jueves, 15 de febrero de 2018

Juego limpio

O fair play, para presumir de fisno. Es lo primero que pensé cuando tuve conocimiento del gesto de un entrenador de balonmano en Extremadura. Se presentó con su equipo a jugar el partido señalado en la competición correspondiente, categoría cadete, y se encontró con un conjunto, el local en este caso, que solo tenía disponibles seis jugadores. Optó, entonces, por quitar uno de los suyos y que el encuentro se disputase en igualdad de condiciones.
No quedó todo en este gesto, que tanto le honra, sino que en el transcurso del choque vuelve a sufrir el ya mermado equipo local la desgracia añadida de que uno de los seis disponibles en los inicios se lesiona. Y, ni corto ni perezoso, retira nuestro protagonista otro de los suyos para que la disputa siguiese en igualdad de condiciones. El resultado final, lo de menos, fue la victoria del equipo visitante por 17-39; y no 17-93, como leí en primera instancia en un medio impreso (deportivo), por lo que tuve que ir a beber en otras fuentes. Hecho este –el mío– que se saltan a la ligera más de uno con prisas a la hora de informar. Porque si ese hubiese sido el tanteo definitivo, a ver de qué demonios valió el guiño del preparador mencionado.
Saco a colación este dato erróneo porque no parece razonable, y a la amplia casuística me remito, que cuando el resultado no ofrezca ningún tipo de dudas, y ante los posibles guarismos de la conclusión (se produce mucho en baloncesto, aunque también en otras modalidades, con equipos que inician su andadura), no se detenga el partido, o se continúe sin el morbo añadido de la ‘cuerada’ de rigor. Jugar, por ejemplo, sin que el marcador se mueva. No sé, los entendidos en la materia arbitrarán soluciones para que los infantes que comienzan a competir no sufran las consecuencias de abusos que bien poco dicen de lo que deben significar la afición y práctica deportiva.
Lo de la afición, ya que lo mento, es otro cantar con abundantes estribillos. Ya he contado alguna vez que cuando los equipos de Toscal-Longuera (o Longuera-Toscal, no sea que quede algún quisquilloso de los que conocimos los barrios por separado y siempre llevó mal lo de la nueva denominación) hicieron su aparición en los escenarios futbolísticos en el Antonio Yeoward, solía un servidor ir los fines de semana a ver cualquier partido. Hasta que me cansaron. Sí, y fundamentalmente, las madres que luego iban hablar conmigo en el colegio asuntos relacionados con la educación de sus hijos, es decir, los que corrían detrás de la pelota. Y como los reiterados piropos al trencilla (¿voy mejorando, amigos Salvador y Gregorio?) chocaban con lo que uno buenamente debía impartir el resto de la semana, a saber, buenos modales, opté por la retirada. Y así sigo, en prudente ‘verlas venir’.
Como todo ha mejorado, también en estas facetas, me imagino que en el denominado fútbol base, salvo las tristísimas excepciones de rigor, y que son sobredimensionadas por los medios de comunicación más por el morbo que por el contenido noticiable, estos excesos de ‘cariño familiar, no sean la nota dominante, sino la anomalía que demuestra aquello de que en todas partes cuecen habas.
Ilustro el presente artículo con una fotografía que tomo ‘prestada’ del Club Baloncesto Guancha. Se trata del pre-minibasket femenino, equipo que, como todo principiante, aprende a base de derrotas. Que te crees tú eso. Ya ganaron el primer partido de la temporada. Pero lo más llamativo, el lema que sintetiza la labor de un colectivo bastante importante y que constituye un emblema en aquella población: Somos familia.
En fin, adultos, y adultas: no olvidemos que si desde fuera, desde la grada, inculcamos valores, acabaremos viviendo en una sociedad más sana, más justa y más equilibrada. Si, por el contrario, nos comportamos como borregos en gestos, acciones y exquisito vocabulario, estaremos sembrando discordias y malos modos. Bueno es recordar lo de los modelos y espejos.

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