no se tropezaba uno con el clásico perrete de aquel que veía cercenadas
sus oportunidades en los recreos, y que se solventaba con un rotundo yo no me
junto. Es la táctica que, un día sí y el otro también, practica el ciudadano
Alberto. Sin medir consecuencias ni calibrar la posibilidad de que acabe más solo
que la una. Y a las deserciones me remito.
Como se ha dado de bruces, además, con el currito de la
clase, Santiago y cierra, España, o le entrega la parte del bocadillo exigida,
amén de cuatro o cinco buches del jugo, o va a chupar escalones del poli en
cantidades industriales. Hasta que repita curso y se sienta mayor ante los que
se incorporan.
Me viene a la memoria una anécdota de hace ya unas cuantas
décadas. Jugaban a las casitas un grupo de niñas. (Ya me están achacando
discriminaciones. Pues si así ocurrió, así lo cuento). Y una de ellas era la
ventera. Pero como pasaba el tiempo y ninguna de sus amigas acudía a comprar
cualquier bobería, les espetó solemnemente: Cierro la venta y me voy.
Extrapolo la historia y como Santiago se ofusque, a ver quién
es el guapo que se atreve a tocarle la oreja. Porque en estos momentos él tiene
el trompo más grande y con la púa más afilada, la gometa que vuela más y un flamante
carro de verga, mientras los otros se conforman arrastrando una lata de
sardinas.
Así que, Rivera, por mucho que disimules y quieras marcar
distancias, la foto de marras es documento que pesa como una losa. Y tus
veleidades solo vienen a poner de manifiesto que tienes menos consistencia en
tus planteamientos que un queque sin levadura. Además, al rodearte de un equipo
cuyos componentes andan escasos de sustancia gris (mucha cáscara y poco
contenido), se parece el cortejo a ciertos
concursos de belleza que se derrumban cuando los participantes son sometidos a
pruebas nimias de cultura general.
Sigue tú con el yo no me junto y vas a tener que escuchar
hasta la saciedad la letra de una canción titulada No me extraña nada: Brilla
la mentira en tu mirada, eres como un vuelo sin llegada; se cerraron ya de
golpe los caminos y conmigo desde hoy no cuentas más. Eso, no me extraña nada
que te vayas. Y si no esta otra, Dicen por ahí, que también sabrás por razones
de proximidad: Deja ya de dar la nota; hay que lavarse con jabón esa lengüita y
esa boca y saberse callar.
De nada, hombrecito. Qué otra cosa que consejos podemos dar
los viejos.
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