Me imagino que habrá sido, a través de la Historia, una constante en ese afán, no siempre lícito, que tenemos los humanos para creernos
los mejores en cualquier faceta, aunque dejemos mucho que desear cuando en la
práctica cotidiana se traduce ese quehacer. Pero es en la sociedad actual
cuando el autobombo (elogio desmesurado y público que hace alguien de sí mismo)
está alcanzado elevadas cotas de imbecilidad. Porque piensa el estirado
(engreído en su trato con los demás) que los demás somos, como mínimo, tan
idiotas como él.
Viene lo anterior a cuento de un desvergonzado
despliegue propagandístico de la televisión canaria, que pretende vendernos
tantas bondades que ya uno duda de sus buenas intenciones. Me da que mucho
ruido y pocas nueces. O dime de lo que alardeas y te diré de lo que careces.
Hemos de reconocer, no obstante, que el despliegue de
la brutal campaña de promoción ha generado expectativas y ha significado un
toque de atención importante en la audiencia. Pero como no es la primera
ocasión que se pone de manifiesto la cruzada, un servidor sigue observando carencias
de sustancia, de calidad. Apariencias, fuegos artificiales.
Reconozco no ser un adicto televisivo. Tampoco, para
mi suerte, en otros aspectos. Pero los que tenemos la manía de expresar
opiniones por escrito, debemos estar informados. Y una de las fuentes a las que
acudimos son los telediarios. Como ya de los mismos he plasmado algo en otras
ocasiones en este blog, solo resaltar su carácter repetitivo y machacón, amén
de ir a lo fácil, a lo superfluo, a los aconteceres que impactan (la imagen
juega un papel fundamental), pero que nada aportan.
Y en el resto de la programación, da la impresión de
que nos hemos propuesto recalcar aquellas facetas que redundan en nuestro
aplatanamiento, apatía y desinterés. Se explota el morbo a base de potenciar
desconocimientos y falta de preparación. Nos mostramos al mundo como una
comunidad de no solo una hora menos, sino necesitada de varios chubascos. Ahí
sigue ese portento de En otra clave (versión mil quinientas de otras claves),
alocado espectáculo –eso dicen– en el que se parodia y ridiculiza al idiota, al
gangoso, al poco agraciado (física e intelectualmente) y, en suma, a todo aquel
al que le falta un agua (o unos chubascos, como acabamos de sostener).
Cuando ya el cerebro del ideólogo no da para más, nos
entretenemos en cantar las excelencias de la propia plantilla. De los cabezas
visibles, al menos. Para que toda Canarias compruebe que cumplimos con los
preceptos establecidos en la pandemia, verbigracia, el uso obligatorio de la
mascarilla. Porque somos la cadena pública más vista en Canarias. No, vamos a
serlo en La Patagonia.
Me encantan los rótulos con que se complementan las
imágenes en los reportajes. Desde el de la cabra desriscada en el barranquillo
del tío Sinforiano, hasta el asalto a la sucursal bancaria del Polígono del
Sebadal (cerca de la rotonda de Belén María). Puede que el que los redacte
tenga siempre prisa y se haya peleado con el diccionario de la lengua cuando
cursaba el primer año de educación infantil. Y hago la salvedad de que todo el
que tiene boca, se equivoca. Y trastocar las teclas es más habitual de lo que
parece. Pero cuando el error ya no constituye la excepción, sino que se
convierte en algo habitual, en un hecho cotidiano, me da que se requiere menos
autocomplacencia y más curas de humildad. Como se trata de imágenes grabadas,
tiempo suficiente se deberá tener para cumplir el cometido con mayor diligencia.
Bueno, te dejo porque me voy a ver el de mediodía. Y
luego me lo tragaré otra vez por la noche, porque me encanta observar a Ángel
Víctor cómo entra por una puerta unas trescientas veces sin despeinarse. Por
cierto, ¿quién es el responsable político del ente? Parece que Román. Este
hombre sabe de todo. Menos ejercer la medicina, un portento para lo que le echen.
¡Ah!, y en la mañana del día siguiente, un amplio resumen. Cuando sea mayor, lo
mismo me hago periodista.
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