martes, 21 de febrero de 2017

Vertidos

Los periodistas, los periódicos (la prensa, en general), deberían cuidar algo más la manera de titular una información. Porque se hace con demasiada alegría y con la intención de enganchar al posible lector para que se sumerja en el desarrollo noticiable. Por lo que no duda en caer en flagrantes contradicciones, cuando no en errores de calado. Y puede que en muchas ocasiones propiciados por los propios gabinetes de prensa de la instituciones públicas. Lo que dice muy mucho del contraste.
En Los Realejos, por ejemplo, se ha multado a fulanito de tal por arrojar escombros en no sé qué lugar o se ha hecho lo propio con la empresa concesionaria de los aparcamientos municipales. Cuando en realidad lo que procedía comunicar a eso denominado opinión pública es que se había abierto un expediente sancionador por la comisión de una falta de carácter grave, o muy grave, cuya tramitación podría concluir en una multa de tantos o cuantos euros. No es en este caso sino una mera excusa para señalar al pueblo, tras varias denuncias o comentarios al respecto, que el ayuntamiento cumple con sus obligaciones, dando por hecho algo que, como decía la amiga, ya se verá.
Es lo que ha ocurrido en el Polígono Industrial del Valle de Güímar. Leo en un periódico tinerfeño que el Gobierno de Canarias multa con 30.000 euros a los ayuntamientos de Candelaria, Arafo y Güímar por vertidos contaminantes a través del emisario submarino. Noticia que se adorna con la consabida obsolescencia del colector de las materias que se suponen previamente depuradas y que ponen en peligro la fauna marina de los contornos.
Y nada más lejos de la realidad. Porque lo que ha sucedido es que la Agencia de Protección del Medio Urbano y Natural (Apmun) ha iniciado el trámite de incoación de pertinente expediente sancionador, que podrá concluir en la sanción que se propone, o no, vaya usted a saber. Porque en el trámite podrán surgir pliegos que desmonten la acusación y al juez que instruya el procedimiento no le quede más remedio que rebajar la petición inicial o, incluso, sobreseer el caso.
Constituye, no obstante, un buen detalle el que se vigilen estas maneras alegres de proceder y que se procure el mantenimiento adecuado y correcto del Medio Ambiente. Porque hace unos días caminaba yo por la TF-320 y un poco más allá de Las Arenas (dirección a San Nicolás) –sí, ya he mejorado bastante–, pasada la entrada a la Cooperativa de Taxis, Funeraria Carrillo y demás, existe un barranquillo (Salina, según me indica Google Maps), que luego se une un poco más abajo (hacia el acueducto) con el de Tafuriaste, por el que discurre un lindo chorrito que debe proceder del Polígono Industrial de San Jerónimo. Que convendría se sujete a la inspección pertinente, no sea que se utilicen esas aguas para que el cabrero de aquellos descampados elabore el queso bien fresco. Amén de sabroso. Y por sí algún año de estos se realiza la tan comentada salida directa del polígono antes mentado a la TF-5, no sea que se tropiecen con este otro inconveniente añadido.
De los vertidos del rabo de gato ya ni hablo, que los técnicos en la materia sabrán lo que hacen. Tampoco del material que despiden los perros por el tubo del escape y que tienen paseos y avenidas del colesterol de pena, penita, pena. Menos mal que aún voy despacio y siempre mirando al suelo. Me pierdo muchas bellezas naturales, pero gano en el apartado de contratiempos escatológicos. Y los tenis también me lo agradecen.
Como no soy pescador y llevo mucho tiempo sin transitar el litoral realejero, quiero suponer que los derrames a la costa que existían en las zonas habitadas (Románticas, por ejemplo) sean a estas alturas cosas del pasado. Así como la cascada permanente desde unos establecimientos hoteleros, allá en la linde con Puerto de la Cruz, que se podía contemplar nítidamente por los bañistas de la playa de Los Roques.
De los olores de la depuradora, que se quejen los loros. Y de la suciedad en los cauces de barrancos que podrían ocasionar un gravísimo problema, en caso de riadas y avenidas, supongo estarán al tanto los que más saben de esos temas. La naturaleza es imprevisible y los aluviones, dice la historia, no avisan, pero aparecen. El que siempre hemos conocido como El Barranquillo, que pasa por El Jardín y desemboca en la zona de la aludida playa de Los Roques, está de lástima a la altura de la finca de La Zamora, entrada a La Gorvorana y aledaños de la autoescuela La Guagua. Luego lo canalizaron por debajo de la variante de Toscal-Longuera. Que no vuelva jamás a llevar los caudales que uno vio de menudo. Seguro que el sillón que contemplé semanas atrás, amén de matos, palos y otros materiales a la mar no llegan. Más de un percance causarían por el camino.

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