Por segunda vez, y en el mismo hospital (Can Misses, de
Ibiza), un especializado equipo de bomberos ha tenido que intervenir de manera
urgente –bueno, su profesión es consustancial con la prisa– y echar una mano a
un grupo de sanitarios que se enfrentaba ante la difícil tesitura de intentar
extraer un objeto que fue introducido en lugar inadecuado. Y aquello se infló y
comenzó a echar chispas, por lo que a los médicos no les quedó otro remedio que
marcar el 112. Ante el requerimiento habido, acudieron prestos los
especialistas de mangueras y conductos varios.
Olvidó nuestro hombre –el paciente– que los anillos se
colocan, por regla general, y sobre todo cuando son rígidos, duros y
consistentes, en cualquiera de los dedos de las manos y no en otras
protuberancias corporales. Máxime cuando estas pueden hincharse por los motivos
más nimios, casi siempre relacionados con pensamientos libidinosos, y poner en
serio compromiso a otras necesidades fisiológicas más perentorias. Vamos, es lo
normal, que luego a cada cual se le importa un silbato (o una sirena) hacer lo
que mejor estime conveniente. Que uno es libre para estirar la situación hasta
donde crea oportuno. Lo malo es que después, ante cualquier atasco, se ha de
recurrir a profesionales. O movilizar un parque. Como fue el caso.
Casualidades o no, allá por 2013, el mismo retén de guardia
hubo de salir pitando porque se produjo situación similar a la de días pasados.
En ambas ocasiones acuden a urgencias unos individuos con síntomas parecidos:
opresión dolorosa en sus partes (las de ambos), debida, probablemente, a una
subida repentina de temperatura, y la consecuente dilatación, que provoca la
obstrucción inmediata de la circulación sanguínea y de cualquier otro fluido
por el conducto reglamentario. Me duele de pensarlo, qué necesidad.
Afortunadamente, y sabiendo a lo que se enfrentaban (la experiencia
es un grado), los llamados a apagar estos fuegos habían guardado a buen recaudo
la minúscula radial con la que intervinieron hace cuatro años, tras sesenta
minutos angustiosos, al de la primera infeliz ocurrencia. Ahora, con una
superior carga de presteza, en tres cuartos de hora fueron capaces de cortar
por lo sano y liberar del metal opresor al órgano masculino del individuo que
se hallaba firmemente sujeto por un anillo metálico y que no lo dejaba realizar
las funciones para las que fue creado: miccionar (y la otra). Puede que el muy
rebenque haya querido probar, o sufrir, padecimiento similar a una próstata
aumentada de tamaño. Porque el placer no lo intuyo. Y probaturas, las justas.
Fue una actuación de una precisión milimétrica ejemplar.
Mientras uno manejaba la radial con un pulso digno de admirar, otro refrescaba
el campo de operaciones con cubas de suero para que las chispas resultantes no
ocasionaran una quema incontrolada del vello púbico. Ya habían advertido los
doctores presentes que la depilación no entraba en el paquete. Sin dobles. O en
el pack, para adaptarnos a la
terminología moderna. Que si no se tratara de una cuestión seria, diríamos que
se estuvo a punto de que se le turraran (palabra autóctona) los mismísimos.
Como cuando metes las papas en el caldero y te olvidas del agua.
Fueron necesarios dos discos y media docena de baterías,
porque la herramienta no pudo ser enchufada a la red eléctrica dado el evidente
peligro de que alguna pieza pudiera quedar inutilizada de por vida. En estas
distancias cortas los cortocircuitos suelen acarrear gravísimas consecuencias.
Y las imprevisibles incisiones en pieles tan delicadas implicarían hemorragias
desafortunadas.
Lo bomberos ibicencos piensan abrir un negocio online para en sus ratos libres ofertar
servicios de desatascos especiales. Creen que existen posibilidades de rentabilidad
inmediata, pues se incrementan los cada vez más frecuentes calentones en los
bajos. Limitarán, por lo pronto, su campo de acción al archipiélago balear por
razones evidentes de prontitud en el cometido. Ya han adquirido una piedra de
amolar que les permita la reutilización de los discos especiales de la radial
salvadora, a fin de abaratar costes a los huevones (según la RAE, imbéciles,
tontos o faltos de inteligencia) que se ponen
aros en donde no deben, en vez de sujetarse un piercing en cualquier repliegue. Mejor de quita y pon.
Ahora que hay días mundiales de todo y para todo (del agua,
de la poesía, de la se la bufa o del insulto parlamentario, del higo pico, del
inodoro, de la nieve…), por qué no el de la estupidez humana. En el mismo se
homenajearía, verbigracia, a los que se introducen cuerpos extraños por los
orificios (nasales o no). Y capítulo especial a los que se anillan el pito. Le
digo a usted.
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