Leí ayer en El Confidencial (hay que husmear en todas partes
y quedarte con el estribillo que te interese) un extenso reportaje que abordaba
los mitos más recurrentes del turismo en España. Y destaca el amplio informe
del Centro de Estudios EY que, a pesar del notorio incremento habido en el
pasado 2016, España aún no ha sido capaz de atraer sino el 1% de los viajes que
realizan los turistas de los principales mercados emisores lejanos, con un
enorme potencial de crecimiento y que efectúan los mayores desembolsos en sus
estancias. El alto “starling”, que proclamara a los cuatro vientos un concejal
de mi pueblo años atrás. Analicemos algunos pasajes:
Somos un destino líder en volumen (y buena prueba la
hallamos aquí en Canarias, donde presumimos de millones de visitantes) pero no
en rentabilidad, ya que nos superan en ingresos, y de manera significativa,
Estados Unidos y China. Y son muchas las voces que escuchamos en este archipiélago
al respecto. Porque los políticos presumen de ingentes cantidades de
visitantes, hecho que no se traduce en mejoras salariales o en disminución
proporcional de la lista del paro.
A pesar de la enorme riqueza de recursos (clima, costas, variedad
orográfica, patrimonio cultural, monumental e histórico), el estudio pone el
dedo en la llaga al incidir en la carencia de una estrategia adecuada de comunicación
del destino, porque la duplicidad de Administraciones no permite la unificación
del mensaje. Y aquí no me quedó más remedio que recordar cómo desde cada
institución pública (ayuntamiento, cabildo, diputación, comunidad autónoma) se
lanzan –nos lanzamos– a la aventura de vender cada cual su mercancía en cuanta
feria se vislumbre en el horizonte. Si quieres te pongo el ejemplo de Fitur,
donde el recinto ferial ya está a tope antes de que entre el primer potencial
cliente.
Ha habido, no obstante, un importante repunte en ese
apartado de otros mercados, aunque ese tan codiciado turista de alto poder
adquisitivo sigue siendo asignatura pendiente. A pesar de que es eterna
cantinela que venimos escuchando en estas islas desde hace bastantes décadas.
Lo que conlleva de manera inequívoca al planteamiento de hasta cuándo puede el
territorio soportar la avalancha, máxime cuando no se atisban progresos en el
mecanismo productivo. En 2017 la tasa de desempleo sigue por las nubes y se
sigue demandando, por ejemplo, personal cualificado. Algo chirría, pues.
El turismo de lujo –ese que en París o Londres se deja un
pastón– no solo tiene cabida, sino que es menester ampliar la oferta. Porque si
bien es cierto que somos un destino conocido, aún debe reforzarse la marca de
cara a ese nuevo motor que es necesario montar en la maquinaria. Y no me
refiero al hipódromo de ayer en el aeropuerto de La Gomera.
No se concibe que la capital francesa cuadruplique el número
de conexiones semanales con China si aspiramos a que esta actividad económica
siga tirando del carro, ya que ha sido el sector que mejor ha resistido la
crisis, representando un alto porcentaje (13%) de los puestos de trabajo en el
país. En Canarias, superior el treinta por ciento, lo que significa una de cada
tres ocupaciones.
Hemos mejorado, sin duda, pero hay que seguir cuidando
cuestiones básicas: seguridad, limpieza, servicios de información. Y en este
último apartado, la gandulería crónica de los idiomas. Nadie nos gana en ese
aspecto al lenguaje de los signos, somos especialistas en el habla corporal,
con gestos somos capaces de indicar el lugar exacto de cualquier duda
planteada. Lo malo es que no estamos seguros de los éxitos obtenidos. O lo que es
lo mismo, si el interpelante llegó al Loro Parque, como nos demandaba, o
apareció en la Hijuela del Botánico buscando orcas, pingüinos y guacamayos. Y
lo mismo se tropezó con Linares.
Disfrutamos de una relación calidad-precio muy superior a la
de otros países europeos, mas en necesario profundizar en la oferta
complementaria, que sea lo suficientemente atractiva como para llamar al que
contribuya con divisas. Que apoquine la guita, para entendernos. Que es, por
otra parte, el mensaje de todo cargo público que se precie sin que, como
contrapartida, aporte algo más que la letra de una ranchera al estilo Pepe
Benavente. Desde que salí de aquella vieja escuela de La Longuera, que
regentaba don Andrés Caballo Real y me fui al Colegio San Agustín, mientras
otros chicos optaron por recalar en los primeros hoteles de Puerto de la Cruz,
vengo oyendo idéntico discurso. Y por lo que se ve, la preparación (lingüística,
sobre todo) sigue brillando por su ausencia.
Así que no presumamos de cantidad y hagamos lo posible por
mejorar la calidad. Si dos son capaces de gastar más que tres, ya puede el
tercero ahorrarse el viaje. Lo malo es que hasta Jerónimo Saavedra está diciendo
que peligra el Festival de Música de Canarias. Y él de aspectos armónicos sabe
más que yo. Como de aquí a Lima. Y el campo de golf de Buenavista se muere de
asco. Y eso. Ojalá tengamos la tarea hecha cuando el Mediterráneo se
tranquilice.
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