sábado, 18 de marzo de 2017

Me gusta

Cada cual, me imagino, tendrá sus motivaciones para acometer cuantas acciones estime menester. Sobre todo en aquellas que realiza en sus ratos libres. Llámalo ocio, si prefieres. Y los que disfrutamos de la jubilación, merecida o no, disponemos, aparentemente, de más horas para dedicarnos a lo que nos venga en gana, a lo que nos apetezca. Con lo cual evitamos tentaciones de bares y bancos, o mano sobre mano, que también se menta. Entre otras cosas, porque ya están ocupados.
Los que escribimos, para matar ese gusanillo que constituye una necesidad vital, y damos a conocer nuestras locuras, estamos sujetos a pareceres y dictámenes. No tanto, en la mayoría de las ocasiones, encaminados al cómo sino más bien al qué. Más al fondo que a la forma. Y yo creo, con toda humildad, que las formas son importantes. Y esta vez lo manifiesto sin la carga irónica de costumbre.
Las NNTT (Nuevas Tecnologías) de unas décadas atrás dieron paso a las TIC (Tecnologías de la Información y la Comunicación), y ahora también de las TAC (Tecnologías para el Aprendizaje Colaborativo). Así, aquellos que dimos nuestros primeros pasos a través de la colaboración en los medios de comunicación tradicionales (tanto prensa como audiovisuales), nos percatamos, con la llegada de Internet y el amplísimo abanico de posibilidades que brindaba, que para evitar retrasos y pérdidas de los artículos que enviábamos, amén de los enfados por los abandonos a los que estábamos sometidos quienes no vivíamos al lado de las redacciones, dirigimos los quehaceres hacia el mundo de los blogs. Que, con el auxilio de las redes sociales, constituye una excelente plataforma que te sitúa en cualquier lugar del mundo de una manera instantánea. Y a fe, afortunado me siento, que no me ha ido mal.
Pasada la fiebre de publicar ‘boberías’, este refugio supone una válvula de escape en un mundo convulso y complicado. En el que los acontecimientos se suceden a ritmo vertiginoso. Tanto que cualquier hecho solapa al anterior en menos que canta un gallo. Hoy se mueren millones de personas en el continente africano, asolado por guerras y hambrunas, y mañana una gala Drag Quenn se convierte en fenómeno viral que eclipsa hachazos a la hucha de las pensiones, verbigracia.
Dispone uno de la ventaja de no hallarse sujeto a dictados de nadie. Por eso escribe de lo que le venga en gana y como le venga en gana. Como Facebook y Twitter se convierten en voceros de las opiniones (siempre libres) que surgen Desde La Corona, es probable que cada día se susciten las pertinentes controversias acerca del contenido (el qué) plasmado en los párrafos redactados, normalmente, la tarde del día anterior.
Suelo plasmar un “me gusta” en todo comentario que aparezca de los amigos feisbuccianos, así como de aquellos otros que no siéndolos de manera directa, se asoman (o alongan) a través de los muros de los que he tenido a bien (o a mal) etiquetar. Que suele ser en escasas oportunidades. Y lo hago aunque se esté en franco desacuerdo con mis apreciaciones. Etapas de pensamiento único, con las habidas ya es suficiente. Salvo que se viertan las discrepancias desde posiciones gramaticales que rompen todos los cánones del respeto y la educación. Algo que, afortunadamente, y que ahora mismo recuerde, solo ocurrió en un par de momentos, y con la misma persona.
Escribió el recordado Ricardo Acirón (q.e.p.d.) en el prólogo de ‘Jugando a ser maestro’: “El estilo, inconfundible, directo, socarrón, sugerente, de las crónicas periodísticas procedentes de La Corona, firmadas por M. García, se hace muy presente y acrecentado en el presente trabajo”. Pues sí, es inevitable. Máxime cuando uno pretende entretener como un mero aficionado juntaletras. Hay tics, giros y modos que te definen con el tiempo.
Te pongo un ejemplo. Recordarás aquella publicidad de la Panadería Los Compadres que protagonizaban los personajes de Juan Luis Calero. Esa misma: que yo tengo mi tino. Sí, los incondicionales suelen ser de una echadura semejante a la de un servidor y abogamos por no perder signos de identidad en nuestro lenguaje canario, en nuestra manera de hablar –apego al terruño, si prefieres–, y como existen multitud de tratados que concluyen en que sería deseable que nos mostremos fieles con nuestras peculiaridades lingüísticas, entiendo que la mejor manera de defender este patrimonio es su uso cotidiano. En ello estoy y en ello seguiré. Un par de décadas entre rolos, piñas y bellotas marca impronta. A mucho orgullo. El que a uno la vida le haya brindado la oportunidad de superar ciertas barreras a través de la formación entra en el capítulo de las circunstancias.
Disfruten del fin de semana.

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