viernes, 31 de marzo de 2017

José Galán

El próximo miércoles (5 de abril), a las 19:30 horas, se procederá al descubrimiento de la placa que da nombre a la calle José Galán Hernández. Alguna nota plasmé en el anterior blog (Pepillo y Juanillo) de la figura de este maestro que marcó impronta en aquellos lugares donde ejerció su magisterio. Varias pinceladas poseo guardadas en el ordenador y breves apuntes se plasman en una tesis doctoral titulada Prensa y Educación en el Norte de Tenerife entre la I y la II repúblicas (1873-1931). Aunque es Octavio Rodríguez Delgado, cronista oficial de Güímar, quien, quizás, haya tratado en mayor profundidad la biografía del egregio personaje.
Se deja constancia en uno de los capítulos de la tesis antes mencionada que “aunque se trate de una celebración realizada en el Sur de la isla, creo interesante destacar la extensa información aparecida en El Campo (La Orotava, marzo de 1929, año XIV, número 52, páginas 18 a 32), debido al meritorio papel del maestro José Galán Hernández, elocuente orador en el acto, destacado poeta, colaborador de prensa, intelectual republicano, desgraciadamente desaparecido (?) en nefasto período histórico de triste recuerdo, que se dirigió el numerosísimo público que se había congregado, explicando con frases elocuentísimas la importancia educativa de la Fiesta, haciendo un inspiradísimo canto al arbolado y haciendo demostración de sus dotes de cultura y oratoria, por lo que fue ovacionado y felicitado calurosamente”.
Por su contenido, por ser “el alma del festival y uno de los más entusiastas defensores del arbolado”, y por constituir su texto discursivo un claro ejemplo de lo que dichas fiestas podían suponer, vaya su reproducción íntegra, al tiempo que manifestar el agradecimiento a la Asociación Cultural Proyecto José Galán por la labor que viene realizando. Y congratularnos todos de que Los Realejos haya hecho posible tan merecido honor:
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«Hoy (10 de marzo de 1929) celebra el pueblo de Fasnia una de las fiestas que son más demostrativas del afán de progreso y cultura que preocupa a todos los países: afán de adelantos, de innovaciones, de inquietudes por un porvenir, que sean, al mismo tiempo, arrepentimiento por las equivocaciones pasadas y promesa de realizaciones para el futuro.
Esta fiesta presenta, además de las características propias, la de ser la primera de esta clase que se celebra en este pueblo, y las de verse honrada con la asistencia del señor delegado gubernativo y de los señores ingenieros agrónomos, así como con la del señor inspector de Primera Enseñanza, a todos los que atentamente saludo.
Igualmente hago extensiva mi salutación a las autoridades locales y al vecindario en general, que, con su asistencia y cooperación al acto, dan la nota de brillantez y civismo, demostrando que se han compenetrado de la capital importancia de esta fiesta, a la que todos debemos coadyuvar con nuestras fuerzas y aptitudes, como amantes del progreso, como ciudadanos y como españoles.
A los compañeros maestros nacionales nada he de decir, pues de sobra saben que cuentan con mi saludo y afección, que compañerismo obliga; y en cuanto al acto, menos; igualmente que yo, están persuadidos de que al cooperar a esta fiesta no hacemos más que cumplir con una obligación moral y material; pues aparte de ser un acto recomendado por una sabia disposición legal, y, por lo tanto, que establece un mandato para todos los funcionarios, para nosotros, para los que nos honramos con tener a nuestro cargo una misión tan elevadísima y difícil como es la de educar a instruir a los niños, la de preparar al ciudadano del mañana para que entre rebosante de entusiasmos, de energías y conocimientos por la puerta de la sociedad futura, constituye esta fiesta algo nuestro, algo completamente ligado a nuestros desvelos profesionales, sintetizando: algo comprendido en las materias de enseñanza, en el terreno pedagógico.
Y a los niños, a esos ciudadanos en formación, esperanza de la sociedad actual, a ellos es a quien debería de dirigirme en mi disertación, que por ellos es por quien se hace esta fiesta, principalmente; pero al revestir el acto un carácter distinto del puramente escolar, forzosamente se han de usar términos, se han de exponer conceptos e ideas que no están al alcance de las inteligencias infantiles.
Por eso, si la Fiesta del Árbol se celebra una vez al año, las autoridades locales, con la cooperación de los maestros nacionales y de otras personas que generosamente se presten a ayudar, deben organizar a menudo fiestas en pequeño, paseos, excursiones, conferencias de carácter esencialmente infantil, exclusivamente escolar.
