La señora Merkel, la canciller alemana, estuvo otra vez –y
van unas cuantas– en La Gomera. Dentro de poco me sigue. Y es normal porque mi
pensión deberá significar la décima, o más, parte de su salario. Tiene ella,
por lo tanto, la ventaja de poder acudir el Tecina. Y sin mayores problemas
para la reserva.
Como se empeña en pasar desapercibida (¿o inadvertida?), y
tal actitud no conviene a los intereses políticos reinantes en aquella isla, el
presidente del Cabildo se halla muy molesto y piensa seriamente no enviarle el
detalle que tiene para con la mandataria europea en cada visita. Es, cree el
máximo representante del gobierno insular, una falta de respeto que no se deje
ver con él, por ejemplo, en Casa Efigenia. Y desde Las Hayas, sin hay que echar
unos pateos, Las Creces, verbigracia, a dos pasos. O la Cañada de Jorge. Y al
golpito, hasta el Raso de la Bruma. Lo malo es que doña Angela se empeñe en
comer en Playa de Santiago, que ya es territorio en el que las incursiones
cabilderas son poco frecuentes. Los tentáculos no pasaron del barranco.
Por esta vez estoy de acuerdo con Casimiro. Un respetito es
muy bonito. Y qué menos que una charla, aunque sea de unos pocos minutos, entre
ambos líderes. Porque en siete u ocho días hay tiempo para todo. Y la cortesía
institucional debe estar muy por arriba de vacaciones y momentos de ocio. Pues
queda muy mal visto, o da mala imagen, esa manía de esconderse, máxime cuando
por esos lares no transita Mariano. Bien distinto sería sin el gallego
estuviese, pues su marcha sería difícil de sostener. Dicho en cristiano,
asfixia a cualquiera. Ahí se fue recientemente a Brasil y si no lo paran acaba
en Ushuaia, en la mismísima Tierra del Fuego.
De ocupar yo el cargo de Curbelo, ya me hubiese plantado en
la Cancillería Federal –aprovecharía los miércoles a las 9,30 horas, que hay
reunión del gabinete–, y silbaría bien alto una reivindicación que se cae de
madura. Además, como viene siempre en Semana Santa y aquí no hay actividad
parlamentaria y el palacio insular se halla bajo mínimos, qué menos que un
intercambio de pinceladas en cualquier lugar simbólico: La Fortaleza de
Chipude, El Cabrito, Chinguarime, Lo del Gato, Guarimiar, Chejelipes… Sí, hay
más, pero yo buscaba lugares discretos, sin luz ni taquígrafos. Bueno, ya que
dije sin alumbrado, mejor en Tejiade, que no queda a mucha distancia de su
lugar de residencia.
Ahora bien, si se llega a un entendimiento y no hay problema
para que el encuentro se rodee de toda la parafernalia de rigor –hasta sería
capaz de darme un salto– podríamos elegir la zona recreativa de Las Nieves,
lugar ya frecuentado en mítines políticos y que se presta para un buen asadero,
en el que no faltarían, por supuesto, unas buenas salchichas con unas generosas
jarras de cerveza, alemanas, of course (es
que ya escribí antes por supuesto).
Como estos germanos tiene fama de cabeza cuadrada, suelen
ser de costumbres fijas. Por nuestros ‘sures’ también saben de sus andanzas por
Los Abrigos: pescadito a la ida, pescadito a la vuelta. Ahora tocará, pienso,
convencer a Theresa May, Enmanuel Macron y otros para que vuelen a Canarias. Lo
ideal sería que cada uno se decante por una isla y, a ser posible, que cumplan
con la triple paridad.
Bueno, se acaba otra semana y con ella se nos despide abril.
Estuve el domingo pasado un rato en Realejo Bajo para disfrutar de las
actividades de Érase la Ciudad del Cuento y la Palabra. Yo hubiese mencionado
lo de Villa. No solo hace justicia, sino que viste más. A pesar del solajero
(el próximo año pondré un puesto de sombreros y gorras, o de chubasqueros, por
si cambia el tiempo), con el que peligra la calva y las ideas, disfruté con los
menudos. También los míos, los nietos. Y tuve la oportunidad de saludar a unos
cuantos amigos. Como algunos me leen, les agradecí personalmente el detalle.
Compré el libro de David y Javier presentado el viernes anterior en el Casino
Viera y Clavijo.
Y ya está. Hasta el 2 de mayo. Que entramos en más fiestas.
Muchas.