lunes, 26 de noviembre de 2018

Lo que no dije (1)

Pero que lo hubiese manifestado en caso de haber tenido la oportunidad. Aclaro que es la tercera o cuarta ocasión en que se me ocurre algo parecido. Y plasmado por escrito debe estar por algún lado. Puede que hasta publicado en formato libro.
Va uno a cualquier acontecimiento –evento, que se estila ahora– en el que varios oradores hacen uso de la palabra y cuando vuelve a casa y realiza mentalmente, antes de que el sueño te venza, el resumen de la película vivida, te planteas en qué sentido habría discurrido tu intervención si te hubieran brindado la posibilidad de subir a la palestra. Invitado gentilmente, vamos. O cogido al lazo, que también vale.
Dado que uno es hombre de manías, en la misma cama echa a funcionar la neurona que aún carbura adecuadamente y recurre al verso octosílabo, elemento tan socorrido para cantares de andar por casa. Lo malo es que si no tienes a mano un lápiz y un cacho de papel, al día siguiente te percatas de que la sobada acabó con la inspiración. ¿Lección dormida, lección aprendida? Creo que en este caso, no.
Y así estuve sábado y gran parte del domingo con la matraquilla. Porque debes situarte unas horas atrás mientras escribes en el presente. Como si te hubiesen metido en una máquina del tiempo. Y ya saben que los hombres somos complicados para hacer dos cosas al mismo tiempo. Al menos eso me espeta mi mujer cada tres por dos.
Estuvimos un buen grupo de amigos –compañeros– este pasado viernes en Viña María, el rincón donde Luis y María del Mar brindan su saber gastronómico, a pasar un rato, rememorar gratos momentos de un pasado en el que servíamos al pueblo –no nos servíamos de él– con escasos recursos y con enormes dosis de ilusión. Y a fe que (esta fue la segunda) vamos consiguiendo aglutinar una nutrida concurrencia que por diferentes motivos nos apeamos de la guagua y ahora hemos decidido retomar la senda del transporte colectivo.
Por cuestiones de métrica, más que de rima, si observas cualquier discordancia en las décimas, deberás disculpar el que se escriban bastantes horas después y en un contexto diferente (parte física), al tiempo que la escasa sustancia gris (parte mental) sigue anclada en el recuerdo. Y como parto con la ventaja de ya haber vivido la situación –qué tramposo soy– y escuchado atentamente lo que allí se declaró, puedo redactar el hipotético discurso en el sentido que me convenga. Queda hecha la salvedad.
Como estas modernidades de las redes sociales te van a permitir que el contenido de la entrada del blog (Desde La Corona) se publique, asimismo, al menos en Facebook y Twitter (algunos no damos para más), ruego a quienes puedan sentirse identificados que no duden en compartir o demandar etiquetados, que accederé gustoso a las solicitudes.
Dado que en el primer encuentro le correspondió a don Francisco (Pancho) Palmero, compañero de gremio (algo así como treinta cursos juntos lidiando chicos, sin olvidarnos de Ángel, un asturiano de pro), amén de avatares políticos, dirigir unas palabras a la concurrencia con la exposición de motivos pertinente, hete aquí que en la presente, de haberse producido la situación que un inquieto magín ha pergeñado –lo que es no tener nada que hacer–, debería corresponderle la plática de rigor a un servidor de ustedes, por razones más que obvias, y máxime teniendo en cuenta que ya no había disculpa por operaciones de hernia umbilical.
Por lo tanto (y ya es recreación), 23 de noviembre, viernes, algo después de las nueve de la noche, Finca Viña María (ahí en la calle Calzadilla, rumbo a Camino Atravesado)…
Recurrí a Pablo Iglesias, el tipógrafo, el de la madrileña Casa Labra, el del 2 de mayo de 1879, y retoqué sutilmente una de sus ideas: No somos socialistas para amar en silencio nuestras ideas, ni para recrearnos en su grandeza, sino para llevarlas a todas partes. En negrita, sí. (Me imagino que ante el micro, especial énfasis).

Me temía, compañeros,
que me tocara el paquete,
y antes de hacer el tolete,
ante tantos realejeros,
pensé dos días enteros
para ver qué me salía,
y recurrí a la manía
de unas rimas componer
y con ellas sorprender
en Finca Viña María.


Nuestra única intención
es vernos de vez en cuando,
para entre todos remando
llevar esta embarcación.
Hacer visible la unión,
pues cada cual por su lado
ningún fin habrá logrado:
o bogamos en conjunto,
o mal acaba este asunto
por habernos relajado.

(Para mantener la emoción, concluimos mañana)

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