Celebrose el pasado sábado el Día de la Tierra. Y Google nos
lo recordó con uno de sus ya famosos ‘doodles’. Cuando uno creía que el fin del
mundo tendría que producirse por la insensatez humana sobre la faz del planeta,
y así lo reflejaban los consejos a seguir con respecto a la contaminación y
demás inconcebibles acciones que destruyen este habitáculo, resulta que existe
otra amenaza mayor. Que viene de lo alto, del piso de arriba. Como en la película
de Marilyn Monroe (La tentación vive arriba).
Ya no basta con las campañas de concienciación y de
alfabetización medioambiental y climática, con fomentar la educación en valores
desde bien temprana edad, de políticas de pequeños gestos entre los escolares, de
acciones de siembra y cuidado de nuestro entorno. Porque la teoría nos la
sabemos todos, aunque en la práctica no alcancemos, ni por asomo, los objetivos
previstos.
Leí este domingo último en ABC un amplio reportaje de la
basura espacial. Lo que me recordó cualquier paseo diario en el que te
tropiezas con colillas, plásticos, envases, papeles… y qué voy a contarte que
tú ya no sepas. Nada te digo de los instantes posteriores a la celebración de
cualquier evento. Eso, piensa en una romería, un baile de magos o una prueba
automovilística.
No conformes con ser unos guarros aquí abajo, nos ha dado
por ir a ensuciar el espacio, que como queda a muchos kilómetros no es de nadie.
Yo no he llegado tan lejos, pero dicen que hay de todo. Hasta los astronautas
en sus garbeos de ingravidez dejan olvidados tornillos, tuercas, arandelas,
combustible, restos de pintura y puede que alguna llave inglesa. Lo que junto a
desechos de naves espaciales forman un revoltillo giratorio de mucho cuidado.
Y, además, como chocan entre ellos, cada vez mayor menudencia. Pero ya saben
que un milímetro en esas condiciones pueda causar un grave estropicio, porque
las velocidades que se alcanzan son tan elevadas que una colisión multiplica muchísimos
enteros sus efectos.
Sostiene el astrofísico Donald Kessler que dentro de cien
años no podrá haber viajes espaciales. Porque será imposible circular entre
tanta basura acumulada en los confines de la atmósfera. Pues no hemos sido capaces
de prever la creación de un vertedero especial, y espacial, ni tampoco de
elaborar un plan de recogida. Ya predijo el peligro allá por 1978. Y casi cuarenta
años después seguimos en idéntica tesitura.
Como somos muy inteligentes, sobre todo a la hora de cuantificar
(de ahí los demasiados ejemplos de corrupción), hemos hecho un cálculo
estimativo de la basura acumulada: unos 166.000 millones de un diámetro
inferior a un centímetro, tres cuartos de millón hasta 10 centímetros, y más de
veinte mil con un diámetro comprendido entre una pelota de tenis y otra de baloncesto.
Existe una empresa, con sede en Singapur y desarrollo
técnico en Tokio, Astroscale, fundada por el japonés Nobu Okada, que ha ideado
una nave nodriza (madre) que contiene seis dispositivos (niños). Estos serán
desprendidos de aquella y mediante unos adhesivos especiales magnéticos irán
recogiendo los residuos. Una vez recolectado un volumen determinado, los ‘niños’
entrarán en la atmósfera terrestre y se desintegrarán junto con los restos
almacenados.
Bien, esto en la teoría. Pero no te preguntas tú, al igual
que yo, qué madre es esa que deja a sus hijos limpiando y ella dando vueltas
por ahí. Qué madre va a permitir sacrificar a sus vástagos de manera tan cruel.
No y mil veces no. Una madre limpia ella y deja que los pequeños jueguen,
brinquen y salten. Que es lo propio. Y los manda al colegio en vez de
convertirlos en barrenderos impersonales. Máxime si sabe el final que les
espera. Vaya crueldad. Preparen una nave en la que quepan millares de presos
peligrosos. Y prométanles la libertad a cambio de bajar una tonelada cada uno. Eso
sí sería una buen manera de reinserción. Lo otro es un infanticidio con todas
las letras.
Pero hagan un trabajo limpio y no imiten a los chinos que en
2007 enviaron un cohete, mejor, un misil, para destruir el satélite meteorológico
Fengyun-1C y lo que lograron fue aumentar el número de cachitos en unos quince
mil fragmentos más. Vamos, que hicieron una chapuza en toda regla.
Para finalizar yo me pregunto si no existe la posibilidad de
utilizar el material de las cajas negras de los aviones. Porque o se toma más
en serio el asunto o vamos a tener que pasear aquí abajo con casco ante la posibilidad
de que nos lluevan chuzos metálicos de punta. Para los que no se han inventando
paraguas adecuados.
Esto ocurre, obviamente, en el primer mundo. En los otros se
sigue la gente muriendo de hambre. O asaltan panaderías para llevarse algo a la
boca. El Papa se desgañita, pero tampoco se desprende de los tesoros del
Vaticano. De vez en cuando nos acordamos y remitimos unas toneladas de
alimentos a África. Pero no los enseñamos a usar condones. Sin embargo, voy a
dejar estos asuntos terrenales pues hoy tocaba del espacio sideral. Con esta
conclusión: mierda hay en todos lados.
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