Otra semana de relax –que la vida de jubilado es muy
estresante– en La Gomera, donde el tan difundido temporal apenas trajo unas
lluvias moderadas y unas ventoleras nada significativas. Me tuve que tragar
bastantes minutos de los (des)informativos de la televisión autonómica y casi
provoco un estropicio en el apartamento porque me dieron ganas de arremeter
contra el televisor. Qué culpa tendría el pobrecito, pero si llego a tener a mi
alcance a cualquiera de los intrépidos reporteros que subieron a la nieve para contarnos
que nosotros no deberíamos hacerlo porque era sumamente peligroso, lo mismo se
tragan el micro. Cuando se confunde el servicio público con la novelería, flaco
favor prestan a la profesión periodística. Y el esperpento rayó la obscenidad
(torpe, más que impúdico, aunque también).
Cuando los servicios de seguridad tuvieron que rescatar a no
sé cuántos atrevidos, mucha parte de la factura debería ser abonada por los
principales instigadores para sumarse a la feria de los despropósitos. Debe ser
la moda para captar audiencias. Claro, como después llaman los incondicionales
de turno para alabar la calidad del “pograma”, aviados vamos. Se llevó la palma
estos días de lluvia (líquida y sólida) ese bodrio denominado Buenas tardes,
Canarias (BTC). Vulgar puesta en escena de cualquier reality show, donde cambiamos a los Jorge Javier, Belén Esteban,
Lydia Lozano, Karmele, Terelu, Matamoros… por estos otros que reproduce la
captura de pantalla del perfil de Facebook, y a dar chance para que este
“magacín cargado de positividad” convierta las tarde de la Televisión Canaria
en un “referente de entretenimiento e información”. Como cuando el ayuntamiento
de Fuencaliente tuvo que emitir un comunicado en marzo del pasado año para
desmentir una monumental farsa con un hipotético vecino aquejado de múltiples
patologías al que los servicios sociales no le habían prestado el más mínimo
caso.
Si Manolo Vieira no fuese tan dependiente de la gala de fin
de año, le propondría el título del presente artículo para otra parodia estilo
de la familia que se va a la playa en el Sur de Gran Canaria. Me temo, no
obstante, que nos deberemos conformar con el paso por la curva del Tívoli.
Y para más inri, hasta los mismísimos de “este agua” y “ese
agua”, particular que ya he tratado en múltiples ocasiones, y que junto al (a) grosso modo y (de) motu proprio [propio, según los sabihondos preposicionales],
constituyen todo un paradigma del buen hacer periodístico. Cuánta pena que
alguna de las enchumbadas sufridas no haya posibilitado un abundante remojón neuronal
morfosintáctico.
Penoso el que los dineros públicos se arrojen al cubo de
absurdos y desatinos. Pero es nuestro sino con programas de tanta enjundia. Y
algo sabemos los realejeros al respecto. Por la mañana nos instruimos con
chanchullos varios y por la noche nos iluminamos con privatizaciones populares.
Somos unos afortunados.
Aproveché el tiempo y leí Guanajo, de Gregorio Dorta Martín.
Quien fue perfectamente glosado por Salvador García en el prologo de dicha
publicación. Y lo define, amén de su faceta de periodista deportivo (con el
fútbol por bandera), como un lector empedernido y amigo de escribir cuentos. De
ahí la síntesis narrativa que Letrame Editorial sacó a la luz. Y me quedo con
dos del amplio muestrario: Un día en las grandes superficies y Al límite. No
hay nada, es verdad, como la venta de toda la vida. Lo cotidiano, la cercanía,
la familiaridad, frente a las avalanchas, lo impersonal. Y, cómo no, la
angustia de una cola, de un atasco, y la impotencia ante una desgracia
familiar. Y ya está, porque desvelar más supondría pérdidas en las ventas.
Enhorabuena, Gregorio, y a por el siguiente.
Atendí más bien poco a las redes sociales. Y comprobé que
las denuncias sufridas en Facebook dejaron de surtir efecto. Fueron, tras la
pertinente comprobación –eso me comunicaron–, desbloqueados los enlaces del
blog, por lo que seguiremos en la brecha. Las décimas diarias sí entraron en el
capítulo de las obligaciones. Incluso sobraron algunas de la tarea prevista.
Guardadas permanecerán. Nunca se sabe. Hoy, y para comenzar las entradas de
febrero, dedico esta a quienes leen lo que no escribo y son capaces de
interpretar lo que jamás pasó por mi mente. Se pergeñaron otras para los de
soplos y chivatazos. No beben en fuentes, sino más bien en los Chorros de
Epina:
O no quieren entender / o no captan la ironía, / más no
cambio la manía / de entre líneas sorprender. / Y si alguno quiere ver /
incluso lo no plasmado, / siga usted en plan (h)errado / soltando muchas
sandeces, / eso alimenta con creces / como la alfalfa al ganado. De nada, suyo
afectísimo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario