Casimiro no me lee. No puede perder su tiempo en nimiedades
tales. Pero como le remuerde la conciencia, tiene mensajeros y espías. En los
lugares más insospechados y bajo cualquier apariencia habrá un lacayo que lo
mantendrá al tanto. No importa que te mimetices con la naturaleza más recóndita
de El Cedro. Para los ojos escrutadores de Papi nada se esconde tras un laurel,
una faya o un viñátigo.
Casimiro sabe que voy a la isla con cierta frecuencia,
cuando mi pensión (antes sueldo de funcionario) me lo permite. Viaje que pago religiosamente.
Sin dietas ni abonos por alojamiento. Y sabe que en aquellos pueblos hablo con
la gente. Y noto miedo, temor. Porque yo escribo, lo escribo. A estas alturas,
solo el pánico de irme de una pared abajo. Dejar de teclear (yo, sin
intermediarios), harto complicado.
Casimiro lo ve todo, lo oye todo, lo olfatea todo. Debería
llamarse Todomiro. Es el amo. Domina más que dirige. El gomero se le debe,
incluso más allá de la muerte. Lleva pagando caro subsidio desde ha bastante.
Porque la isla sabe mucho de feudalismo. Puro y duro. Aun en los tiempos
modernos de la democracia más reciente. Servidumbres de siempre.
Estuve hace unos días. Y un soplo de esperanza me reconfortó.
Aunque el recelo sigue latente. Sentimientos contrapuestos en un territorio tan
limitado que hacen saltar chispas. Que se ahogan en un mar de confusiones.
Porque la isla sigue siendo silencio amordazado. Pero me alegra que tímidamente
(paulativamente, que decía Agustín ‘el
fachadas’) un murmullo, al más puro estilo riachuelo en Las Mimbreras, se haga
patente. Despierta y sacúdete.
Me cuentan que el Cabildo va a la deriva. Y es que el equipo
de gobierno o está en Tenerife o se halla pluriempleado. Alcaldes que simultanean
de consejeros y diluyen responsabilidades en abandonos de lo uno o de lo otro,
en ausencias más que notorias. Cruceristas que recorren una Villa cerrada a la
cultura y que hacen vergonzosa cola en La Laguna Grande para el cortado de la cuota.
Establecimientos señeros atendidos por gente sin capacitación en contadas horas
a la semana. Inversiones millonarias cerradas a cal y canto. O derribadas por
mor de sentencias judiciales sin que el autor de los desaguisados pague los
perjuicios económicos.
Casimiro, ahora estacón de Clavijo pero socialista de siempre,
exige fondos para mantener a toda costa el derecho de pernada (acepción
coloquial: ejercicio abusivo del poder o de la autoridad). Y tuvo que rodearse
a toda prisa de un equipo joven (que no es malo) pero inexperto. Lo que se
traduce en una gestión tan apática como ineficaz. En la primera institución
insular y en los consistorios en los que dispone de mayoría absoluta. En los
que ha habido pactos se nota otro discurrir porque se impone el diálogo.
Casimiro quiere emular a los dioses con su omnipresencia.
Despliega tentáculos en aquella difícil y complicada orografía sin reparar en
costes ni consecuencias. Un voto bien vale unos kilómetros de piche. Es su
particular huida hacia adelante en la que lleva inmerso décadas. Ahí está El
Machal, otro ejemplo de aventura que ha logrado bajar un cristo para aupar un
proyecto con demasiadas sombras y ‘enfrentamientos’ institucionales.
Casimiro, siempre por arriba del bien y del mal, puede
invadir competencias municipales porque él se arroga el poder absoluto. Y me
recuerda las ganancias de cierta empresa organizadora de espectáculos festivos
cuando para los actos de las fiestas de septiembre eran requeridos sus servicios
por Ángel Luis Castilla, en aquel entonces alcalde de San Sebastián. De lo que
enterado el señor Conde, o el Papi (la sabiduría popular no tiene inconveniente
en esos bautizos, incluso en reconocer que se encuentra metido en muchos
berenjenales judiciales, aunque acaba por darle el sumiso voto por si alguna
plaga divina cae sobre su cabeza), provocaba una nueva contratación, ya que las
relaciones entre ambos mandatarios era más bien tirante, a pesar de que
militaban ambos en el PSOE. Partido que, según Fraga, no le ha cerrado las
puertas para un posible retorno, lo que provocaría un cisma de muy complicada
reparación en aquella isla. Salvo que Casimiro se vaya a vivir a EEUU. Que de
posibles dispone. Y de algún pariente.
Casimiro no tiene reparo alguno en firmar párrafos como el
que a continuación transcribo sin que ello le provoque mella alguna: “Tenemos
que ser capaces de fijar las bases para garantizar el presente y el futuro de
los canarios. Decidir qué se debe mantener y qué debemos cambiar para rentabilizar
todos los recursos que están a nuestro alcance, asegurar la sostenibilidad y,
sobre todo, lograr una mejor redistribución de la riqueza”. Perla, entre tantas,
de uno de ‘sus’ artículos semanales. Cuánto de bien deberá conocerlo el negro, o
la negra, para ponerse en el pellejo de alguien que ha venido haciendo todo lo contrario.
Algo que hasta algún familiar directo no se recata en propagar a los cuatro
vientos cuando el índice de alcoholemia sube unos miligramos por litro de aire
expirado. Lances, y al afer madrileño me remito, que deben ser más frecuentes
de lo habitual.
Se preguntará Casimiro, aunque sea en sueños, acerca de la
posibilidad de que él sea el problema principal de La Gomera. De si dando un
paso al lado la isla podría regirse por otros modos y maneras… Iluso.
Si el silbo es asignatura curricular, ¿por qué no, maestros
y profesores, un repaso mensual a la poesía de Pedro García Cabrera?: “No
deseamos otras pertenencias que no sean las alas de los vuelos”.
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