miércoles, 10 de julio de 2019

Yo no me junto

O me estoy poniendo viejo –creo no tener la menor duda– o me da que la política –por lo menos en el sector diestro– está en manos de unos insensatos de tomo y lomo. Si hubiese que otorgar medallas por estos comportamientos desquiciados, habría que reservar el oro para el veleta de Rivera. El que está, pero al mismo tiempo no está. El que no se reúne, aunque no le importa echarse un leche y leche vis a vis. Las situaciones grotescas y estrafalarias se suceden mañana, tarde y noche a ritmo vertiginoso.
Alberto ya no sabe cómo vendernos sus vaivenes. Entiendo que no debe estar pasándolo bien. Puede que le esté afectando en su estado anímico una serie de circunstancias sobrevenidas, en las que debemos incluir aquellas que dictan las denominadas revistas del corazón. Y el pobre hombre vive sin vivir en él, o en ella.
La celebre y triste foto madrileña que ilustra este post es harto significativa. Abascal los tiene cogidos por ciertas partes a los que se disputan ese imaginario centro, y liberal, y o le firman un documento, estilo Capitulaciones de Santa Fe (Colón sería el líder de Vox, mientras que el papel de los Reyes Católicos deberían repartírselos el PP y Cs; quién Isabel y quién Fernando, a dilucidar, que tanto monta) o algunas comunidades autónomas tendrán entretenimiento, cuando no amenaza de nuevas convocatorias electorales. El gasto es lo de menos.
Uno que desarrolló su vida laboral lidiando chicos, algo sabe de cuando en sus juegos los enfados provocaban encontronazos. Y raro era el día en que no se tropezaba uno con el clásico perrete de aquel que veía cercenadas sus oportunidades en los recreos, y que se solventaba con un rotundo yo no me junto. Es la táctica que, un día sí y el otro también, practica el ciudadano Alberto. Sin medir consecuencias ni calibrar la posibilidad de que acabe más solo que la una. Y a las deserciones me remito.
Como se ha dado de bruces, además, con el currito de la clase, Santiago y cierra, España, o le entrega la parte del bocadillo exigida, amén de cuatro o cinco buches del jugo, o va a chupar escalones del poli en cantidades industriales. Hasta que repita curso y se sienta mayor ante los que se incorporan.
Me viene a la memoria una anécdota de hace ya unas cuantas décadas. Jugaban a las casitas un grupo de niñas. (Ya me están achacando discriminaciones. Pues si así ocurrió, así lo cuento). Y una de ellas era la ventera. Pero como pasaba el tiempo y ninguna de sus amigas acudía a comprar cualquier bobería, les espetó solemnemente: Cierro la venta y me voy.
Extrapolo la historia y como Santiago se ofusque, a ver quién es el guapo que se atreve a tocarle la oreja. Porque en estos momentos él tiene el trompo más grande y con la púa más afilada, la gometa que vuela más y un flamante carro de verga, mientras los otros se conforman arrastrando una lata de sardinas.
Así que, Rivera, por mucho que disimules y quieras marcar distancias, la foto de marras es documento que pesa como una losa. Y tus veleidades solo vienen a poner de manifiesto que tienes menos consistencia en tus planteamientos que un queque sin levadura. Además, al rodearte de un equipo cuyos componentes andan escasos de sustancia gris (mucha cáscara y poco contenido), se parece el cortejo a  ciertos concursos de belleza que se derrumban cuando los participantes son sometidos a pruebas nimias de cultura general.
Sigue tú con el yo no me junto y vas a tener que escuchar hasta la saciedad la letra de una canción titulada No me extraña nada: Brilla la mentira en tu mirada, eres como un vuelo sin llegada; se cerraron ya de golpe los caminos y conmigo desde hoy no cuentas más. Eso, no me extraña nada que te vayas. Y si no esta otra, Dicen por ahí, que también sabrás por razones de proximidad: Deja ya de dar la nota; hay que lavarse con jabón esa lengüita y esa boca y saberse callar.
De nada, hombrecito. Qué otra cosa que consejos podemos dar los viejos.

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