Este viernes pasado, 21 de abril, uno de los barcos de la
Naviera Armas que realiza las conexiones marítimas interinsulares, el Volcán de
Tamasite, se dio tremendo estampido en el muelle Nelson Mandela (antes La Esfinge)
en Las Palmas de Gran Canaria. Como todos nos hemos convertido en reporteros
gráficos, para qué contarte la cantidad de fotografías y vídeos que comenzaron
a ‘navegar’ de manera inmediata. Hasta la televisión canaria amplió el horario
de sus informativos vespertinos para repetir hasta la saciedad el momento
culminante de la entrada triunfal del ferri.
La primera duda que me surge, espero que el amigo Javier
Dóniz me aclare algo al respecto, es si en Fuerteventura existe un volcán que
se denomine así. Conozco –un poco he leído– breves pasajes de la batalla de
Tamasite. Sé que con ese nombre se designan varios establecimientos hoteleros de
la isla. Pero nada más. Me da que como la naviera nombra a todos sus barcos
como Volcán de, lo mismo se les fue el baifo en cualquier añadido.
Parece ser que no es la primera vez que este buque tiene un
percance. Ya se cargó la pasarela móvil de embarque y desembarque de pasajeros,
también en Las Palmas; se quedó a la deriva viniendo de Morrojable y no sé si
fue este el que en ese puerto majorero también tuvo otro encontronazo. Desde
luego, si se trata, en la amplia casuística, del mismo capitán, ya habrá
perdido todos los puntos por exceso de velocidad. O por calársele el vehículo. Como
ya a otro de la misma compañía le surgieron unos problemas mientras estaba
atracado en Santa Cruz y tuvieron que soltar el ancla ante el peligro inminente
de rotura de los cabos, me pregunto si en este último incidente no pudieron
llevar a cabo idéntica operación. Será como en el caso de los coches, que en
última instancia jalas (oye, que jalar lo incluye el DRAE) por el freno de
mano. Porque no quisiera pensar que fuera el piloto jugando al Candy Crush.
Pero a mí lo que me causa cierta hilaridad es el
comportamiento de la gente, de los pasajeros. Y por extensión, familiares,
allegados y noveleros varios. Nos priva (complace o gusta de manera extraordinaria) tanto subir
a las redes sociales cualquier incidencia, por muy nimia que sea, que
comentarios y procederes de algunos individuos (o individuas) dejan bastante
que desear. Desde el enterado que manifiesta categóricamente que la tripulación
reaccionó muy tarde hasta el ingeniero naval que asegura que la nave empezó a
zozobrar. Como todo se debió, según los técnicos, a un fallo eléctrico, nada
mejor que echar la culpa a Las Caletillas. Ya puestos.
Desde el que tuvo que ponerse un tranquilizante bajo la
lengua (ya viajamos con botiquín incorporado) hasta la que le indicó al hijo, tras el aviso de
este, que subiera a cubierta para que lo viera a ver si estaba bien, podemos
pasar por el bocazas que entiende que los inconvenientes se arreglan al grito
limpio, haciendo caso omiso a las indicaciones de la tripulación, y, cómo no,
por el medio de comunicación más sensacionalista de todos estos contornos –la nuestra,
la canaria, la de las intrépidas reporteras, la de noveleros y noches de taifas–
que se agarra a cualquier bobería para intentar justificar un gasto de dinero
que bien podría valer para atender necesidades más perentorias. Pienso yo, que
no Cristina Valido, quien ve brotes verdes por todos lados.
Las airadas protestas de los que pretendían bajar a tierra a
toda costa (me imagino que para hablar con su abogado y ver qué se puede hacer
por si procede reclamar daños y perjuicios) me choca con el perfil de viajero
marítimo. Y es que a todo lo que huela a montada ni le encuentro explicación ni
le concedo siquiera el beneficio de la duda. Si te vas en una lancha a pescar por
esos mares afuera, lo mínimo que te pido es que sepas nadar. Así que no te
pongas bravo. O no te subas a una embarcación.
Se estampan los barcos, se estampan los coches y se estampan
los aviones. Y cada estampido implica unas consecuencias. No hubo que lamentar,
afortunadamente, mayores desgracias personales, salvo unos heridos leves. Como
decimos siempre, para lo que pudo haber sido. No obstante, cómo les sacamos el
jugo a los móviles. Cómo nos encanta que nos pinchen en me gusta. Y si nos
percatamos de que nos graban, cómo sacamos a relucir nuestras dotes de actor.
Lo malo es que muchos caguetas (pusilánimes, cobardes) se delatan ellos solos.
Y arriba parece que se les importa un
pito el que miles de personas visionen sus hazañas. En vez de esconderse
debajo de una piedra. O de un noray.
Menos mal que no ocurrió en Agaete, porque si es entrando a
Las Nieves, salvo que siguiera de frente hacia lo que quedó del Dedo de Dios, se
hubieran echado a correr Tomás Morales, Saulo Torón y Alonso Quesada (Monumento
a los Poetas). Como suelo transitar por esas islas, puede que me compre un
móvil y jubile la Canon.
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