En esas pequeñas fiestas pueden darse sencillas conferencias a los niños sobre la utilidad del arbolado, o hacerse excursiones a regiones donde abunden los árboles y allí, prácticamente, darles explicaciones, o visitar los lugares donde los niños han plantado arbolitos, para que se encariñen con ellos, para que los amen como obra suya que son.
Esto, aparte de las enseñanzas de arboricultura que se pueden aprovechar, al hacer experimentos, limpiando, podando o injertando los mismos árboles que plantaron.
La Fiesta del Árbol va ya imponiéndose hasta en los pueblos más apartados, en los más refractarios hasta hoy a las leyes y corrientes del progreso universal.
Precisamente, en esos pueblos en los que la cultura no ha llegado al grado que debiera llegar, es donde más falta hace esta cruzada en pro del arbolado; en donde las corrientes del progreso en todas sus manifestaciones han marcado las huellas de su paso bienhechor, no es tan necesaria la celebración de la fiesta: que la cultura lleva en sí el convencimiento de la necesidad de defender al árbol, por conveniencia, por estética y hasta si se quiere, por romanticismo, que no todo ha de ser guiado por el materialismo grosero.
¡Pobres de los seres que no vean en los productos de la Naturaleza otra finalidad que la de satisfacer nuestras necesidades materiales!
¡Pobres de espíritu los que no vean en un frondoso pino más que un vegetal que sirve para que se hunda criminalmente el hacha asesina en su tronco y sacar astillas con que construir un apero de labranza o echarlas al fuego para cocer la comida!
Indiscutiblemente, los arados y más aún los alimentos, son indispensables... Pero... ¿Vamos a prescindir absolutamente del alimento del alma, del recreo del espíritu? ¿No hará mella en el alma de un talador, el triste espectáculo de ver caer a sus pies, muerto por su hacha, a un árbol hermosísimo, que le ofrecía generoso la sombra de sus ramas, sus frutos y la belleza de su conjunto? ¿No le entristecerá oír los lamentos de los pajarillos, que pían tristemente al ver que el árbol en su caída aplastó al nido de sus amores, el lecho de sus hijos?
Puede ser que no; al ignorante talador le discuto todo sentimiento puro, toda delicadeza espiritual... dudo hasta que tenga conciencia.
Y es que al hablar del árbol, no puedo prescindir de la influencia romántica, pues se reúnen en mí las condiciones de ser cristiano y poeta...
El árbol es, de las galas de la Naturaleza, la más simbólica, la que despierta en las almas sensibles las más hondas añoranzas... Visiones históricas de religiosidad y de fe; escenas bíblicas de místico sabor o recias remembranzas de gestas raciales...
De un árbol salió la Cruz en la que expiró el Hombre más grande que ha existido, el maestro Sublime de las indiscutibles Doctrinas...
Un sicomoro ocultó bajo sus ramas a la Sagrada Familia en su éxodo a Egipto, huyendo de la ferocidad de Herodes.
Una rama de olivo fue la señal que indicó a Noé la terminación del Diluvio.
Bajo el célebre árbol de Guernica se reunían los Concejos de los recios hijos de Vasconia, nervio y alma de la raza, para discutir leyes, imponer fueros y depurar costumbres.
El Drago, ese árbol tan nuestro, tan tinerfeño, que es como un monumento vivo en loor de la extinta raza aborigen guanche, reunió bajo sus corpulentas ramas a nuestros antepasados, cuando en momentos difíciles y angustiosos celebraban su Tagoror, su patriarcal concejo. ¿Qué, siendo tinerfeño y teniendo algo de sentimentalidad, de respeto al pasado, no se descubre ante el Drago de Icod, ante el coloso milenario, hoy declarado monumento nacional, que fue testigo presencial de las luchas y más tarde de la fraternidad entre nívaros e hispanos, en la lejana época de la conquista?
¿Quién no ha oído hablar del Garoé, el árbol herreño cuyas ramas manaban agua potable en época de sequía, salvando a los vecinos de morir de sed?
