viernes, 2 de noviembre de 2018

Ser realejero

Muy peligrosa la deriva cuando ya algunos se atreven a poner etiquetas de patrioterismo cuasi barriobajero. Fruto, quizás, del atrevimiento o de la prepotencia. No quisiera pensar que de la ignorancia. Aunque uno entra en periodo de dudas razonables cuando en las redes sociales, qué peligrosas, se arremete contra quien osa discrepar de los andares renqueantes de cualquier institución pública. Con campanadas o sin ellas. Grabadas o no. Que se deberán achacar, en buena lógica, a los que las dirigen. Por mucho que pensemos que a veces es preferible que no haya conductores. Y se lleva a cabo dando tantas patadas, a diestro y diestro, al diccionario que si Cervantes levantara la cabeza, mera especulación, se disfrazaba de don Quijote para arremeter contra tanto molino parado a falta de viento. Te transcribo solo una pincelada (la captura de pantalla  o pantallazo está a buen recaudo por si fuere menester): “Hay mi cabeza”.
Pues sí, amigos, qué pena ante lo que se vislumbra por ahí; ay, cuánta desazón, pero es lo que hay. Estarán conmigo en que no es lo mismo que metamos la pata aquellos que no disfrutamos de trascendencia pública alguna, a que lo hagan los que deberían recurrir a la prudencia, al ser capaces de contar hasta veinticinco antes de lanzarse a estas peligrosas aventuras. Y los cargos políticos, sobre todo los que viven pendientes de manera continua de lo que se guisa (hoy no escribo cuece) en Facebook para comprobar que la cantidad de iconos del bien quedar o comentarios laudatorios satisfacen egos a porrillo, enorme favor se harían si cuidaran formas, maneras y estéticas. O que consultaran en el intervalo de la contabilidad precitada. Porque asesores bien pagados existen.
Ser realejero es, al parecer de ciertos gobernantes (me niego a meterlos a todos en el mismo saco), seguir a pie juntillas los dictados de la superioridad. O reír las gracias de quien se cree en poder de la verdad absoluta. O estar pendiente del móvil para ensalzar poses y posibilitar que se gestione a remolque y con ideas ajenas.
De no se así, de no someterte a los criterios dictados, no eres buen realejero. Porque hemos vuelto, parece, a los tiempos en que disentir estaba prohibido. Se impone otra vez el pensamiento único, aquel que te será remitido cual catecismo al uso. Los borregos volveremos a bajar la cabeza y nos dirigiremos sin balar siquiera hacia el redil de siempre. Lo decreta la superioridad, y punto. Chitón. Que donde manda capitán…
A estas alturas de la vida he alcanzado un punto de escepticismo tal respecto al fútbol profesional que ya me niego a sentarme ante el televisor a ver un partido, al menos completo. Lo considero una pérdida de tiempo, máxime cuando uno puede cultivarse de otra manera. No significa ello que reniegue del deporte, el de verdad, el no enlatado y sujeto a mercadeos e intereses económicos, ni que me haya acomodado hasta el punto de verlas venir. Los forofos me tildarán de raro. Como la nueva hornada de cargos públicos que se ha aupado al machito. Aquellos que también tratan los asuntos del ciudadano bajo la óptica de la rentabilidad inmediata, bajo el prisma del superávit. Que  se agenciaron unas buenas orejeras (como obedientes animales solo conocen una dirección única) y ponen el grito en el cielo cuando alguien osa señalarles que existen otros senderos, otras salidas.
Así nos va en mi pueblo. En el que nací y por aquí sigo. Y en el que un día, espero que bastante lejano, reposarán mis cenizas, a no ser que la autoridad (in)competente me lo niegue. Y es que a este paso nada me extraña, resta apenas unos amagos se tenderá a patrimonializar los sentimientos.
Nadie me da lecciones de realejero. Díscolo, sí, pero con muestras y señales evidentes de estar vivito y coleando. Que no va a comulgar jamás con piedras de molino ni se va a sujetar a cánones de postureos baratos. Ninguno de los actuales gobernantes, y séquito de aduladores, está en condiciones de darme lecciones de nada. Y menos de algo que se lleva muy dentro y no se guía por fotos, poses y elucubraciones varias. Este gorvoranero de platanera no se debe. Y elevará la voz cuando entienda que sus administradores juegan alegremente con los dineros de todos, que son sagrados. Y parece mentira que deba confesárselo a los asiduos a ceremonias de golpes en el pecho. Al menos de cara a la galería, que luego… Como si ese ser supremo que los habrá de juzgar fuera tan idiota como ellos mismos, mismamente, sin ir más lejos.
Sean algo más humildes y acostúmbrense a la sana divergencia. Esa que ha hecho posible que el mundo progrese. Y desconfíen de aquellos que siempre dan palmadas en la espalda, porque el puñal aparecerá cualquier día. Lástima siento que deba ser un agnóstico confeso el que deba recordarles sublimes aspectos.
Con los deseos de una pronta recuperación, o reconversión, va una décima para ustedes, realejeros de bien, orgullosos del pueblo que nos acoge, la muy noble Villa de Viera, que pregonamos tal condición a los cuatro vientos sin necesidad de recurrir a pegatinas de ningún tipo. Es la que correspondió al pasado 31 de octubre, a saber, la número 304 de este año 2018:
Ya reparten la etiqueta
de ser un buen realejero:
debes tratar con esmero
al que tiene mucha jeta.
Por lo tanto se decreta
que todo ser discordante
será humillado al instante,
y devendrá en desertor
por no aplaudir el valor
de lo que dicta el tunante.
Tengan todos, eso, TODOS, un muy buen fin de semana. Y nos vemos el lunes.

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