Como mi opinión coincide con los planteamientos de estos dos
artículos, cuyos enlaces te dejo por si quieres echarles una visual (Jaime
Pérez Llombet, Diario de Avisos), contestados quedan quienes me preguntan sobre
posicionamientos. Y un (pen)último llamamiento a la cordura, a la sensatez. ¿No
se mentan compañeros? Pues no lo aparentan.
Y dos. Ya que mencioné a Diario de Avisos, señalar al que
redactó la información acerca de que el Cabildo acondicionará la pista de la
ladera de Güímar que utilizan los parapentistas, que no la ilustre con una
espléndida vista del Valle de la Orotava desde el mirador de La Corona. Queda
feo. E invaden mis territorios y mi intimidad.
Vengo insertando (colgando) en Facebook en estos días unas
frases en torno al vocablo RESPETO. Que no causan mayor impacto en los amigos
virtuales porque bien sabido es que las redes sociales están para asuntos más
prosaicos (ramplones, insulsos o chabacanos). Y cae la casualidad de que hace
unas horas me enteré (La Opinión de Tenerife) de que en mi pueblo también se
estilan los insultos racistas en las instalaciones deportivas. No íbamos a
quedar atrás de modismos tales.
Vivo a no más de 100 metros del campo de fútbol Los
Príncipes. Recinto al que dejé de asistir hace unos mil quinientos años, cuando
el Puerto Cruz le endosó al club realejero nada menos que un hermoso 0-5. No me
acuerdo en qué categoría militaban en aquel entonces, ni tengo la más remota
idea de cómo se encuentran en la actualidad. Y eso que desde casa escucho el
griterío de vez en cuando. O están los aparcamientos de las calles de la
urbanización ocupadas con los vehículos de los aficionados.
Más tarde, cuando se inició la trayectoria del fútbol base
en mi barrio de Toscal-Longuera, acudía al Antonio Yeoward hasta que un nutrido
grupo de madres me hizo cambiar de idea. Porque las señoras cogieron el
entretenimiento de poner a caer de un burro al vestido de negro (hoy ya llevan
otros colores) y como uno impartía clases en el cercano colegio y entendía que
la educación no era solo cuestión de las cuatro paredes del aula, hice mutis
por el foro.
La foto que ilustra este comentario es del año 1973 en el
precitado campo de Los Príncipes. Practicaba uno ese deporte, de aficionado, y
cada semana echábamos un partido para desentumecer músculos y quemar energías.
Que aún sobraban. Con terrenos de tierra y piedras en los que daba (dis)gusto
caerte y pelarte como un conejo.
Leo que este pasado fin de semana se enfrentaron el Realejos
con el Atlético Victoria. Y que en este último juega Javier Bwomeka Nchaso. Al
que parte del público asistente dedicó unos gentiles y cariñosos piropos en
forma de mensajes que aludían a su condición racial y al color de su piel.
Desde ‘negro de mierda’ hasta ‘cayuco’, según se recoge en el acta arbitral,
fueron minando el aguante del joven, hasta que explotó ante tan miserable
actitud y acabó por recriminar la acción en un momento que se acercó a la banda.
Hecho por el que el trencilla (¿se dice así, amigo Salvador?) le mostró la
tarjeta amarilla (la segunda, por lo que hubo de expulsarlo).
Qué pena que en pueblo tan noble ocurran estos lamentables
sucesos. Pero para estos lances no hay minutos de silencio ni comunicados
oficiales para lamentarlos. Son minucias que ocurren en cada jornada. Ni se les
presta atención ni merecen repudios. Van entrando en los derroteros de la
normalidad más abyecta.
Qué otra cosa puede esperarse de una sociedad que aplaude a
rabiar matonismos televisivos y crudezas de toda índole y condición. Las dianas
del entretenimiento se incrementan. Antes apechugaba el árbitro con el grueso
de los dardos. Ahora ya tenemos negros con los que desfogarnos. Cuánta lástima.
Menos mal que, como contrapartida, hallamos la cara amable
en los terreros de nuestras islas. Debe ser porque es un deporte insigne la lucha
canaria. Donde la nobleza de la mirada hace posible que bregue un negro y
destaque su presteza con las mañas de siempre.
Espero y deseo que el ayuntamiento realejero saque una nota
de prensa en la que repudie el incívico acto al que hacemos referencia. Porque
los habitantes de este municipio no nos podemos sentir representados por esos
energúmenos. En manera alguna.
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