Claro que un fallo lo tiene cualquiera. Y dos. Y si me
apuran, un buen puñado de veces. Y los que osamos plasmar pareceres por escrito
estamos sujetos a la lupa como nadie. Pero forzar la evolución del lenguaje por
progresismos de tres al cuarto, me da que no.
No me sorprende que estos deslices ocurran. Ni que sean
mujeres que ostentan cargos públicos las que caigan en tales errores. Porque
algunos colectivos se han empeñado en que las evidentes diferencias se solventan
mediante el lenguaje. No debe ser sexista. Luchan con el lenguaje por la
igualdad. Y con ello, por lo visto, habremos acabado con la brecha existente.
Mientras, los comportamientos sociales marchan por los derroteros de siempre.
Si portar es llevar o conducir, portavoz deberá ser el que
lleva la voz, el que conduce una conversación o situación hablada. Sin especificar
si es mujer, hombre, adulta, niño o anciana. Y como desconozco lo que pueda
significar ‘voza’ (a no ser que se pretenda no utilizar la voz sino algo que
aún no he logrado descifrar), y de seguir cayendo en ese lenguaje reiterativo
que raya la ridiculez, echando por tierra que deberá ser el determinante en
este tipo de casuísticas el que evidencia el género gramatical, nos
adentraremos peligrosamente en una dinámica de imprevisibles consecuencias.
Como que los discursos parlamentarios duren el doble de tiempo (a ver quién
aguanta ese chaparrón, o chaparrona), que periódicos y libros pasen a mejor
vida porque no disponemos del suficiente horario para leerlos, y así hasta el
más extenso catálogo posible.
Se intenta, eso se sostiene, visibilizar (creo que otro uso
incorrecto de este verbo) a las mujeres en un contexto marcado desde siempre
por pautas machistas. En consecuencia, vamos a sumergirnos en una artificialidad
lingüística e inventemos un diccionario paralelo, exclusivamente femenino.
Porque el los y las, cuando no el símbolo de la arroba, no va a ser suficiente.
Y al final se caerá en idéntico sistema al utilizado hasta ahora, pero desde la
otra óptica.
Cuando anoche, en el zapeo de rigor, me tropiezo con una ‘jóvena’
que arrastraba una espectacular carreta en el escenario del recinto ferial
santacrucero (Centro Internacional de Ferias y Congresos, no sea que el
propietario se enfade), porque me niego a llamarlo traje (tampoco carroza por
razones técnicas de movilidad), me acordé de muchas reivindicaciones
feministas. Y saltaron los esquemas por los aires.
Cuando observo cómo muchas señoras son utilizadas en
programas radiofónicos y/o televisivos para que el personal se ría de sus (des)gracias,
volví a repasar unas líneas del artículo que ayer te señalé en mi comentario
anterior (Javier Marías, El País Semanal): “El espectáculo de la mala uva, del
desdén, de la soberbia o del resentimiento nunca es grato, excepto para
aquellos –españoles a millares, como he dicho– que viven gran parte de tiempo
instalados en ellos” [Los insultos, los venablos, los de la diaria ración de
ponzoña]. Y no creas que solamente estoy pensando en Telecinco. Calcos hay a
porrillo. Y bien cerca. Que bastante saben de chanchullos (y chanchullas).
El trasfondo es mucho más peliagudo, problemático. Se
requieren más acciones que las meramente posturales. No solo con retruécanos discursivos
vamos a lograr la equiparación. Con ocurrencias léxicas de tal porte, los
cambios sociales necesarios serán pura entelequia, un esnobismo más.
Ya Lázaro Carreter advirtió que lanzar novedades al comercio
idiomático es un negocio de particular juicio. E insiste que no sería injusto
exigir a quien vive de la voz pública, que tenga la cortesía de usarla bien, y
que, si se deja maquillar el rostro para aparentar lustre en la pantalla, bien
podría atildar un poco su expresión cuando la exhibe ante el gentío.
Aserto que me vale para políticos y políticas, locutores y
locutoras, personajes y personajas que son los (y las) encargados (y encargadas)
de velar por el uso correcto (y la usa correcta) de nuestra lengua (y nuestro
lenguo). Es lo menos.
Y en cuanto a, o en otro orden de cosas (muletillas al uso),
dado que el propio Mariano le señaló al periodista que no era conveniente
meterse en eso (igualar sueldos de mujeres y hombres en similar situación
laboral), vamos, que no tocaba, recomendar a sus señorías (ellas) que como no
hay discriminación salarial con respecto a sus señorías (ellos, ¿o debo plasmar
sus señoríos?), en vez de enfrascarse en boberías del minuto de gloria
propongan igual trato para el resto de trabajos. Y si los machos no prestan el
más mínimo caso, presenten una iniciativa para bajarse el sueldo hasta el nivel
de lo que cobra una limpiadora en los hoteles de Marichal, que como muy bien
saben Celia, Soraya, Dolores, Fátima (y las de los diecisiete autonómicos)
están explotadas porque quieren.
Qué demagogo soy. Y machista, por atreverme a escribir tanta
sandez. En plan castigo, no me lean.
No hay comentarios:
Publicar un comentario