viernes, 9 de febrero de 2018

"Las miembras portavozas"

Claro que un fallo lo tiene cualquiera. Y dos. Y si me apuran, un buen puñado de veces. Y los que osamos plasmar pareceres por escrito estamos sujetos a la lupa como nadie. Pero forzar la evolución del lenguaje por progresismos de tres al cuarto, me da que no.
No me sorprende que estos deslices ocurran. Ni que sean mujeres que ostentan cargos públicos las que caigan en tales errores. Porque algunos colectivos se han empeñado en que las evidentes diferencias se solventan mediante el lenguaje. No debe ser sexista. Luchan con el lenguaje por la igualdad. Y con ello, por lo visto, habremos acabado con la brecha existente. Mientras, los comportamientos sociales marchan por los derroteros de siempre.
Si portar es llevar o conducir, portavoz deberá ser el que lleva la voz, el que conduce una conversación o situación hablada. Sin especificar si es mujer, hombre, adulta, niño o anciana. Y como desconozco lo que pueda significar ‘voza’ (a no ser que se pretenda no utilizar la voz sino algo que aún no he logrado descifrar), y de seguir cayendo en ese lenguaje reiterativo que raya la ridiculez, echando por tierra que deberá ser el determinante en este tipo de casuísticas el que evidencia el género gramatical, nos adentraremos peligrosamente en una dinámica de imprevisibles consecuencias. Como que los discursos parlamentarios duren el doble de tiempo (a ver quién aguanta ese chaparrón, o chaparrona), que periódicos y libros pasen a mejor vida porque no disponemos del suficiente horario para leerlos, y así hasta el más extenso catálogo posible.
Se intenta, eso se sostiene, visibilizar (creo que otro uso incorrecto de este verbo) a las mujeres en un contexto marcado desde siempre por pautas machistas. En consecuencia, vamos a sumergirnos en una artificialidad lingüística e inventemos un diccionario paralelo, exclusivamente femenino. Porque el los y las, cuando no el símbolo de la arroba, no va a ser suficiente. Y al final se caerá en idéntico sistema al utilizado hasta ahora, pero desde la otra óptica.
Cuando anoche, en el zapeo de rigor, me tropiezo con una ‘jóvena’ que arrastraba una espectacular carreta en el escenario del recinto ferial santacrucero (Centro Internacional de Ferias y Congresos, no sea que el propietario se enfade), porque me niego a llamarlo traje (tampoco carroza por razones técnicas de movilidad), me acordé de muchas reivindicaciones feministas. Y saltaron los esquemas por los aires.
Cuando observo cómo muchas señoras son utilizadas en programas radiofónicos y/o televisivos para que el personal se ría de sus (des)gracias, volví a repasar unas líneas del artículo que ayer te señalé en mi comentario anterior (Javier Marías, El País Semanal): “El espectáculo de la mala uva, del desdén, de la soberbia o del resentimiento nunca es grato, excepto para aquellos –españoles a millares, como he dicho– que viven gran parte de tiempo instalados en ellos” [Los insultos, los venablos, los de la diaria ración de ponzoña]. Y no creas que solamente estoy pensando en Telecinco. Calcos hay a porrillo. Y bien cerca. Que bastante saben de chanchullos (y chanchullas).
El trasfondo es mucho más peliagudo, problemático. Se requieren más acciones que las meramente posturales. No solo con retruécanos discursivos vamos a lograr la equiparación. Con ocurrencias léxicas de tal porte, los cambios sociales necesarios serán pura entelequia, un esnobismo más.
Ya Lázaro Carreter advirtió que lanzar novedades al comercio idiomático es un negocio de particular juicio. E insiste que no sería injusto exigir a quien vive de la voz pública, que tenga la cortesía de usarla bien, y que, si se deja maquillar el rostro para aparentar lustre en la pantalla, bien podría atildar un poco su expresión cuando la exhibe ante el gentío.
Aserto que me vale para políticos y políticas, locutores y locutoras, personajes y personajas que son los (y las) encargados (y encargadas) de velar por el uso correcto (y la usa correcta) de nuestra lengua (y nuestro lenguo). Es lo menos.
Y en cuanto a, o en otro orden de cosas (muletillas al uso), dado que el propio Mariano le señaló al periodista que no era conveniente meterse en eso (igualar sueldos de mujeres y hombres en similar situación laboral), vamos, que no tocaba, recomendar a sus señorías (ellas) que como no hay discriminación salarial con respecto a sus señorías (ellos, ¿o debo plasmar sus señoríos?), en vez de enfrascarse en boberías del minuto de gloria propongan igual trato para el resto de trabajos. Y si los machos no prestan el más mínimo caso, presenten una iniciativa para bajarse el sueldo hasta el nivel de lo que cobra una limpiadora en los hoteles de Marichal, que como muy bien saben Celia, Soraya, Dolores, Fátima (y las de los diecisiete autonómicos) están explotadas porque quieren.
Qué demagogo soy. Y machista, por atreverme a escribir tanta sandez. En plan castigo, no me lean.

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