martes, 27 de febrero de 2018

Se van a chingar

Chingar significa salpicar o hacer salir un líquido con presión. Hoy ya poco se utiliza. Como todos somos en la actualidad urbanos, aquellos términos propios del ambiente rural han pasado a mejor vida. Y se debe recurrir a diccionarios especializados en voces raras para recordar pasajes de antaño. Además, como la próstata juega con más frecuencia malas pasadas, vamos perdiendo fuerza en el chorro. En resumen, chingamos cada vez menos. Salvo unos pocos.
Aunque Facebook (hasta ahora Twitter se porta bien) se ha empeñado en declararme la guerra con los enlaces al blog –me señala cada tres por dos que soy un spam, y yo le espeto que basura lo será usted–, si de algo deberé borrarme será en todo caso de las denominadas redes sociales, porque el escribir ya es etiqueta adherida. Así que si algún día no me encuentran en el ‘caralibro’, no se preocupen y vayan a Desde La Corona que allí seguiré. San Google les ayudará. Disminuirá, a buen seguro, el número de visitantes, pero estoy convencido de que los incondicionales seguirán al pie del cañón. Cómo me van a abandonar después de tantos años.
Puede que muchos de ustedes estén cansados de leerme la exigencia que demando a nuestros políticos para que sean coherentes en su manera de actuar. Máxime si esos cargos públicos recurren a los artículos de opinión para plasmar sus pareceres. Hecho que no es demasiado fiable por la existencia de ayudas externas. Alguno de esos pluriempleados tiene a su disposición la prensa dominical para deleitarnos con sus encíclicas. Recurso que se acentúa en épocas cercanas a las convocatorias electorales. Asiduos son, por ejemplo, Antonio Alarcó y Casimiro Curbelo.
Del primero –de mayor quiero ser como él y disponer de la capacidad de atender tanto caldero– debo manifestar que de seguir así lo va a tener complicado el próximo año y lo mismo pierde alguna silla. Se descuelga este pasado domingo con un sugerente “El copia y pega en política” (El Día). Y arremete contra aquellos que ni se ruborizan cuando hacen suyas las propuestas de otros. Eso sí, pasado el tiempo prudencial por si quedan restos en la memoria colectiva. Cae la casualidad de que el ofendido articulista, porque sus brillantes ideas son robadas por los malvados contrincantes, pertenece a la misma formación política que los que gobiernan en mi pueblo. Y por aquí sabemos, y mucho, de cómo copió y pegó todo un Plan de Seguridad el bien pagado fichaje del señor Marrón, quien, luego, no supo demostrar sus portentosas habilidades en un simple examen tipo test. Y por ahí sigue paseando, móvil en ristre.
Pero es que hay más, don Antonio. Su jefe insular, y en sus escasos ratos libres alcalde de la Villa de Viera, don Manuel Domínguez, más conocido ya por El Ausente, no ha sido capaz de aceptar una propuesta de los grupos de la oposición en el ayuntamiento. Y siempre con idéntico argumento: Estamos en ello. Lo que no es óbice para que unos meses después nos sorprenda con mostrar como iniciativa propia de su grupo aquella sugerencia que en sesión plenaria se le presentó. Sin rubor, sin recato y sin ponerse colorado, como usted mismo argumentó este próximo pasado día 25. Entiendo que no pretendía dibujar tan a la perfección a su presidente, pero lo bordó. Así que para la siguiente ocasión tenga mucho cuidado con el chingo no sea que se moje todo. A Manolo le encantan las fotos, pero no que uno de los suyos lo “retrate” con tanta finura. Lo bordó, señor Alarcó. Los realejeros que no compramos humo embotellado, le agradecemos esos párrafos. Pero de haber represalia, sentimos no poder echarle una mano.
Lo de Casimiro es de tesis doctoral. Ha modernizado tanto sus evangelios que ya escribe “las gomeras y gomeros”. Artículo femenino para ambos. Eso es ir un paso por delante. Creo que la justicia está pensando seriamente redimirlo de sus condenas para compensar el loable intento. Y revocar, incluso, la sentencia que ordena derribar las Casas de Enchereda, por donde pasé a finales de enero y allí siguen tan campantes. Como el propio Curbelo, del que la wikipedia sentencia (vaya mala uva al poner este verbo) que es un político español cuya vida laboral se ha basado exclusivamente en la política.
“Nada se construye destruyendo con acusaciones, sean falsas o ciertas…”. Repudia los debates fratricidas, crispaciones, confrontaciones. Y aboga por los consensos y los diálogos. En Canarias, que no en La Gomera. Como mi alcalde cuando sale de Los Realejos. Qué atracción mimética se produce en el ejercicio de servidor público (¿o propio?). Hace poco un consejero de la oposición en el Cabildo gomero manifestó serias dudas acerca de los puntos de recarga para coches eléctricos (sobre todo el que se piensa ubicar en La Laguna Grande) y no veas cómo se puso el señor presidente. Lo amenazó con llevarlo a los tribunales, lugar donde él se debe desenvolver a la perfección y nada como pez en Los Chejelipes. ¡Ah!, que me olvidaba, lo de construir destruyendo es especialidad predilecta de la máxima autoridad insular. Se priva por echar abajo y elaborar otro presupuesto. Porque merced a la solidaridad que practica con los votos de una ley electoral mucho más que perversa tiene perras a porrillo para enterrar.
Pero ya me llenó la cachimba cuando habló (escribió, bueno, le escribieron) de políticas de rancio insularismo, señalando a los que acusan a las otras de los males de la suya. Leerá algo este licenciado en Filosofía y Letras. Echará una visual a los textos cuya autoría asume. Rancio insularismo (palabra no recogida en el diccionario, señor licenciado), manda potaje de berros. Este sí que chinga. Echa otro medio ahí.

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