martes, 15 de septiembre de 2020

Autobombo

Me imagino que habrá sido, a través de la Historia, una constante en ese afán, no siempre lícito, que tenemos los humanos para creernos los mejores en cualquier faceta, aunque dejemos mucho que desear cuando en la práctica cotidiana se traduce ese quehacer. Pero es en la sociedad actual cuando el autobombo (elogio desmesurado y público que hace alguien de sí mismo) está alcanzado elevadas cotas de imbecilidad. Porque piensa el estirado (engreído en su trato con los demás) que los demás somos, como mínimo, tan idiotas como él.
Viene lo anterior a cuento de un desvergonzado despliegue propagandístico de la televisión canaria, que pretende vendernos tantas bondades que ya uno duda de sus buenas intenciones. Me da que mucho ruido y pocas nueces. O dime de lo que alardeas y te diré de lo que careces.
Hemos de reconocer, no obstante, que el despliegue de la brutal campaña de promoción ha generado expectativas y ha significado un toque de atención importante en la audiencia. Pero como no es la primera ocasión que se pone de manifiesto la cruzada, un servidor sigue observando carencias de sustancia, de calidad. Apariencias, fuegos artificiales.
Reconozco no ser un adicto televisivo. Tampoco, para mi suerte, en otros aspectos. Pero los que tenemos la manía de expresar opiniones por escrito, debemos estar informados. Y una de las fuentes a las que acudimos son los telediarios. Como ya de los mismos he plasmado algo en otras ocasiones en este blog, solo resaltar su carácter repetitivo y machacón, amén de ir a lo fácil, a lo superfluo, a los aconteceres que impactan (la imagen juega un papel fundamental), pero que nada aportan.
Y en el resto de la programación, da la impresión de que nos hemos propuesto recalcar aquellas facetas que redundan en nuestro aplatanamiento, apatía y desinterés. Se explota el morbo a base de potenciar desconocimientos y falta de preparación. Nos mostramos al mundo como una comunidad de no solo una hora menos, sino necesitada de varios chubascos. Ahí sigue ese portento de En otra clave (versión mil quinientas de otras claves), alocado espectáculo –eso dicen– en el que se parodia y ridiculiza al idiota, al gangoso, al poco agraciado (física e intelectualmente) y, en suma, a todo aquel al que le falta un agua (o unos chubascos, como acabamos de sostener).
Cuando ya el cerebro del ideólogo no da para más, nos entretenemos en cantar las excelencias de la propia plantilla. De los cabezas visibles, al menos. Para que toda Canarias compruebe que cumplimos con los preceptos establecidos en la pandemia, verbigracia, el uso obligatorio de la mascarilla. Porque somos la cadena pública más vista en Canarias. No, vamos a serlo en La Patagonia.
Me encantan los rótulos con que se complementan las imágenes en los reportajes. Desde el de la cabra desriscada en el barranquillo del tío Sinforiano, hasta el asalto a la sucursal bancaria del Polígono del Sebadal (cerca de la rotonda de Belén María). Puede que el que los redacte tenga siempre prisa y se haya peleado con el diccionario de la lengua cuando cursaba el primer año de educación infantil. Y hago la salvedad de que todo el que tiene boca, se equivoca. Y trastocar las teclas es más habitual de lo que parece. Pero cuando el error ya no constituye la excepción, sino que se convierte en algo habitual, en un hecho cotidiano, me da que se requiere menos autocomplacencia y más curas de humildad. Como se trata de imágenes grabadas, tiempo suficiente se deberá tener para cumplir el cometido con mayor diligencia.
Bueno, te dejo porque me voy a ver el de mediodía. Y luego me lo tragaré otra vez por la noche, porque me encanta observar a Ángel Víctor cómo entra por una puerta unas trescientas veces sin despeinarse. Por cierto, ¿quién es el responsable político del ente? Parece que Román. Este hombre sabe de todo. Menos ejercer la medicina, un portento para lo que le echen. ¡Ah!, y en la mañana del día siguiente, un amplio resumen. Cuando sea mayor, lo mismo me hago periodista.

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