En el
anterior blog (Pepillo y Juanillo) tuve ocasión de tratar el tema en un par de
ocasiones. Y en estas últimas semanas escuché comentarios al respecto en Radio
Club mientras caminaba por la mañana los kilómetros de rigor. Como hace unos
días hubo en el santacrucero Parque García Sanabria una campaña para concienciar
a la población masculina de que a partir de cierta edad (pongamos entre
cuarenta y cincuenta) es necesario acudir al urólogo, porque la próstata se
dedica a crecer sin permiso alguno y puede acabar la situación en serios
problemas para la acción de orinar, vuelvo, con sumo gusto, a servir de ejemplo
por si ayudo a desmitificar ciertos miedos atávicos. Sobre todo en lo que hace
referencia al temido y odiado tacto rectal. Situación que debe afrontarse con
la mayor normalidad, pues no conozco a varón alguno que haya quedado embarazado
tras la exploración pertinente. Y me lo tomo a broma para recordar lo que
siempre contaba el amigo Chori (q.e.p.d.) cuando sostenía que los pánicos
iniciales se disipaban a la tercera o cuarta vez. Yo digo que el hombre es
animal de costumbres. Él argumentaba lo siguiente: No, si ya me va gustando.
Yo padecí
durante años una hiperplasia adenofibromatosa (benigna) de próstata (HBP). Que
no me causó mayores inconvenientes a la hora de miccionar (ni siquiera tenía
que levantarme por la noche en más de una ocasión con imperiosas necesidades de
ir al baño). Hubo un par de biopsias, amén de las exploraciones programadas, y
cuando el especialista consideró que el tamaño ya excedía todos los baremos
especificados, por lo que comenzó a pensar en la posibilidad de intervenir
quirúrgicamente, el 8 de febrero de 2012 (miércoles), tal vez por aguantar más
de lo normal sin evacuar, me quedé ‘trancado’ por completo. De las horas
transcurridas hasta que en urgencias de Bellevue me vaciaron un litro a través
de una sonda vesical, mejor olvidarlo porque me duele todavía. Tal vez por ello
no entendí, en la información publicada en El Día, la recomendación del
facultativo que asumió el control antes aludido de que “el paciente debe
intentar aguantar la sensación de urgencia para aumentar la capacidad de la
vejiga”. Aparte de la encomienda de “no beber mucha agua”. O el periodista no
supo explicarse o el médico sostiene lo contrario de otros muchos.
Lo que yo
te señalo es que fui operado el 20 de abril de 2012 (viví sondado desde aquel
fatídico 8 de febrero) mediante adenomectomía retropúbica, tipo Millin, en
Hospiten Rambla, por el doctor Sánchez Clavero. Y aquí estoy, meando que da
gusto, me levanto casi siempre una vez cada noche y bebo agua como antes nunca
lo había hecho. El problema no está en las veces que debas ir al baño durante
las horas destinadas al sueño, me indica siempre el doctor, sino en si meas o
no meas bien. Porque si te sale una mezquindad de chorrito o unas gotas,
entonces la cosa está jodida. Y con la que me tocó pasar, no me da la gana de
aguantar sin necesidad. Y se te queda tan a gustito el cuerpo cuando vacías.
Quita, quita.
Saben
muchos de ustedes que de aquella aventura surgieron unas décimas (redactadas en
su mayoría durante la semana del posoperatorio) con la única intención de
echarle humor al asunto y aderezar malos momentos, a los que todos estamos
expuestos. Me apetece rescatar unas cuantas.
De las
denominadas prostáticas, estas:
A los hombres les traslado
que si pasan cierta edad,
y tienen dificultad
en la cosa del meado,
no miren para otro lado
y acudan presto al galeno.
Que el doctor le ponga el freno
a quien causa anomalía,
no sea que llegue el día
en que el “tranque”
sea pleno.
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A grandes males, remedios,
y transitorio el proceso,
más tarde vendrá el ingreso
con lo que acaban los tedios.
Se ponen en marcha medios
para el tubo liberar,
y es menester desbrozar
el tejido que ha invadido
un terreno prohibido
que impide
bien circular.
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Que no hay en el mundo gozo
como el vaciado eficaz,
pues cuando en el acto estás
y el cuerpo notas dichoso,
no hay instante más hermoso
que sentirte descargado.
No tentemos, pues, al hado,
y cumple las revisiones,
que te eviten ocasiones
tal cual te
las he contado.
Y de las
que bauticé como hospitalarias, estas otras:
Buena bola le sacaron,
según indicó el doctor
a quien fue del afer actor,
por el corte que sajaron.
Allá abajo lo dejaron
hasta el volver absoluto,
pues es el ansiado fruto
o culmen de este proceso,
que no será pan con queso,
pero
destupe el “conduto”.
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Sondas, vías y mangueras,
con el resto del menaje,
procuran que siempre encaje
sin alargar las esperas.
Aunque de todas maneras,
aun pareciendo extraño,
nada de ello causa daño,
pues el conjunto o tinglado
es un todo preparado
que
desobstruye tu caño.
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Entra uno acongojado,
pero sale satisfecho
por ese quehacer bien hecho
felizmente ejecutado.
Ahora todo ha culminado
y nos vamos bien contentos.
Mas hemos de ser atentos,
y al llegar la despedida:
¡a preservar nuestra vida
y a
perdonar estos cuentos!
Sean felices,
vayan al urólogo y déjense de pendejadas, que, como decía cierto entendido, lo
que se puede “devitar”, se “devita”. ¿De acuerdo?
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