lunes, 24 de abril de 2017

El estampido

Este viernes pasado, 21 de abril, uno de los barcos de la Naviera Armas que realiza las conexiones marítimas interinsulares, el Volcán de Tamasite, se dio tremendo estampido en el muelle Nelson Mandela (antes La Esfinge) en Las Palmas de Gran Canaria. Como todos nos hemos convertido en reporteros gráficos, para qué contarte la cantidad de fotografías y vídeos que comenzaron a ‘navegar’ de manera inmediata. Hasta la televisión canaria amplió el horario de sus informativos vespertinos para repetir hasta la saciedad el momento culminante de la entrada triunfal del ferri.
La primera duda que me surge, espero que el amigo Javier Dóniz me aclare algo al respecto, es si en Fuerteventura existe un volcán que se denomine así. Conozco –un poco he leído– breves pasajes de la batalla de Tamasite. Sé que con ese nombre se designan varios establecimientos hoteleros de la isla. Pero nada más. Me da que como la naviera nombra a todos sus barcos como Volcán de, lo mismo se les fue el baifo en cualquier añadido.
Parece ser que no es la primera vez que este buque tiene un percance. Ya se cargó la pasarela móvil de embarque y desembarque de pasajeros, también en Las Palmas; se quedó a la deriva viniendo de Morrojable y no sé si fue este el que en ese puerto majorero también tuvo otro encontronazo. Desde luego, si se trata, en la amplia casuística, del mismo capitán, ya habrá perdido todos los puntos por exceso de velocidad. O por calársele el vehículo. Como ya a otro de la misma compañía le surgieron unos problemas mientras estaba atracado en Santa Cruz y tuvieron que soltar el ancla ante el peligro inminente de rotura de los cabos, me pregunto si en este último incidente no pudieron llevar a cabo idéntica operación. Será como en el caso de los coches, que en última instancia jalas (oye, que jalar lo incluye el DRAE) por el freno de mano. Porque no quisiera pensar que fuera el piloto jugando al Candy Crush.
Pero a mí lo que me causa cierta hilaridad es el comportamiento de la gente, de los pasajeros. Y por extensión, familiares, allegados y noveleros varios. Nos priva (complace  o gusta de manera extraordinaria) tanto subir a las redes sociales cualquier incidencia, por muy nimia que sea, que comentarios y procederes de algunos individuos (o individuas) dejan bastante que desear. Desde el enterado que manifiesta categóricamente que la tripulación reaccionó muy tarde hasta el ingeniero naval que asegura que la nave empezó a zozobrar. Como todo se debió, según los técnicos, a un fallo eléctrico, nada mejor que echar la culpa a Las Caletillas. Ya puestos.
Desde el que tuvo que ponerse un tranquilizante bajo la lengua (ya viajamos con botiquín incorporado) hasta  la que le indicó al hijo, tras el aviso de este, que subiera a cubierta para que lo viera a ver si estaba bien, podemos pasar por el bocazas que entiende que los inconvenientes se arreglan al grito limpio, haciendo caso omiso a las indicaciones de la tripulación, y, cómo no, por el medio de comunicación más sensacionalista de todos estos contornos –la nuestra, la canaria, la de las intrépidas reporteras, la de noveleros y noches de taifas– que se agarra a cualquier bobería para intentar justificar un gasto de dinero que bien podría valer para atender necesidades más perentorias. Pienso yo, que no Cristina Valido, quien ve brotes verdes por todos lados.
Las airadas protestas de los que pretendían bajar a tierra a toda costa (me imagino que para hablar con su abogado y ver qué se puede hacer por si procede reclamar daños y perjuicios) me choca con el perfil de viajero marítimo. Y es que a todo lo que huela a montada ni le encuentro explicación ni le concedo siquiera el beneficio de la duda. Si te vas en una lancha a pescar por esos mares afuera, lo mínimo que te pido es que sepas nadar. Así que no te pongas bravo. O no te subas a una embarcación.
Se estampan los barcos, se estampan los coches y se estampan los aviones. Y cada estampido implica unas consecuencias. No hubo que lamentar, afortunadamente, mayores desgracias personales, salvo unos heridos leves. Como decimos siempre, para lo que pudo haber sido. No obstante, cómo les sacamos el jugo a los móviles. Cómo nos encanta que nos pinchen en me gusta. Y si nos percatamos de que nos graban, cómo sacamos a relucir nuestras dotes de actor. Lo malo es que muchos caguetas (pusilánimes, cobardes) se delatan ellos solos. Y arriba parece que se les importa un  pito el que miles de personas visionen sus hazañas. En vez de esconderse debajo de una piedra. O de un noray.
Menos mal que no ocurrió en Agaete, porque si es entrando a Las Nieves, salvo que siguiera de frente hacia lo que quedó del Dedo de Dios, se hubieran echado a correr Tomás Morales, Saulo Torón y Alonso Quesada (Monumento a los Poetas). Como suelo transitar por esas islas, puede que me compre un móvil y jubile la Canon.

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