Muy peligrosa la deriva cuando ya algunos se atreven a poner
etiquetas de patrioterismo cuasi barriobajero. Fruto, quizás, del atrevimiento
o de la prepotencia. No quisiera pensar que de la ignorancia. Aunque uno entra
en periodo de dudas razonables cuando en las redes sociales, qué peligrosas, se
arremete contra quien osa discrepar de los andares renqueantes de cualquier
institución pública. Con campanadas o sin ellas. Grabadas o no. Que se deberán
achacar, en buena lógica, a los que las dirigen. Por mucho que pensemos que a
veces es preferible que no haya conductores. Y se lleva a cabo dando tantas patadas,
a diestro y diestro, al diccionario que si Cervantes levantara la cabeza, mera
especulación, se disfrazaba de don Quijote para arremeter contra tanto molino
parado a falta de viento. Te transcribo solo una pincelada (la captura de
pantalla o pantallazo está a buen
recaudo por si fuere menester): “Hay mi cabeza”.
Pues sí, amigos, qué pena ante lo que se vislumbra por ahí;
ay, cuánta desazón, pero es lo que hay. Estarán conmigo en que no es lo mismo
que metamos la pata aquellos que no disfrutamos de trascendencia pública
alguna, a que lo hagan los que deberían recurrir a la prudencia, al ser capaces
de contar hasta veinticinco antes de lanzarse a estas peligrosas aventuras. Y
los cargos políticos, sobre todo los que viven pendientes de manera continua de
lo que se guisa (hoy no escribo cuece) en Facebook para comprobar que la
cantidad de iconos del bien quedar o comentarios laudatorios satisfacen egos a
porrillo, enorme favor se harían si cuidaran formas, maneras y estéticas. O que
consultaran en el intervalo de la contabilidad precitada. Porque asesores bien
pagados existen.
Ser realejero es, al parecer de ciertos gobernantes (me
niego a meterlos a todos en el mismo saco), seguir a pie juntillas los dictados
de la superioridad. O reír las gracias de quien se cree en poder de la verdad
absoluta. O estar pendiente del móvil para ensalzar poses y posibilitar que se
gestione a remolque y con ideas ajenas.
De no se así, de no someterte a los criterios dictados, no
eres buen realejero. Porque hemos vuelto, parece, a los tiempos en que disentir
estaba prohibido. Se impone otra vez el pensamiento único, aquel que te será
remitido cual catecismo al uso. Los borregos volveremos a bajar la cabeza y nos
dirigiremos sin balar siquiera hacia el redil de siempre. Lo decreta la
superioridad, y punto. Chitón. Que donde manda capitán…
A estas alturas de la vida he alcanzado un punto de
escepticismo tal respecto al fútbol profesional que ya me niego a sentarme ante
el televisor a ver un partido, al menos completo. Lo considero una pérdida de tiempo,
máxime cuando uno puede cultivarse de otra manera. No significa ello que
reniegue del deporte, el de verdad, el no enlatado y sujeto a mercadeos e
intereses económicos, ni que me haya acomodado hasta el punto de verlas venir.
Los forofos me tildarán de raro. Como la nueva hornada de cargos públicos que
se ha aupado al machito. Aquellos que también tratan los asuntos del ciudadano
bajo la óptica de la rentabilidad inmediata, bajo el prisma del superávit.
Que se agenciaron unas buenas orejeras
(como obedientes animales solo conocen una dirección única) y ponen el grito en
el cielo cuando alguien osa señalarles que existen otros senderos, otras
salidas.
Así nos va en mi pueblo. En el que nací y por aquí sigo. Y
en el que un día, espero que bastante lejano, reposarán mis cenizas, a no ser
que la autoridad (in)competente me lo niegue. Y es que a este paso ─nada me extraña, resta apenas unos
amagos─ se tenderá a
patrimonializar los sentimientos.
Nadie me da lecciones de realejero. Díscolo, sí, pero con
muestras y señales evidentes de estar vivito y coleando. Que no va a comulgar
jamás con piedras de molino ni se va a sujetar a cánones de postureos baratos.
Ninguno de los actuales gobernantes, y séquito de aduladores, está en
condiciones de darme lecciones de nada. Y menos de algo que se lleva muy dentro
y no se guía por fotos, poses y elucubraciones varias. Este gorvoranero de
platanera no se debe. Y elevará la voz cuando entienda que sus administradores juegan
alegremente con los dineros de todos, que son sagrados. Y parece mentira que
deba confesárselo a los asiduos a ceremonias de golpes en el pecho. Al menos de
cara a la galería, que luego… Como si ese ser supremo que los habrá de juzgar
fuera tan idiota como ellos mismos, mismamente, sin ir más lejos.
Sean algo más humildes y acostúmbrense a la sana divergencia.
Esa que ha hecho posible que el mundo progrese. Y desconfíen de aquellos que siempre
dan palmadas en la espalda, porque el puñal aparecerá cualquier día. Lástima
siento que deba ser un agnóstico confeso el que deba recordarles sublimes
aspectos.
Con los deseos de una pronta recuperación, o reconversión,
va una décima para ustedes, realejeros de bien, orgullosos del pueblo que nos
acoge, la muy noble Villa de Viera, que pregonamos tal condición a los cuatro
vientos sin necesidad de recurrir a pegatinas de ningún tipo. Es la que
correspondió al pasado 31 de octubre, a saber, la número 304 de este año 2018:
Ya reparten la etiqueta
de ser un buen realejero:
debes tratar con esmero
al que tiene mucha jeta.
Por lo tanto se decreta
que todo ser discordante
será humillado al instante,
y devendrá en desertor
por no aplaudir el valor
de lo que dicta el
tunante.
Tengan
todos, eso, TODOS, un muy buen fin de semana. Y nos vemos el lunes.
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