Un árbol sirvió para aumentar la fama de un poeta, del ilustre Padre Anchieta, honra y prez de La Laguna y de Canarias. El sabio jesuita, hallándose prisionero de los indios en el Brasil, tuvo una genial inspiración. Mas, no tenía en qué escribir las místicas estrofas, que en súplica a la madre de Cristo acudían a su mente. El poeta, ante el peligro de que se le olvidaran sus versos, grabó con la punta de un cuchillo en el tronco de un árbol las estrofas de su “Poema Marianun”, tan célebre, y allí se las aprendió de memoria hasta que, libre del cautiverio, les dio publicidad. Sin el providencial auxilio del árbol, la producción del Padre Anchieta, esa joya literaria que es elogiada por el Mundo entero, hubiese quedado desconocida. El Gobierno del Brasil, reconociendo el mérito del poema y el talento de su autor, ha acordado recientemente conservar el árbol como monumento nacional y erigir una estatua al insigne tinerfeño.
Como dije al principio, los países más cultos son los más esforzados defensores del arbolado. Precisamente –y no creamos en una casual coincidencia–, en las naciones donde menos se preocupan de este problema es donde más se destacan estas dos características del atraso popular: la poca población relativa y el analfabetismo. La primera, consecuencia de la pobreza que necesariamente ha de sufrir un país sin arbolado, que obliga a los habitantes a vivir aglomerados en las poblaciones y huir de los campos áridos, inhospitalarios y a emigrar a otros países más acogedores.  Y la segunda, causa y efecto al mismo tiempo del descuido por el fomento del arbolado o del incivil empeño en destruirlo.
Y digo que el analfabetismo es a la par causa y efecto de la destrucción del arbolado o de la indiferencia por fomentarlo, por razones muy sencillas; es causa, porque habiendo cultura, siendo lo bastante instruido un pueblo, estaría convencido de las ventajas del arbolado, y cada ciudadano sería su defensor decidido; y es efecto, porque una de las razones de la falta de escuelas, de que las existentes no funcionen con toda la regularidad que debieran, con el material necesario y con la continua asistencia de los alumnos, es la pobreza del país, consecuencia inmediata de la ausencia del arbolado.
Un ejemplo práctico: Si Fasnia, en vez de presentar este desolador aspecto de sus campos áridos, sus cumbres peladas, la angustia constante del labrador que espera anhelante la lluvia, que a veces tarda años enteros sin venir, fuese un país poblado de árboles, y como consecuencia las lluvias fuesen periódicas, y se construyesen embalses y el riego convirtiera esas inmensas costas estériles en magníficas fincas de abundante producción... ¿se daría el triste espectáculo de ver a tantos niños, de catorce, de doce, y hasta de diez años, que en vez de acudir a la escuela tienen que trasladarse a Güímar a trabajar en los cultivos de tomates, para mitigar un tanto la miseria de sus hogares? ¿Cuánto aumentarían en valor esas inmensidades de terreno costero, si en vez de ser eriales ingratos, yermos, fuesen ricas plantaciones que trajesen el bienestar para sus propietarios, para los obreros y para el pueblo en general?
Este sueño de prosperidad se realizaría habiendo agua, abundando las lluvias, y las lluvias está demostrado que son más frecuentes en los países poblados de árboles.
El arbolado atrae a las nubes que se forman en las alturas atmosféricas y las que al ponerse en contacto con la temperatura más cálida del suelo, se liquidan, transformándose en lluvia que riega el terreno o se deposita en forma de rocío sobre las ramas, alimentando al vegetal y refrescando el aire.
Y hasta lleva sus beneficios a ser precavido y atenuar los efectos de la lluvia, cuando ésta se presenta en forma tempestuosa y las aguas reunidas se precipitan en torrentes por los declives del terreno.
Los troncos y raíces forman como diques de contención, e impiden que las aguas desbordadas hallen libre paso y arrastren las cosechas y hasta, a veces, animales, edificaciones y personas, y, lo más corriente, que se lleven al mar las tierras laborables, dejando como triste recuerdo de su paso, las rocas peladas donde es imposible toda vegetación.
¿Para qué voy a exponer más argumentos y ejemplos de los beneficios que reporta a la agricultura y al bienestar popular el arbolado? Las constantes campañas que con dicho fin se siguen por entidades oficiales y particulares, en la Prensa y en libros, en fiestas y demás actos públicos demuestran irrebatiblemente que toda labor que se haga a favor del árbol, es labor de prevención, labor de provecho, si se admite el término, labor de egoísmo; que al defender al arbolado, no hacemos más que defendernos nosotros mirando al presente y al futuro.
