Pero que lo hubiese manifestado en caso de haber tenido la
oportunidad. Aclaro que es la tercera o cuarta ocasión en que se me ocurre algo
parecido. Y plasmado por escrito debe estar por algún lado. Puede que hasta
publicado en formato libro.
Va uno a cualquier acontecimiento –evento, que se estila
ahora– en el que varios oradores hacen uso de la palabra y cuando vuelve a casa
y realiza mentalmente, antes de que el sueño te venza, el resumen de la película
vivida, te planteas en qué sentido habría discurrido tu intervención si te
hubieran brindado la posibilidad de subir a la palestra. Invitado gentilmente,
vamos. O cogido al lazo, que también vale.
Dado que uno es hombre de manías, en la misma cama echa a
funcionar la neurona que aún carbura adecuadamente y recurre al verso
octosílabo, elemento tan socorrido para cantares de andar por casa. Lo malo es
que si no tienes a mano un lápiz y un cacho de papel, al día siguiente te
percatas de que la sobada acabó con la inspiración. ¿Lección dormida, lección
aprendida? Creo que en este caso, no.
Y así estuve sábado y gran parte del domingo con la
matraquilla. Porque debes situarte unas horas atrás mientras escribes en el presente.
Como si te hubiesen metido en una máquina del tiempo. Y ya saben que los
hombres somos complicados para hacer dos cosas al mismo tiempo. Al menos eso me
espeta mi mujer cada tres por dos.
Estuvimos un buen grupo de amigos –compañeros– este pasado viernes
en Viña María, el rincón donde Luis y María del Mar brindan su saber
gastronómico, a pasar un rato, rememorar gratos momentos de un pasado en el que
servíamos al pueblo –no nos servíamos de él– con escasos recursos y con enormes
dosis de ilusión. Y a fe que (esta fue la segunda) vamos consiguiendo aglutinar
una nutrida concurrencia que por diferentes motivos nos apeamos de la guagua y
ahora hemos decidido retomar la senda del transporte colectivo.
Por cuestiones de métrica, más que de rima, si observas
cualquier discordancia en las décimas, deberás disculpar el que se escriban
bastantes horas después y en un contexto diferente (parte física), al tiempo
que la escasa sustancia gris (parte mental) sigue anclada en el recuerdo. Y
como parto con la ventaja de ya haber vivido la situación –qué tramposo soy– y
escuchado atentamente lo que allí se declaró, puedo redactar el hipotético
discurso en el sentido que me convenga. Queda hecha la salvedad.
Como estas modernidades de las redes sociales te van a
permitir que el contenido de la entrada del blog (Desde La Corona) se publique,
asimismo, al menos en Facebook y Twitter (algunos no damos para más), ruego a
quienes puedan sentirse identificados que no duden en compartir o demandar
etiquetados, que accederé gustoso a las solicitudes.
Dado que en el primer encuentro le correspondió a don
Francisco (Pancho) Palmero, compañero de gremio (algo así como treinta cursos juntos
lidiando chicos, sin olvidarnos de Ángel, un asturiano de pro), amén de
avatares políticos, dirigir unas palabras a la concurrencia con la exposición de
motivos pertinente, hete aquí que en la presente, de haberse producido la
situación que un inquieto magín ha pergeñado –lo que es no tener nada que hacer–,
debería corresponderle la plática de rigor a un servidor de ustedes, por
razones más que obvias, y máxime teniendo en cuenta que ya no había disculpa
por operaciones de hernia umbilical.
Por lo tanto (y ya es recreación), 23 de noviembre, viernes,
algo después de las nueve de la noche, Finca Viña María (ahí en la calle
Calzadilla, rumbo a Camino Atravesado)…
Recurrí a Pablo Iglesias, el tipógrafo, el de la madrileña
Casa Labra, el del 2 de mayo de 1879, y retoqué sutilmente una de sus ideas: No somos socialistas para amar en silencio
nuestras ideas, ni para recrearnos en su grandeza, sino para llevarlas a todas
partes. En negrita, sí. (Me imagino que ante el micro, especial énfasis).
Me temía,
compañeros,
que me tocara el
paquete,
y antes de hacer
el tolete,
ante tantos
realejeros,
pensé dos días
enteros
para ver qué me
salía,
y recurrí a la
manía
de unas rimas
componer
y con ellas
sorprender
en Finca Viña María.
Nuestra única
intención
es vernos de vez
en cuando,
para entre todos
remando
llevar esta
embarcación.
Hacer visible la
unión,
pues cada cual
por su lado
ningún fin habrá
logrado:
o bogamos en
conjunto,
o mal acaba este
asunto
por habernos relajado.
(Para mantener la emoción, concluimos mañana)
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