martes, 14 de marzo de 2017

HBP

En el anterior blog (Pepillo y Juanillo) tuve ocasión de tratar el tema en un par de ocasiones. Y en estas últimas semanas escuché comentarios al respecto en Radio Club mientras caminaba por la mañana los kilómetros de rigor. Como hace unos días hubo en el santacrucero Parque García Sanabria una campaña para concienciar a la población masculina de que a partir de cierta edad (pongamos entre cuarenta y cincuenta) es necesario acudir al urólogo, porque la próstata se dedica a crecer sin permiso alguno y puede acabar la situación en serios problemas para la acción de orinar, vuelvo, con sumo gusto, a servir de ejemplo por si ayudo a desmitificar ciertos miedos atávicos. Sobre todo en lo que hace referencia al temido y odiado tacto rectal. Situación que debe afrontarse con la mayor normalidad, pues no conozco a varón alguno que haya quedado embarazado tras la exploración pertinente. Y me lo tomo a broma para recordar lo que siempre contaba el amigo Chori (q.e.p.d.) cuando sostenía que los pánicos iniciales se disipaban a la tercera o cuarta vez. Yo digo que el hombre es animal de costumbres. Él argumentaba lo siguiente: No, si ya me va gustando.
Yo padecí durante años una hiperplasia adenofibromatosa (benigna) de próstata (HBP). Que no me causó mayores inconvenientes a la hora de miccionar (ni siquiera tenía que levantarme por la noche en más de una ocasión con imperiosas necesidades de ir al baño). Hubo un par de biopsias, amén de las exploraciones programadas, y cuando el especialista consideró que el tamaño ya excedía todos los baremos especificados, por lo que comenzó a pensar en la posibilidad de intervenir quirúrgicamente, el 8 de febrero de 2012 (miércoles), tal vez por aguantar más de lo normal sin evacuar, me quedé ‘trancado’ por completo. De las horas transcurridas hasta que en urgencias de Bellevue me vaciaron un litro a través de una sonda vesical, mejor olvidarlo porque me duele todavía. Tal vez por ello no entendí, en la información publicada en El Día, la recomendación del facultativo que asumió el control antes aludido de que “el paciente debe intentar aguantar la sensación de urgencia para aumentar la capacidad de la vejiga”. Aparte de la encomienda de “no beber mucha agua”. O el periodista no supo explicarse o el médico sostiene lo contrario de otros muchos.
Lo que yo te señalo es que fui operado el 20 de abril de 2012 (viví sondado desde aquel fatídico 8 de febrero) mediante adenomectomía retropúbica, tipo Millin, en Hospiten Rambla, por el doctor Sánchez Clavero. Y aquí estoy, meando que da gusto, me levanto casi siempre una vez cada noche y bebo agua como antes nunca lo había hecho. El problema no está en las veces que debas ir al baño durante las horas destinadas al sueño, me indica siempre el doctor, sino en si meas o no meas bien. Porque si te sale una mezquindad de chorrito o unas gotas, entonces la cosa está jodida. Y con la que me tocó pasar, no me da la gana de aguantar sin necesidad. Y se te queda tan a gustito el cuerpo cuando vacías. Quita, quita.
Saben muchos de ustedes que de aquella aventura surgieron unas décimas (redactadas en su mayoría durante la semana del posoperatorio) con la única intención de echarle humor al asunto y aderezar malos momentos, a los que todos estamos expuestos. Me apetece rescatar unas cuantas.
De las denominadas prostáticas, estas:
A los hombres les traslado
que si pasan cierta edad,
y tienen dificultad
en la cosa del meado,
no miren para otro lado
y acudan presto al galeno.
Que el doctor le ponga el freno
a quien causa anomalía,
no sea que llegue el día
en que el “tranque” sea pleno.
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A grandes males, remedios,
y transitorio el proceso,
más tarde vendrá el ingreso
con lo que acaban los tedios.
Se ponen en marcha medios
para el tubo liberar,
y es menester desbrozar
el tejido que ha invadido
un terreno prohibido
que impide bien circular.
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Que no hay en el mundo gozo
como el vaciado eficaz,
pues cuando en el acto estás
y el cuerpo notas dichoso,
no hay instante más hermoso
que sentirte descargado.
No tentemos, pues, al hado,
y cumple las revisiones,
que te eviten ocasiones
tal cual te las he contado.
Y de las que bauticé como hospitalarias, estas otras:
Buena bola le sacaron,
según indicó el doctor
a quien fue del afer actor,
por el corte que sajaron.
Allá abajo lo dejaron
hasta el volver absoluto,
pues es el ansiado fruto
o culmen de este proceso,
que no será pan con queso,
pero destupe el “conduto”.
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Sondas, vías y mangueras,
con el resto del menaje,
procuran que siempre encaje
sin alargar las esperas.
Aunque de todas maneras,
aun pareciendo extraño,
nada de ello causa daño,
pues el conjunto o tinglado
es un todo preparado
que desobstruye tu caño.
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Entra uno acongojado,
pero sale satisfecho
por ese quehacer bien hecho
felizmente ejecutado.
Ahora todo ha culminado
y nos vamos bien contentos.
Mas hemos de ser atentos,
y al llegar la despedida:
 ¡a preservar nuestra vida
y a perdonar estos cuentos!
Sean felices, vayan al urólogo y déjense de pendejadas, que, como decía cierto entendido, lo que se puede “devitar”, se “devita”. ¿De acuerdo?

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