viernes, 23 de febrero de 2018

Colapso

Finaliza otra semana, y con ella casi el mes de febrero, y nos encontramos en situación de alerta por fenómenos meteorológicos adversos (si no fueran desfavorables, entiendo, estaríamos en la playa), pero, además, se han disparado otros avisos que nos deben preocupar aún más. Porque si llueve, bienvenidas sean las aguas que recargarán nuestros deprimidos acuíferos y pondrán un toque de elegancia en las balsas, ahora hundidas en la miseria, mas si rebrotan los sentimientos insulares más rancios (ombliguismos), mal augurio para una tierra que no necesita más fragmentaciones que las que la naturaleza ha ido configurando con el paso de los siglos.
Parece que algunos no han enterrado el hacha del pleito. Aprovechan las instituciones para afilar las armas blancas –ya pasarán prontamente a los disparos indiscriminados– y comienza a aflorar la sangre. El concepto de solidaridad se hace añicos y los presidentes de los cabildos de las islas capitalinas echan leña al fuego para avivar las emanaciones no volcánicas. Morales muestra un subidón de adrenalina sin parangón y Alonso no se calla ni debajo del agua. El primero critica a la ATI más profunda, aunque no se recata en utilizar los mismos argumentos que pone en solfa. Flaco favor a la memoria histórica.
Y este asiduo visitante de los territorios insulares, en plan observador siempre y no por motivos laborales, sociales o políticos, que compara dotaciones e infraestructuras, se pregunta si merece la pena perder tantas energías en verdaderas mariconadas (ve al diccionario, como fui yo antes, y echa mano de las acepciones malsonantes, pero perfectamente válidas para el caso que nos atañe). Cuánta pena y dolor siento que unos representantes públicos se presten de manera tan burda al juego de las oligarquías de turno. Las de Las Canteras y las de Las Teresitas, que en los pueblos pasamos de tanto guanajo suelto. Pero nos aterra que debamos pagar las servidumbres.
En la guerrilla urbana estamos cuando saltan los presidentes de los cabildos gomero y herreño para demandar pronta solución al colapso de Los Cristianos. Y no porque les haya entrado un espíritu de confraternidad sin precedentes, sino porque a los unos y a los otros, sumergidos en la vorágine de las colas para acceder al muelle, no les va a salir rentable el llenado del depósito de sus automóviles cuando, aprovechando cualquier viaje, vienen a repostar en Tenerife porque en sus islas respectivas nadie ha movido un dedo para intentar poner freno al precio abusivo de los combustibles. ¿Y por qué no, ya que tanto disfrutan con los imprescindibles votos parlamentarios, exigir el cierre del anillo insular por el Norte y acometer desde ya el puerto de Fonsalía? Si de colaborar se trata, hagan lo posible para que los repartos sean más equitativos ya que, por lo visto, las lloronas del almogrote y las quesadillas provocan menos acidez a los presupuestos de la Comunidad.
Mientras, Puigdemont sigue a cuerpo de rey en Bélgica y hasta el gobierno se pregunta que de dónde saca para tanto como destaca, los jubilados podrían –podríamos– provocar el mayor colapso habido en este país desde aquella triste famosa huelga de los controladores. Pero manifestándonos en el lugar adecuado. Los hechos simbólicos de ayer, desgraciadamente, mañana no tendrán eco alguno. Se habrán apagado los efectos transitorios y a los autores del desaguisado les bastará con manifestar que otros están aún peor. Qué consuelo para los sufridores, porque no parece que a Hernando le importe demasiado. Y dado que Ciudadanos guarda el mutismo más absoluto al respecto, síntoma inequívoco de que si alcanzan cotas de poder nos tomarán asimismo por el pito del sereno, ya sabemos qué debemos hacer cuando nos convoquen a las urnas. Si somos muchos para cuando corresponde actualizar pensiones, también lo seremos para inclinar la balanza hacia donde nos convenga. El problema radica en que más de uno de los que se quejan por el 0,25% volverá a depositar la papeleta de quienes nos recortan sin reserva. Podemos presumir de ser un colectivo en el que todos, sin excepción, tenemos derecho al voto. Y somos tantos que no hemos asumido el poder que se halla en ese simple gesto de introducir el sobre en la raja del recipiente transparente. De no ser así, me temo, al día siguiente de las elecciones volveremos a escuchar por la calle que nadie votó por los que han cargado los efectos de la crisis en los de abajo, como siempre. Así, y solo así, estaremos en condiciones de argumentar que estamos en pie de guerra reclamando asignaciones dignas. No hay que colapsar la entrada al Congreso de los Diputados. Lo que procede es no dejar sentar en el hemiciclo a los seguidores de “eso no toca”. Tan simple, tan sencillo y tan fácil.
Cuídense del mal tiempo. Y de los colapsos.

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