Y en esta región, en el Sur, hace más falta una decidida labor en fomento del arbolado. La despoblación de los montes, la naturaleza volcánica del terreno y la situación geográfica –sabido es que los países situados al Sur sufren un clima más caluroso– son factores decisivos en la falta de lluvias. Y ya que nos es imposible enmendar la obra de la Naturaleza, ya que no podemos variar la situación de la región, ni cambiar la calidad del terreno, ayudemos decididamente a terminar con la otra causa que contribuye a la escasez de agua de lluvias. Poblemos los montes de árboles; impidamos esas talas vergonzosas de los pocos ejemplares que han escapado al hacha destructora; embellezcamos las calles, caminos y plazas con árboles y flores, y aparte de hacer obra de estética, trabajemos por atraer las lluvias, que en pago a nuestro noble y cívico empeño fertilizarán los sedientos campos.
Vecinos de Fasnia: Por cultura, por conveniencia, por humildad, emprended una meritoria campaña a favor del arbolado... Procurad que este pueblo, tan digno de adelantos, deje de ser un punto más, perdido en el mapa de Tenerife; que se hable de su riqueza, de su progreso, de su afán de incorporarse a la marcha de las poblaciones adelantadas... Sea esta fiesta de hoy como una promesa y una iniciación de obra cultural, que en no lejanos días recogeréis el fruto de vuestra labor.
Defended al árbol, que él nos proporciona la cuna de nuestra niñez, sus nutritivos frutos, el papel con que se nos inculca la cultura en la escuela... Y... ¡favor máximo!... nos da el ataúd con que ir a la tierra cuando emprendamos el último viaje...
¡Fiesta del Árbol! Fiesta que debería llamarse de la Naturaleza, porque al defender al arbolado, defendemos las más preciosas galas de la Creación: árboles, pájaros, flores, al hombre mismo. Su celebración demuestra el afán de cultura de los pueblos y el ansia de los ciudadanos de preparar una vida mejor a sus hijos, a las nuevas generaciones.
Debemos ver en el árbol una demostración de la Bondad Divina. Consideremos los beneficios que nos prestan y por lo tanto, cada vez que derribemos un árbol, cometemos una ingratitud. Mirad la abnegación de las palmeras, que atraen con sus aceradas hojas al rayo destructor dando generosamente su vida al evitar que la centella caiga en el hogar del labriego, que tal vez momentos antes maltrataba sus ramas triunfales.
Niños: Tened en cuenta que cuando plantáis y cuidáis un arbolito, no hacéis más que trabajar para el mañana. El árbol atraerá la lluvia sobre los campos de vuestro pueblo, embellecerá las campiñas hoy de aspecto tan desolador; en las primaveras se llenarán de flores y de aromas que recreen vuestros sentidos, y cuando seáis viejos, aparte del orgullo de haberles dado vida, encontraréis su sombra protectora, cuando salgáis a desentumecer vuestros miembros, ateridos por el frío de los años...
Que la fiesta de hoy quede grabada en vuestras inocentes imaginaciones para no olvidar que el cuidar el arbolado es una acción digna de elogios y que lleva el premio en sí. A sembrar cada uno el arbolito que se le designe y a cuidarlo después con cariño, para que dentro de poco tiempo, al ver sus ramas frondosas y su crecimiento arrogante, digáis con orgullo: Ese árbol tan hermoso lo planté y cuidé yo. Luego he ayudado a hermosear a mi pueblo y a desaparecer del hogar de mis padres la negra amenaza de la sequía. Yo soy un niño bueno, y cuando sea mayor he de ser un buen ciudadano. A las niñas, también, les corresponde desempeñar un gran papel en esta empresa. Precisamente por ser hembras –la mujer tiene un alma más sensible y delicada que el hombre– está a su cargo la parte romántica, la parte sentimental de la obra.
Ellas son las llamadas a inculcar en sus hermanos, en sus amigos, en sus novios y en sus esposos cuando sean mayores, este amor a la belleza del arbolado. ¡Tal vez lo que no pueda convencer el rudo entendimiento del labriego, lo pueda el consejo, el ruego, la dulce persuasión, de la hermana, de la hija, o de la esposa!
Y todos, niños y niñas, grandes y pequeños, maestros, autoridades y particulares, no debemos desmayar en esta obra que se ha iniciado hoy, y seguir perseverantemente en el loable empeño, hasta que llegue el día en que digamos en una exaltación mística de fraternidad, como el santo de Asís: ¡Hermano Árbol!
Entonces es cuando podemos dar por terminada la gran obra».
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Como es fin de semana y disponemos de más horas para la lectura, espero ser comprendido por la extensión. Pero el bien hilvanado discurso de José Galán, pienso que valía la pena.

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