Finaliza otra semana, y con ella casi el mes de febrero, y
nos encontramos en situación de alerta por fenómenos meteorológicos adversos
(si no fueran desfavorables, entiendo, estaríamos en la playa), pero, además,
se han disparado otros avisos que nos deben preocupar aún más. Porque si
llueve, bienvenidas sean las aguas que recargarán nuestros deprimidos acuíferos
y pondrán un toque de elegancia en las balsas, ahora hundidas en la miseria, mas
si rebrotan los sentimientos insulares más rancios (ombliguismos), mal augurio
para una tierra que no necesita más fragmentaciones que las que la naturaleza
ha ido configurando con el paso de los siglos.
Parece que algunos no han enterrado el hacha del pleito.
Aprovechan las instituciones para afilar las armas blancas –ya pasarán
prontamente a los disparos indiscriminados– y comienza a aflorar la sangre. El
concepto de solidaridad se hace añicos y los presidentes de los cabildos de las
islas capitalinas echan leña al fuego para avivar las emanaciones no
volcánicas. Morales muestra un subidón de adrenalina sin parangón y Alonso no se
calla ni debajo del agua. El primero critica a la ATI más profunda, aunque no
se recata en utilizar los mismos argumentos que pone en solfa. Flaco favor a la
memoria histórica.
Y este asiduo visitante de los territorios insulares, en
plan observador siempre y no por motivos laborales, sociales o políticos, que
compara dotaciones e infraestructuras, se pregunta si merece la pena perder
tantas energías en verdaderas mariconadas (ve al diccionario, como fui yo
antes, y echa mano de las acepciones malsonantes, pero perfectamente válidas
para el caso que nos atañe). Cuánta pena y dolor siento que unos representantes
públicos se presten de manera tan burda al juego de las oligarquías de turno.
Las de Las Canteras y las de Las Teresitas, que en los pueblos pasamos de tanto
guanajo suelto. Pero nos aterra que debamos pagar las servidumbres.
En la guerrilla urbana estamos cuando saltan los presidentes
de los cabildos gomero y herreño para demandar pronta solución al colapso de
Los Cristianos. Y no porque les haya entrado un espíritu de confraternidad sin
precedentes, sino porque a los unos y a los otros, sumergidos en la vorágine de
las colas para acceder al muelle, no les va a salir rentable el llenado del
depósito de sus automóviles cuando, aprovechando cualquier viaje, vienen a repostar
en Tenerife porque en sus islas respectivas nadie ha movido un dedo para
intentar poner freno al precio abusivo de los combustibles. ¿Y por qué no, ya
que tanto disfrutan con los imprescindibles votos parlamentarios, exigir el
cierre del anillo insular por el Norte y acometer desde ya el puerto de
Fonsalía? Si de colaborar se trata, hagan lo posible para que los repartos sean
más equitativos ya que, por lo visto, las lloronas del almogrote y las
quesadillas provocan menos acidez a los presupuestos de la Comunidad.
Mientras, Puigdemont sigue a cuerpo de rey en Bélgica y
hasta el gobierno se pregunta que de dónde saca para tanto como destaca, los
jubilados podrían –podríamos– provocar el mayor colapso habido en este país
desde aquella triste famosa huelga de los controladores. Pero manifestándonos
en el lugar adecuado. Los hechos simbólicos de ayer, desgraciadamente, mañana
no tendrán eco alguno. Se habrán apagado los efectos transitorios y a los
autores del desaguisado les bastará con manifestar que otros están aún peor.
Qué consuelo para los sufridores, porque no parece que a Hernando le importe
demasiado. Y dado que Ciudadanos guarda el mutismo más absoluto al respecto, síntoma
inequívoco de que si alcanzan cotas de poder nos tomarán asimismo por el pito
del sereno, ya sabemos qué debemos hacer cuando nos convoquen a las urnas. Si
somos muchos para cuando corresponde actualizar pensiones, también lo seremos
para inclinar la balanza hacia donde nos convenga. El problema radica en que
más de uno de los que se quejan por el 0,25% volverá a depositar la papeleta de
quienes nos recortan sin reserva. Podemos presumir de ser un colectivo en el
que todos, sin excepción, tenemos derecho al voto. Y somos tantos que no hemos
asumido el poder que se halla en ese simple gesto de introducir el sobre en la
raja del recipiente transparente. De no ser así, me temo, al día siguiente de
las elecciones volveremos a escuchar por la calle que nadie votó por los que
han cargado los efectos de la crisis en los de abajo, como siempre. Así, y solo
así, estaremos en condiciones de argumentar que estamos en pie de guerra
reclamando asignaciones dignas. No hay que colapsar la entrada al Congreso de
los Diputados. Lo que procede es no dejar sentar en el hemiciclo a los seguidores
de “eso no toca”. Tan simple, tan sencillo y tan fácil.
Cuídense del mal tiempo. Y de los colapsos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario